miércoles, 19 de noviembre de 2008

Un día de furia

Claro que la lista es larga, no se si tanto como la temporada de verano, pero si es larga.
Y ya la otra vez les comenté el temita ese de los helados soft.
Pero seguí repasando la inmensidad de cosas que se complican para hacer en verano, más allá de que el día este lindo.
Como dicen por ahí en otro blog amigo (http://interes-art.blogspot.com), el tema de salir a hacer compras también es complicado, y más cuando hablamos de esa compra, que todos deberíamos evitar a fin de no sufrir algún que otro golpe, torcedura o peor aún, un hermoso papelón, o un tiro en la frente a nuestra dignidad. Esa es la compra de jeans.
Si queridos y queridas, el tan arraigado jeans; ese que nos acompaña en varios momentos de nuestra vida, el complemento ideal a veces, ese mismo se puede transformar en nuestra causa de terapia.
Porque uno puede salir de compras con la idea de buscar otra cosa, pero si por una de esas casualidades de la vida, encuentra unos jeans que le vendrían como anillo al dedo y decide entrar a comprarlo, ahí arranca la tortura.
Al pantalón, cualquiera sea la tela, hay que probárselo antes de comprarlo. Y donde nos lo probamos? En esos diminutos centros de detención corporal, que nos brindan un mísero ganchito a medio atornillar, una alfombra gastada, una cortina que queda corta (tanto en alto como en ancho), y a veces, muy raras veces, una banqueta donde dejar nuestra ropa cómoda cuando nos ponemos la nueva y apretada prenda. El probador, al cual no conviene entrar con muchas cosas, más que con el cuerpo de uno.
Recuerden que es verano. La ropa se nos pega a la piel por osmosis, la tela de jeans es a su vez como una lija que nos van pasando despacito. Y ahí tenemos que empezar el movimiento de la anguila. Porque el probador no se va a agrandar, y el jeans se va a negar en principio a nuestro cuerpo, lo va a desconocer.
Y ante tanto movimiento, el de afuera puede pensar que tenemos un ataque de pánico, parkinson, un ataque de epilepsia. Lo mejor en estos casos es tratar de hacer otra cosa que parezca normal para acompañar el movimiento. Podríamos silvar, tararear, entonces pensarán: Mirá que ritmo el del probador 4!?
Pero el silvar no nos previene de quedar con media nalga afuera. Terrible. Pero a no reaccionar violentamente ante esto, al contrario, tomarlo como natural, como si uno fuera un hippie y estuvieran en total conexión con la naturaleza de un cuerpo desnudo.
Cuando logramos entrar nuevamente, vemos que el jean está recién a la altura de las rodillas. Que macana che, pedite un talle más. Sacamos la mano y pedimos: Me dás un 42? En el mismo color si puede ser, gracias.
Llega y lo atacamos, ahora con más ingenio. Pero llega a la cintura y... a prenderlo. Descubrimos que el turro que lo confeccionó no le dejó bien abierto el ojal del botón, y todos sabemos lo que es luchar con un botón que no pasa por el ojal. Como remontar un barrilete en un sótano.
Las manos nos transpiran a la par de todo el cuerpo. Parecemos un miembro del escuadrón antibombas de la bonaerense. Luchamos, pero caemos en un nuevo pedido de otro jeans que tenga el ojal en condiciones.
Llega y ya cansados, transpirados, acalambrados y con poco humor, lo atacamos ferozmente esta vez. Sentimos que algo suena, una costura quizás? No importa, no nos va a ganar un jeans, o si?
Entró, y nos miramos. Vemos una persona con el rostro desencajado, medio colorado, transpirada, semivestida y con un jean que parece roto. No parece, lo rompimos en el afán de meternos dentro de él.
Salimos con nuestra inseparable y cómodo ropa, el jeans en la mano medio estrujado, cara de pocos amigos. Miramos al vendendor/ar y le decimos: La verdad no me gusta la confección, gracias igual.
Presurosos y aturdidos corremos a la entrada, dejando atrás el jeans y nuestra dignidad herida.
Pero nada que no se cure con un helado. Es verano.

lunes, 10 de noviembre de 2008

"Soft o no soft"

Aviso, el verano me gusta... pero el calor me molesta. Que paradoja no? O más bien que natural en una raza que vive en un estado de disconformidad constante.
Bueno, el tema es que ahora que hace un tiempo vienen pegando los calores, se me fueron pegando esas situaciones "veraniegas" que a uno (a mí) me parecen casi incompatibles o extremadamente difíciles de manejar con la temporada.
La situación que me vino a la mente (de gordo), y quiero analizar fue la de ingerir esos maléficos conitos de esa cosa que viene en polvo y por una serie de aglutinantes sintéticos se transforma en una sustancia tipo crema que se derrite al contacto con el aire. El helado soft.
Un invento para joder a la gente, definitivamente. Aclaro que mis capacidades motrices se ven afectadas por el calor, pero eso no es cuestión de análisis aquí.
Datos técnicos. A saber, viene en diferentes presentaciones: chico, grande, extra grande, con baño, sin baño, con pelotudeces, sin pelotudeces, un sabor, dos sabores. Todo es un manto para tapar la realidad. La realidad del soft.
La transformación. El conito o helado soft es terrible, porque a diferencia del helado, que nos ofrece mayor maniobrabilidad al momento del lenguetazo, este pequeño conito a la vista inofensivo, nos ataca (chorrea), por cualquier lado. Y nos vemos, cual mimo acalambrado haciendo piruetas para no ensuciarnos hasta el codo. Porque la consistencia del soft se ve afectada al más mínimo contacto con la intemperie, ya sea por calor, viento, estornudo, temperatura de la mano o mirada fija, veremos como la forma torneada que salió del pico de acero inoxidable se transforma en lo parecería el gorro de Papá Pitufo mojado y se nos ladea.
Lo esencial es invisible al gusto. Y no importa el sabor del soft, porque la consistencia no cambia. El sabor va en el color que quieran ver, no en el sabor. No se gasten, en el fondo todo es lo mismo y siéntase contentos de ingerirlo frio. Lo mejor en estos casos es pedirle al vendedor/ra que nos sorprenda con el gusto.
Trucos inútiles. Y ni se les ocurra hacer una cola para uno de éstos cuando encuentren más de 6 o 7 personas, porque amigos, la máquina es máquina, y necesita su tiempo para poder enfriar la bendita mezcla. En esos casos más vale pidan una compotera y una pajita para chupar. Tampoco sirve de mucho el agregado de elementos secos para evitar el desmoronamiento del producto en sí; no nos salvan ni el merengue, ni las almendras, ni el maní, ni los roclekts, ni servilletas de papel, ni colillas de cigarrillos. Nada detiene el chorreo soft, es como tratar de evitar que la lava de un volcan no avance, porque siempre encuentra nuestro punto débil y por allí nos ataca.
Tampoco nos ayuda el caso de que el cono de masa en cuestión presente otro tamaño u otra forma, porque con el paso de los segundos todas las masas terminan por aflojar ante la humedad.
Guarda-ropa. El soft se come con remeras de manga corta (no sirve arremangarse, ya lo intenté), porque una vez derretido, el líquido corre incontenible por cualquier superficie y va manchando y pegoteando todo a su paso: piel, ropa, pelo, papel, cartón, goma, asbesto, metal, cerámica, azulejos, perros, etc.
Epílogo. Si después de estas recomendaciones, van hacia la heladaría a las 15 horas de una tarde con 38º a la sombra, hacen una cola de 10 minutos para un conito, y ven como éste desaparece ante sus ojos sin llegar a su boca, y terminan tratando de chuparse el codo para saborear algo, con la ropa manchada, la de ustedes y la de la gente cerca... lo mejor es ducharse luego de un rico soft.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Encuentros cercanos...

