El verano es una época en que uno, si presta atención, no ve mucha gente en las zapaterías. La mayoría (mujeres) se apretujan en las vidrieras cual gallinas en desgracia mirando esa sandalia que todas usarán (el tema de la uniformidad será tratado en breve en otra entrada).
Pero analicemos la situación, salimos en busca de... digamos unos zapatos o zapatillas, o lo que sea. Porque el calzado unifica el sufrimiento que vamos a padecer, sin importar cuanto calce uno.
Podemos pensar que salir a la mañana es mejor, pero guarda, porque si salimos de mañana y no vamos con la idea clara, en un abrir y cerrar de ojos, se nos hizo el mediodía. Y entramos en busca de ese que vimos en la vidriera, ese que tenés ahí... al lado de los rojos... si, los que tiene la tirita marrón... no no, el de arriba... no no, el de al lado... parece que estamos participando de Feliz Domingo, sólo nos falta gritar: Tocá la campana!
Bueno, al fin de cuentas pudimos ubicar al vendedor (que ya está al borde de la quemazón después de tanta vieja indecisa), y al final identifica lo que queremos.
Qué número? 40-41
Y es un mito urbano o no? Todo el mundo masculino calza 40-41 y el femenino 36-37? No no es un mito, es casi una realidad que siempre nos toca a nosotros.
No negrito, sabés que no me queda en 40-41, pero querés ver este que está muy lindo?
Muy lindo para vos, que te ponés cualquier cosa en las patas... pensamos.
No gracias, chau.
A no aflojarle amigos, a dos cuadras está el mismo modelo y así sucecivamente cada dos cuadras.
Llegamos a la otra zapatería, y entramos resueltos y con conocimiento de causa.
Atacamos: Hola, quiero ese zapato outdoor que tenés en vidriera, el modelo que tiene nobuk marrón tostado con detalles en camel, en 40-41.
Tomá, te lo dije... Y hay, lo encontramos!!!
A probarlo... cuando lo traen esperamos ansiosos como el cocker espera que le tires la pelotita. Los vemos, lo analizamos y le tanteamos el peso en la mano.
Nos pasan el izquierdo, ese que se prueba todo el mundo, para que no nos apriete. Pero recordemos que estamos en verano, y hace calor, y el calor que hace... hincha, y suda los pies.
Así que imaginemos tratar de hacer churros con una jeringa de hospital... la fuerza que hacemos es casi descomunal... bufamos, resoplamos, nos secamos el sudor de la frente y en un acto de entrega, pedimos por favor un calzador.
Nuestro amigo el calzador. Amigo hasta ahí, porque es para ayudar supuestamente, pero una vez que lo introducimos entre el calzado y nuestro pie, queda ahí como la Excalibur, clavado.
Así que nuevamente resoplamos, bufamos y sudamos, y a todo esto nuestro pie hace casi lo mismo. Ya está medio colorado, y cada vez más áspero. Sacamos el calzador... pero hicimos fuerza con el dedo, que queda enganchado en la misma trampa. Lo rescatamos y vemos como empieza a circular la sangre nuevamente.
Entró! Si, entró, pero no podemos caminar, o si podemos, si queremos sufrir.
Me traés un numerito más...
No tengo en ese color, me queda en fucsia y marrón (vomitivo)
A ver, traelo. Llega y lo probamos como para ver el número. Anda bien, aprieta un poco, pero no se sufre, entonces con otro gracias nos vamos en busca de la otra zapatería a dos cuadras.
Llegamos y pedimos el supuesto número correcto, y para esta altura tenemos el pie medio hinchadito. Nos probamos el calzado (que tampoco es exactamente el que queríamos) y vemos que cuesta un poco pero lo lógico para un calzado nuevo. Compramos.
Y pensamos que allí se terminó todo, pero no.
Porque resumiendo compramos zapatos que no eran los que queríamos, nos cagamos de calor, caminamos como para ir en peregrinación a Luján y al fin de cuentas nos quedamos con unos zapatos que nos quedan grandes... porque al otro día se nos desincharon los pies.
Estamos en verano... para evitar estos problemas usemos ojotas.