Las comparaciones son odiosas, ya lo se... pero me gustan.
Resulta ser que tuve un encuentro muy fuerte por estos días, y fue de manera repentina y casi drástica que me topé con unos 100 o más floggers.
Si, ese grupo de preadolescentes, adolescentes que llevan el pelo al estilo casquito de Playmóvil, usan pantalones "chupinos" de colores estridentes y zapatillas estilo botitas Nike de colores llamativos.
La cuestión es que después de ese encuentro algo me quedó dando vueltas en la cabeza, y no era el pelo, era el análisis de este nuevo grupo social.
Y en afán de analizar fue que di con otro grupo al que arbitrariamente comparé con los floggers: las palomas. Si, esas inofensivas aves (o no tanto, ya veremos) que deambulan por plazas, parques, estaciones de trenes, micros, cornisas, y todo tipo de edificios, porque mi caso apunta más que nada a las palomas de ciudad y su comparación con los floggers, claros ejemplares de ciudad.

A saber:
Los floggers se peinan todos igual - Las palomas son todas grises.
Los floggers se juntan de a montones - Las palomas también.
Los floggers parece que comen poco - Las palomas comen miguitas de pan.
Los floggers se invaden cualquier lugar - Las palomas también.
Se desconoce el idioma de los floggers - El de las palomas también (aunque se entiende más).
Es casi imposible distinguir el sexo de un flogger - Con las palomas pasa lo mismo (salvo por el palomo de Los Autos Locos).
Los floggers viven para sacarse fotos y subirlas a la red - Las palomas suben (al cielo, obvio) y les sacan fotos.
Un grupo de 5 floggers es improductivo - Un grupo de 5 palomas también.
Mucha caca de floggers puede traer mucho olor - Mucha caca de paloma puede traer enfermedades.
Los floggers parecen torpes al caminar - Las palomas también.
No se sabe cuando termina la etapa de ser flogger - Se sabe cuando termina la vida de una paloma (después de un gomerazo).
No se sabe a donde van los floggers - Tampoco se sabe a donde vuelan las palomas.
Los floggers son un símbolo de... de... - Las palomas son símbolo de paz.
Los floggers se mueven en grupos - Las palomas también.

Y las comparaciones podrían seguir, pero bueno, es un principio para tratar de entender, catalogar o descifrar a esta nueva tribu que nos invade con su frases semi-incongruentes, tomando gaseosas y uniformandose bajo los designios de algún "semidios floggero" que se le cante llevar el pelo y la ropa de tal o cual manera.
En síntesis: medio torpes, medio inertes, medio asexuados, medio adolescentes, los floggers van transitando esta época y amontonándose como gallinas en desgracia, y aparentemente son inofensivos.
Termino con una última pregunta: ¿Cómo votará un flogger?

PD: Joven argentino, si tienes entre 12 y 18 años y sientes ganas de sacarte una mísera fotito digital... ten cuidado, puedes caer en un trampa mortal.
Y como decía una marca de cerveza: "No te unas a la manada", salud!

lunes, 22 de septiembre de 2008

La verdad sobre... El Flautista de Hamelin

Como siempre suenan en mi cabeza historias de mi infancia, esta vez sonó y valga la redundancia un cuento sobre la base de un músico que se gana la vida de una manera particular; esta es la verdad sobre... El Flautista de Hamelín.
Resulta ser que Omar Monte Moreno había nacido con una habilidad natural para la música, era hábil para no aprender a tocar nada, por más que lo intentara en reiteradas oportunidades y con varias obras de grandes compositores.
Pero no le atinaba ni al "Arroz con leche" con las palmas, pero no le aflojaba y después de probar con varios instrumentos dio con la flauta, elemento musical inofensivo si los hay pero que en manos de Omar se tornaba maléfico, casi oscuro y aterrador y hasta pudo convertirse en su final, porque más de uno quiso apuñalarlo en defensa propia.
Un día practicando en un campo a la sombra de un hermoso ombú, descubrió su particular habilidad. Arrancó tocando una versión de Para Elisa con su flauta pero como no le gustaba decidió que era tiempo de improvisar. Y así lo hizo.
Aclaro no sabía escribir en pentagrama, por lo que no escribió, sólo tocó.
A la tercera nota cayó muerta una cotorra; a la quinta nota, un jilguero se desplomó de una rama del ombú; ya cuando encaró a la décima nota vio como las hormigas que venía en fila muy prolijas con su carga de hojas, huían despavoridas en cualquier dirección. Eso le llamó la atención. Eso y su madre que lo llamaba a comer.
Fue a comer.
Volvió después de almorzar al ombú y se tiró a dormir una siesta. Dormitó un rato y cuando despertó arrancó con la flauta, pero esta vez focalizó sobre un grupo de escarabajos, los cuales al no poder huir corriendo del sonido infernal, empezaron a atacarse mutuamente envueltos en ira. Hasta algunos se animaron a encararlo a Omar, pero terminaron bajo la suela de su zapato.
Ya lo sabía, tenía el poder de, con su música (por llamarla de alguna manera), inducir, ahuyentar, repeler, herir y hasta aniquiliar animales pequeños.
Primero se asustó y pensó en tirar la flauta, pero luego pensó en sacarle sus frutos a esa nueva habilidad y decidió de común acuerdo con su familia, alejarse de ellos... bien lejos.
Así que Omar Monte Moreno armó un bolsito con sus pertenencias, se puso un saco viejo al cual le había bordado sus iniciales: OMM, y partió en busca de su destino.
Tres cuadras hizo (un destino corto) y escuchó que de una casa vecina venían gritos de: Matala!! Matala!! Que no suba!! Dale que se esconde!! y después un: Boludo, se escapó la cucaracha!
Sin más se acercó a la puerta y tocó timbre, se acomodó los pelos y el saco antes de que saliera la dueña de casa.
-Buenos días señora, permítame presentarme, soy Omar Mon...
-Si si (le interrumpió la vecina), el boludo que toca no se que cosa y quiere ser músico. Qué querés, que tengo un lío en casa que ni te cuento.
Pobre Omar, se enteraba de golpe de su fama (mala). Pero eso no amilanó a nuestro muchacho que vio retemplado su espíritu y le dijo a su vecina que la había escuchado gritar y podía ayudarla con su problema. La vecina lo escuchó y después de pensarlo unos minutos lo dejó pasar.
De no creer la cara de la señora al ver sacar su flauta a Omar y comenzar a tocar una terrible medolía (melodía) y ver como las cucarachas salían de sus escondites y morían; algunas se arrojaban al agua del inodoro, otras iban derecho a los cebos por meses esquivados y deboraban ese mortal veneno. Otras se golpeaban entre si como lo habían hecho los escarabajos bajo el ombú.
Unas buscaban refugio en el fuego de alguna hornalla prendida y se quemaban "a lo bonzo", otras preferían las ruedas de algún automóvil que pasara.
Sólo unas pocas se salvaron, aquellas que eran sordas, pero al salir a ver que pasaba con sus congéneres terminaban estroladas bajo la suela de la chancleta de la señora.
Fueron 4 minutos, 35 segundos de "eso". Luego la paz. La flauta guardada. Las cucarachas muertas.
Esa fue el primer exterminio de Omar, el puntapié inicial en una carrera meteórica que lo llevó por todo el pueblo eliminando todo bicho que molestara en los hogares.
La vecina contenta le pagó a Omar por su trabajo y lo despidió prometiendo que hablaría de su hazaña con las cucarachas. Pero no se percató de que su cabellera había terminado más corta porque durante la música se le había caído el pelo de la nuca y su jilguero nunca volvió a cantar.

PD: la ilustración esta vez es obra mía. Saludos, Zalo.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La verdad sobre... El gato con botas

En realidad era un felino cualquiera, un animal del montón. No tenía un linaje sobresaliente ni llamativo. Esta es la verdad sobre... el gato con botas.
Resulta ser... que allá por la zona de la rivera bonaerense, existía un herrero que tenía como chiquicientos hijos, todos desperdigados por cualquier lado. Se ve que el buen hombre no escatimaba dando amor a las mujeres de la zona. Casi todos sus hijos eran morochos, grandotes, fornidos, de pelo negro rizado, cejas gruesas, orejas pequeñas, mentón sobresaliente (estilo patovica), pero uno le había salido diferente, cuasi que no encajaba no solo en el aspecto físico (porque era rubio, medio flacucho, ojos celestes, pelo semi largo y lacio), sino en el modo de ser y en sus actitudes. Su nombre era Adalberto.
Mientras el resto de los hijos del herrero querían seguir los pasos del padre (tanto en el oficio como en las relaciones amorosas), Adalberto quería dedicarse a la poesía.
Casi muere quemado en una fragua cuando se lo propuso a su padre, que luego de pensar y no poder agarrar a palos a su hijo que era muy ágil, lo dejó... de lado. Le daba de comer y algo de ropa, pero poca cosa más; igual no llegó a sacarle el apellido.
Las mascotas de sus hermanos eran perros, los más bravos del pueblo, dedicados a la caza, las riñas. Adalberto tenía un gato, medio flaco como él, de color... color... color gato (no viene al cuento).
El tiempo pasa y el padre de Adalberto se muere. Repartir la herencia no era tarea fácil, pero se pudo hacer y obviamente que a nuestro muchacho no le toco casi nada. Además del gato, le dejaron un cuartucho para dormir, una bolsa con algunas herramientas viejas y una botas texanas imitación piel de reptil, que usaba su padre en la juventud.
Adalberto se tenía que mantener solo y hacer algo que nunca pensó: trabajar. Lo primero que le vino a la mente cuando tuvo hambre fue en ver a alguno de sus hermanos, pero descartó la idea inmediatamente al pensar en como lo molerían a palos. Luego pensó en vender el gato, pero eso no le aportaría ni dos pesos. Pensó en comerlo y fue a buscarlo.
Allá estaba su felino amigo, hecho una bola de pelos sobre unas bolsas en el cuartucho. Adalberto entró sigiloso con una tenaza en la mano (único elemento mortal del que disponía), y se acercó en la penumbra. A los dos pasos, el gato abrió un ojo y vio la tenaza sobrevolar sobre su cabeza. A cinco centímetros pasó la tenaza. Adalberto era bizco.
Ahí nomás el felino pegó el salto... y el grito.
Pará animal!!, te vas a sacar el hombro!
Adalberto caído en el suelo no podía creerlo, su gato hablaba!! Se levantó y fue a encarar al animal, que lo esperaba cruzado de brazos y sentado sobre una tabla. Ahí nomás el gato le explicó su habilidad para hablar con los humanos, que según contó había adquirido de un guión de otro cuento.
Una vez arreglados los tantos y con ambos muertos de hambre, decidieron una estrategia para subsistir. Con retazos de tela y bolsas le armó una especie de vestimenta al gato, y en los pies le calzó las botas texanas. Un poco de membrillo en el pelo de la cabeza y le armó una hermosa cresta al estilo David Beckham.
Adalberto se lavó un poco, se emprolijó y agarró al gato y lo puso en una cajita para transportarlo, y encaró para uno de los poblados cercanos, pero en donde no lo conocían demasiado (para empezar con su nuevo emprendimiento tranquilo).
Ya entrada la noche, recalaron en una parrilla, desesperados por un churrasco, un cacho de pan, o algo sólido. Disimulando el hambre y con cara de quien está muy confiado Adalberto entró y encaró para la barra. Dejó la cajita a un costado y se puso a charlar con el dueño. Cada tanto señalaba la caja con el gato y el dueño lo miraba como si estuviera chiflado, ebrio o drogado. Pero a los 20 minutos y tres platos de maní con cáscara, el gato escuchó que el dueño decía: Bueno, pero si es una joda... te rompo todos los huesos y te cobro el maní.
Eran las 22.30 de una noche de Mayo. Parrilla "'Medio hermano". Cantidad de clientes en mesa: 11. Después de pasar la entrada y antes de llegar el plato principal... llegaron ellos: Adalberto y el Gato Peters (nombre extraído esa misma noche, de unas botellas en la parte superior de la barra).
La gente miraba atónita al flaco sentado en una banqueta con un gato a upa, vestido tipo muñequito de torta y con unas botas muy llamativas. Pero claro, al arrancar el show nadie esperaba lo que sucedió luego de las primeras explicaciones de Adalberto sobre el origen del espectáculo. Pasaron los primeros chistes malos y de golpe el toque de gracia, eso que haría que la gente pidiera un bis.
El gato había hablado y rematado uno de los chistes. Fue la sensación de la noche, y el dueño de la parrilla quedó encantado y pidió que volvieran a la noche siguiente.
Así es la historia de Adalberto, que arrancó en una parrilla de mala muerte, y luego empezó a recorrer el mundo con su gato a cuestas mostrando su espectáculo por todos lados.
Mucho tiempo y mucho dinero después, el gato al final falleció, no sin antes darle tiempo a Adalberto a que aprendiera a ser ventrilocuo.
A Peters (el gato), lo cambiaron por un muñeco bastante realista.



domingo, 24 de agosto de 2008

La verdad sobre... Los tres chanchitos

Hermoso carré con batatas acarameladas sobre mi plato, un buen vino, buena música y un lugar especial. Sobre esa escena una vez más mi pensamiento se alojó en el pasado, más especialmente en la infancia. Hoy toca develar la verdad sobre los tres chanchitos.
Resulta ser... que Alfonso, Adolfo y Rodolfo Palenque Chueco, eran tres hermanos (chanchos) que se dedicaban al tema de la compra/venta y alquiler de propiedades. Si-miento Propiedades se llamaba la empresa.
Habían comenzado jugando en una casita precaria en un árbol y cuando vieron que los demás querían subir y conocer, se apiolaron y empezaron a cobrar un bono contribución. Contribución para construir otra casita en otro árbol aledaño.
Con el paso del tiempo llegaron a tener 120 "casárbolas" (nombre comercial de las pequeñas contrucciones), y se repartían el manejo de las primeras propiedades entre los tres. Alfonso que era el más fresco de los tres atendía sólo 10 casárbolas; Adolfo, ya más apiolado en el tema del mantenimiento, atendía 30. Y Rodolfo, el alma del proyecto, manejaba las restantes 80.
Pero los manejos de los Palenque Chueco no eran del todo transparentes, y eran investigados cada tanto por algún oficial de la Justicia, sin suerte para éste, porque ningún inquilino declaraba nada en contra de los dueños.
Con el tiempo, las casárbolas pasaron de moda y fueron cambiadas por unos chalets a dos aguas. Pero apareció un problema, y era el de los terrenos, porque las nuevas construcciones ocupaban el triple de las antiguas casárbolas.
Entonces empezó la movida de los Palenque para buscar (apropiarse) de algunos terrenitos.
El mejor terreno lo tenía Dalmiro Záfiro, viejo lobo que tenía unas 5.000 hectáreas en la zona más bonita del pueblo.
Allá fueron los hermanos a verlo a Dalmiro, y le ofrecieron tres chalets y dos casárbolas a cambio del terreno, pero no quería saber nada de vender ni de aceptar nada a cambio.
La cuestión es que los chanchos enojados fueron a ver a un par de amigos y movieron ciertos hilos entre los funcionarios del pueblo, y encontraron que Don Dalmiro tenía una deuda de la 5ª cuota del Inmobiliario Rural que se le había pasado por algo, porque el resto de las cuotas estaba al día. Pero esta que le faltaba fue la desgracia para Dalmiro. Lo cierto es que al tiempo volvieron los Palenque Chueco a la casa del lobo, pero esta vez venían preparados y al escuchar nuevamente la negativa a vender... le remataron la propiedad a Záfiro.
Ah la calentura de aquel animal... entre 6 lo tuvieron que parar para que no faenara a los chanchos en el momento. El pobre lobo no pudo ni presentar un recurso de amparo ni nada que lo salvara del remate.
Al tiempo, su ex terreno ya tenía las bases de lo que sería "Palenque Bell", el nuevo barrio cerrado del pueblo.
Dalmiro no lo podía creer y supo lo que tenía que hacer. Revelar a la sociedad los negocios turbios de los hermanos chanchos y desnudar las fallas de los nuevo chalets.
Leyó varios libros sobre construcción y arquitectura y se puso a vigilar la obra de los chalets.
Analizó la situación y cuando estuvo armado el primer chalet, fue a explorarlo en busca de fallas. Pero su sorpresa fue al ver a Alfonso dentro, que estaba tapando una rajadura en una de las paredes. Dalmiro entró a corriendo con una cámara de fotos para plasmar el momento. Alfonso se quedó semiparalizado al verlo entrar.
No te muevas chancho rengo!!! Te agarré con las manos en la masa!, pensabas vender esta casa toda rajada sin decir nada.
El chancho inmóvil, con lo ojos oscuros y chiquitos casi parecía embalsamado, ni temblaba ni chillaba, ni se movía. Y cuando el lobo se agachó para sacar la foto, sintió un frio que le corría por el cuerpo... más bien le rompia la cabeza... era Adolfo con una barreta, que estaba en otra casa cercana cortando el césped y escuchó los gritos del viejo lobo, al que tomó por sorpresa.
El cuerpo de Dalmiro yacía sobre el piso de porcelanato del chalet, y los dos chanchos no sabían que hacer con él. Nerviosos lo fueron a buscar a Rodolfo.
Cuando llegó a la escena, Rodolfo se puso unos guantes de látex, les dio un para a cada hermano, y entre los tres sacaron el cuerpo de la casa. Taparon la rajadura de la pared y se fueron a la próxima vivienda que todavía estaba en construcción. Allí deliberaron durante unas horas mientras comían unos canapés de verdura.
Al final, ya entrada la madrugada, pala en mano, optaron por beneficiar al futuro propietario de chalet número 4: le agregaron una pileta. Dalmiro Záfiro quedó en el fondo.
Años más tarde los hermanos Palenque Chueco fueron a juicio oral por malversación de fondos públicos. Nunca les pudieron probar nada.

PD: la foto la saqué de este blog:
http://lauramichell.blogspot.com
Gracias

miércoles, 20 de agosto de 2008

La verdad sobre... Caperucita Roja

Eme aquí, o E.T allá. Pasado mi cumpleaños este feriado del 18, una vez más estoy sentado frente a mi pantalla laboral, escuchando "La milonga del marinero y el capitán"; y esto me trae a la memoria una verdad.
La verdad de hoy es sobre Caperucita Roja. Si amigos, es tierna niña que corría por el bosque con su canastita llena de... llena de... bue, ahí va.
Resulta ser... que en el Impenetrable chaqueño, cerca del la frontera con Santiago del Estero, vivía María Gumercinda Rojas en una hermosa cabaña de tres plantas (un potus, un ficus y una begonia), junto a su abuela, semipostrada luego de aquel accidente realizando el baile del caño. De ahí en más María Gumercinda se dedicó a los cuidados de su abuela y a las tareas de hogar.
Pero Gumercinda tenía unos problemitas ya que tanto tiempo viviendo en el monte había marcado su personalidad, tornándola osca, parca, casi recluída en sí misma la pobre. Esto hacía que no intercambiara palabra con casi nadie de los alrededores del pueblo y tenemos que sumarle que no tenía completa la primaria, entonces cuando tenía que hacerle trámites a su abuela, firmaba un garabato ilegible, que según cuentan un día, un empleado bancario al tener que pasarla en limpio y no obtener tampoco un respuesta clara de la muchacha y al verla con un gorro rojo parecido a una caperuza, le puso de nombre Caperucita y la muchacha terminó la firma con un seco ROJA.
Nuestra amiga caminaba el Impenetrable como ninguna, iba y venía con su canasta llena de víveres que le llevaba a su abuela, y también aprovechaba el viaje y repartía cigarrillos a los muchachotes que trabajaban en el monte. Con ese ingreso, se daba algunos lujos: jabón en pan, sobrecitos de jugo en polvo, té en hebras y productos íntimos.
Para Gumer (entre los amigos) el monte no era peligroso. Pero para el resto de los mortales si, porque por él merodeaba un yaguareté pardo, cruza con pecarí. Una de esas cosas raras de la naturaleza. El animal en cuestión se alimentaba de lo que podía, porque debido a su aspecto más que miedo... daba risa; entonces un día ya recontrapodrido de las cargadas del resto de los animales fue en busca de una presa de gran tamaño, para ganarse un poco de respeto.
Y la víctima elegida sería nuestra Gumercinda, que distraída en sus largas caminatas no veía como la espiaba todas las semanas el yaguareté desde los árboles. Le tomó el tiempo y averiguó cuando estaba sola la abuela, para atacarla primero a ella y después a su nieta cuando llegara.
Tres semanas estuvo el yaguareté controlando a Gumer, hasta que un día se decidió. Espero que nuestra amiga saliera de la casa, pero se retrasó y empezó a perder las esperanzas de concretar su plan macabro. Cuando se pudrió de esperar salió la piba, con la canasta cargada, pero con un paso más tranquilo que de costumbre, pero eso no le llamó la atención al yaguareté.
Gumercinda pasó al lado del arbusto donde estaba escondido nuestro animal, y siguió por una picada hacia el primer puesto donde vender los cigarrillos. Se fue silbando bajito una versión Pop de "La extraña Dama".
Ahí el yaguareté aprovecho y fue directo a la casa de la vieja, se trepo por una verja y saltó a un patio interno. Se asomó por una ventana abierta y entró sigiloso. Bueno... eso intentó, porque se llevó puesto un florero que se destrozó al caer al suelo. Una cagada pensó. Ahora sale la vieja y me mata a bastonazos.
Pero no, nada de eso, ningún ruido, ningún grito. Demasiado silencio. Pero esto no llamó la atención de nuestro amigo (que a decir verdad no tenía muchas luces). Se arrastró muy despacio hacia la pieza para caerle a la viejita indefensa. Abrió la puerta, que chirrió como un chancho casi.
Y la vió, acostada dormida a la abuela de Gumer, que tenía una cara de tranquilidad casi angelical. Los ojos cerrados, los pómulos algo hinchados, el pelo arreglado, un camisón blanco.
En un abrir y cerrar de ojos, y con la poca habilidad que tenía el yaguareté, se le tiró encima.
No grito, no sufrió, no se defendió, no pataleó, no abrió los ojos.
Claro.
Ya estaba muerta.
Y antes de que nuestro amigo le quitara las garras de encima a la viejita, apareció Gumercinda con dos guardaparques enormes a cada lado.
Ahí está!!!!! gritó con fuerza e indignación.
El la mató!!! asesino!!!!, animal!!! (obvio, era un yaguareté)
Los oficiales guardaparques lo esposaron y se lo llevaron a la rastra, mientras el pobre yaguareté clamaba por su inocencia. Pero la anciana tenía sus huellas. Era él el que había entrado por la ventana y roto el florero. Sus pisadas estaban por toda la casa. Nadie se dio cuenta del frasco de pastillas gamexane en el tacho de basura, ni de una de las manos de la anciana que tenía un pedazo de gorro rojo.
Al tiempo, María Gumercinda Rojas se quedó con la herencia de su abuela, vendió la casa y se mudó al pueblo a un lujoso loft. Puso un polirubros.
El yaguareté sigue insistiendo en que le hicieron una cama.

jueves, 24 de julio de 2008

Quizás, tal vez...

Quizás me vaya; tal vez no llegue.
Quizás busque; tal vez no encuentre.
Quizás mire; tal vez no vea.
Quizás me esfuerce; tal vez no alcance.
Quizás vuelva; tal vez no vaya.
Quizás me cure; tal vez no enferme.
Quizás lo deje; tal vez nunca lo tuve.
Quizás me acerque; tal vez nunca me aleje.
Quizás escuche; tal vez nunca oiga.
Quizás lo sienta; tal vez nunca lo toque.
Quizás escriba; tal vez no lea.
Quizás plante; tal vez nunca desentierre.
Quizás crezca; tal vez no envejezca.
Quizás me lastime; tal vez no hiera.
Quizás me pregunte; tal vez reflexione.
Quizás termine; tal vez no empiece.

Quizás llegue; tal vez no vaya.
Quizás encuentre; tal vez no busque.
Quizás vea; tal vez no mire.
Quizás alcance; tal vez no me esfuerce.
Quizás vaya; tal vez no vuelva.
Quizás enferme; tal vez no me cure.
Quizás lo tuve; tal vez nunca lo deje.
Quizás me aleje; tal vez nunca me acerque.
Quizás oiga; tal vez nunca escuche.
Quizás lo toque; tal vez nunca lo sienta.
Quizás lea; tal vez no escriba.
Quizás desentierre; tal vez nunca plante.
Quizás envejezca; tal vez no crezca.
Quizás me hiera; tal vez no lastime.
Quizás reflexione; tal vez me pregunte.
Quizás empiece; tal vez no termine.

domingo, 20 de julio de 2008

La verdad sobre... Blancanieves

Continuando con la onda cuentística... hoy sale a la luz la verdad sobre... Blancanieves.
Primero, en lugar de Blancanieves tendría que decir María Antonia de las Nieves, que por un problema de pigmentación en la piel que le impedía tomar sol, en el barrio la llamaban la Blancanieve.
Blancanieve vivía en una precaria cabañan en una zona de la montaña mendocina, cerca de la frontera con Chile. Nuestra amiga se ganaba la vida vendiendo los productos que contrabandeaba desde la frontera y de los favores a Gendarmería. Era muy querida en la zona, pero no por todos.
En el lado chileno existía una ex estrella del cine argentino, exiliada por motivos de una pelea de camarines. María Amalia Beatriz Romero Chávez, alias Beba. De mañana trabaja como cajera en una cadena de supermercados y por la tarde continuaba actuando en diversos locales bailables de pocas luces.
Y le había llegado el comentario de la bomba blanquiceleste, apodo ganado por nuestra amiga Blancanieves por su estilo para tirarse a la pileta de la colonia de vacaciones de verano y por su cuerpo voluptuoso.
Beba no aceptaba el paso del tiempo y tenía miedo de que Blancanieve la destronara de su popularidad entre el público chileno. Tanto es así que decidió tomar el toro por las astas y eliminar la competencia.
Un día, mientras Blancanieve volvía con su carro cargado de autoestereos, se topó con una viejita media encorbada que vendía curitas, agujas, alfileres e hilos de cóser. La señora le ofreció a nuestra muchacha un paquetito completo al modo de: No le vengo a vender... le vengo a regalar... y la pequeña muy astuta en el tema de la compraventa, analizó el precio y la sacó carpiendo al grito de: A mi me vas a pasar!!! Anda a revender a otra zona!!!
El primer intento de Beba, había fallado. Pero no sería el último.
A la semana siguiente, ya con Beba más caliente (y con Blancanieve con un contrato prefirmado con una bailanta chilena), hizo el segundo y más intrépido intento, una muerte natural.
Beba había averiguado que nuestra chica tenía una debilidad, las bolas de fraile. Podía llegar a comerse una docena sola, junto con una pava de mate. Es así que decide disfrazarse esta vez de vendedora de bolas de fraile y churros.
Y una tarde toca a la puerta de la casa de Blancanieve y le ofrece las tan ansiadas bolas. Los ojos de la muchacha quedaron como en un animal embalsamado, fijos en la canasta que contenía esa delicia. Angurrienta la guacha compró dos docenas... rellenas (estaba de antojo; aparte venía de un encuentro casual con la Gendarmería y quería recuperar fuerzas).
Pero no sabía que estaban envenenadas con una mezcla letal de aminoácidos, cardamomo, pastillas de baño y grana verde que le provocaría una muerte lenta.
Después de comerse una docena de bolas de fraile, Blancanieve salió en busca de un cargamento de Mp3, pero a los pocos kilómetros se empezó a sentir mal. Un revoltijo en su panza la hizo aminorar el tranco. Luego otro pero más fuerte, que pensó que venía acompañado de "algo más", pero sólo fue una ventosidad. Pero luego no pudo más y se metió en un bosquecito cercano para evacuar sus dudas, y encontrado el lugar sagrado y a medio desvestir cayó desvanecida y se dió la cabeza contra un tronco.
Y tuvo tanta suerte que pasaba una caravana de mineros (bajitos) que volvían de trabajar, quienes tropezaron con la joven y la creyeron muerta, pero luego de comprobar con métodos poco ortodoxos que todavía tenía vida, la cargaron y se la llevaron.
Blancanieve no despertaba y los mineros se impacientaban. Empezaron a sacar número para reavivarla, hasta que uno aguantó más y se le tiró encima al grito de: Ahijuna!!!!
Un poco torpe, el minero resbaló al trepar a la cama y cayó con los codos en el pecho de la pequeña con tanta fuerza que ésta emitió un tremendo eructo que le dejó un mechón blanco al minero en cuestión. Eran los gases del veneno de las bolas de fraile.
Entre el desparramo por el ruido, los mineros no se percataron de la presencia de su capataz, un muchachón alto y fornido que se acercó por el estruendo. Y ahí la vio, llena de tierra, con la ropa sucia, la cara manchada, un par de Mp3 en los bolsillos de la pollera, el pelo revuelto y unas medias 3/4 de nylon color beige. Fue amor a primera vista, la de él, porque ella tardó un rato en recobrar la conciencia completa (de esos momentos no hay grabación sobre que pasó con los mineros que quedaban).
Ya recuperada y luego de analizar los restos de bolas de fraile que quedaba en su casa, dio con la pista de Beba, a la cual fue a buscar con los mineros y le reventó el rancho.
Hoy Blancanieve vive en otra casa mejor, y ya montó un local más cerca de la frontera en el que vende cosas al estilo Todo por $2. Cada tanto, cuando su marido queda atrapado en la mina, ella le pide ayuda a Gendarmería.

martes, 15 de julio de 2008

La verdad sobre... Hansel y Gretel

No se bien por que, pero me vino a la mente la historia de Hansel y Gretel.
Todavía recuerdo como llevaba a mi hermana al llanto cuando los pibes estos se perdían en el bosque.
Pero para traer luz a estos acontecimientos cuentescos, aquí les dejo la verdad de la milanesa.
Resulta ser que... en una localidad del Gran Buenos Aires vivían Hansel y Gretel Gómez, dos hermanitos que compartían hogar junto a su padre Igor Wassington Gómez, inmigrante austropolaco con descendencia española, y la pareja de éste y madrastra de los niños, Isabel Flores Silvestre.
Isabel no soportaba a los pibes y trataba de ni tocarlos casi. La situación era muy incómoda. Vivían en un monoambiente los cuatro (y dos perros, dos gatos y un canario).
Una noche, mientras Hansel y Gretel jugaban a la mancha cadena, el padre planeaba las vacaciones. Y ahí nomás a Isabel se le ocurrió la mágica idea de elegir como lugar Mar del Plata. Era lo que ella necesitaba (aunque odiaba el mar) para hacer desaparecer a los pibes. Un lugar concurrido, complicado, lejos de la casa.
Así que allá fueron los Gómez de vacaciones a "La Feliz". Llegaron el 11 de enero a las 8 de la mañana. Habían salido el día anterior a las 6 de la tarde porque don Igor no conocía las rutas y no conocía de manejo (en 1º y 2º todo el viaje arriba del Fiat 600).
Como para estirar las piernas fueron directamente a la playa; bajaron el gomón, las palitas, el baldecito, los perros, los gatos, el canario en su jaula y todos los Gómez.
Ustedes calculen, 1ª quincena de enero, buen clima, Mardel a full. En Playa Grande no cabía un alfiler.
Ese fue el momento para Isabel. En un abrir y cerrar de ojos los hermanos se fueron corriendo al mar, y ahí aprovechó para cambiar de lugar la sombrilla y distraerlo a Igor con besos y caricias. Hansel llegó primero al agua y entró corriendo y saltando. Gretel entró después y se pusieron a jugar. Así estuvieron como tres horas y cuando se aburrieron salieron en busca de la sombrilla.
Y ya no estaba en su lugar. Buscaron y buscaron por toda la playa pero no la encontraron. Por otro lado Igor notó que sus hijos no volvían y cuando Isabel le dijo de irse se negó. A lo que ella le dijo: Vamos y les dejamos un cartelito de donde estamos Gor (forma cariñosa).
El aceptó. Lo que ella no le dijo es que el cartelito lo escribió en la arena, y los perros se encargaron de borrarlo con las patas.
Así Hansel y Gretel se perdieron en Mar del Plata.
Tomados de la mano echaron a andar y como ya era tarde y tenían hambre, encararon para la ciudad en busca de su padre. Pero en el camino se desviaron de la zona iluminada y terminaron por la zona del puerto.
Y como ya era de noche, buscaron una remisería, un bar, o algún lugar con luz... y que encontraron abierto? Un hermoso piringundín de procedencia dudosa. Entraron muertos de hambre y frío y los recibió una señora que podía ser su abuela pero no lo era; era la que regenteaba el piringundín y una casa de compraventa de al lado. Los hizo pasar y les dio comida y un lugar para dormir, cosa que no pudieron hacer, porque a eso de las 3 de la mañana y después de escuchar los ruidos de varias peleas entre sábanas de las piezas lindantes a la de ellos, los hermanitos se percataron de otro ruido. Un tiro. Después otro, y otro.
Gritos de: Pará!!! Pará!!! Animal!!! se hacían oir entre los disparos. Después la sirena (no de mar), la de la bonaerense, que llegaba a tratar de calmar al tiroteador.
Más tiros y después la calma. Cuando al fin salieron de la pieza casi sacados a la fuerza por un oficial, se enteraron de que la vieja había muerto de un balazo; pero se había cargado a un cliente antes, el que había empezado el tiroteo por motivos de celos, según las fuentes policiales.
Luego de darse cuenta de que eran hermanos y no una parejita precoz, la policía les preguntó el apellido y como habían llegado ahí.
Cuatro años estuvieron dando vueltas entre los Juzgados de Menores tratando de encontrar a su padre. Hasta que al fin, una tarde se contactaron con un productor de Franco Bagnato y fueron al programa. Es así que se reencontraron con su padre en "Gente que Busca Gente", luego de 4 años y medio.
El padre había sido seducido por Isabel la misma noche del abandono de los hermanos, y le había suministrado una dosis de burundanga mezclada con paracetamol y efedrina, cosa que le hizo perder la memoria temporalmente. Luego y por causas que se desconocen Isabel apareció sin vida en un descampado con una bolsa de Wall-Mart en la cabeza.
Hoy los Gómez viven felices, y sin madrastra.

domingo, 6 de julio de 2008

La verdad sobre... Cenicienta

Lugar: triple frontera.
Epoca del año: invierno.
Resulta ser que en un pueblito cerca de la triple frontera vivía Alicia Beatriz Dolores de Ramos Generales, comunmente llamada por el apodo de "Alibeadora" (de aquí en más "Ali"), sacado de las tareas domésticas que realizaba para ganarse el pan.
Ali trabajaba por horas, días, semanas, meses, años, e incluso llegó a arreglar un contrato para trabajar un década completa (con cama afuera).
Pero la parte que nos atañe es el momento de su revelación, cuando arrancó en una casa de fotografía en Paraguay. El horario era corrido de 6 de la mañana a 10 de la noche, y ella corría de aquí para allá adentro del local, porque sacaba, revelaba, enmarcaba, cobraba, y entregaba las fotos.
Una empleada tenía el local. Una empleada y cuatro jefas, las Bergolotio de Colgajo Romero; la madre, viuda de Colgajo Romero, y sus tres hijas, Azuzena, Zara y Zelene (anotadas con esos nombres por un problema de dicción de Don Colgajo de Romero).
La cuestión es que a Ali la explotaban y casi ni tiempo para ir a su casa tenía, así mayormente dormía en el local, al lado de los bidones de líquido revelador. De ahí su olor nauseabundo.
Ali tenía el pelo (va, lo que comunmente crece como pelo) de un color raro, ya que el líquido revelador de aportaba diversos "tonos sobre tonos" según la exposición al mismo. Tenía ondas en el pelo, y a veces lo tenía lacio, pero cuando se podía lavar lo tenía tipo "mota", sacado de su padre, Roberto Motta.
Un día mientras revelaba un rollo de 36, escuchó un parlante que avisaba a toda la comunidad argentino-paraguaya de un gran bailongo en el club del pueblo con banda invitada y todo.
La pobre Ali que ni tiempo para ir al baño tenía, cuando terminó su trabajo se fue a llorar junto a los bidones; y así pasó la noche y cuando ya el cansancio le ganaba tuvo una visión (que no fue Víctor Sueiro), fue su hada madrina.
El hada era en realidad madama del prostíbulo "Condonminio", y se hacía llamar Hada (la "h" era para darle cierta sofisticación al nombre); y se le acercó a Ali golpeando el vidrio del ventiluz del baño. Así fue que le llenó la cabeza diciéndole que afuera la esperaba otro mundo lleno de colores (los colores del prostíbulo).
Ali se vio llena de energía de nuevo y le dijo a Hada que quería ir al bailongo y reventar la noche con algún chongo paraguayo, y coordinaron que a la noche siguiente, la del bailongo, Hada le traería ropa para cambiarse y un desodorante de ambiente.
Y llegó la otra noche y Ali vio como las hermanas Colgajo se emperifolaban con unas polleras a lunares y salían aceitadas a mover el esqueleto a la noche paraguaya. Ni se imaginaban lo que pasaría más tarde.
El bailongo estaba hasta la manija porque el líder de la banda que cantaba esa noche atraía muchas mujeres, y muchas mujeres atraían muchos hombres. Héctor Octavio se hacía llamar el muchachote (una mezcla de brasileño-paraguayo que cuando no cantaba, se dedicaba a pasar armas en la frontera). Como locas las pibas. Todo marchaba bien, las Colgajo se apretaron a un patovica entre las tres para tratar de llegar al camarín del cantante. Ardidas estaban.
Hasta que de pronto, luego de tanto tema movido se apagaron las luces, apareció el humo y salió Héctor Octavio con una camisola blanca (al estilo pastor evangelista) entre el griterío de la multitud. Pero no sólo él apareció. También entró, colándose, Ali; vestida con una minifalda roja tan diminuta que parecía una vincha. Arriba una camisa anudada dejaba ver su ombligo (aún con restos de líquido revelador). Y todos se dieron vuelta para verla entrar... porque se llevó por delante al mozo y lo desparramó por el suelo. Pero el flechazo fue total.
Héctor Octavio no podía arrancar con el tema. Ella se acercó despacio al escenario y él la animó a subir. Entre ocho tipos la lograron levantar y subió. Allí, cerca de su ídolo, esperó que él le cantara el tema casi al oído ante la furtiva mirada de las Colgajo que hechaban espuma por las orejas.
Pero no todo fue perfecto porque en el medio del baile, cayó Hada a pedirle a Ali que devolviera las pilchas que le había prestado.
La cuestión es que todo terminó en una bataola donde chocaron sus fuerzas los gendarmes, los integrantes del grupo y la gente en general. Volaban las sillas y las botellas. En el revoleo Ali quedó semidesnuda y pudo arroparse con un mantel que decía "Soda Coco", y se perdió entre la multitud.
Al otro día, ya en el trabajo en la puerta la atajaron las hermanas Colgajo como para lincharla y vendérsela a Hada para el prostíbulo. Ali no pudo zafar de la situación porque los gendarmes estaba de parte de las hermanas (que ya se los habían pasado a todos), así que esperó que llegara Hada a llevársela.
Ya cambiada y limpia en el prostíbulo, Hada le prestó la misma ropa que le había dado para el baile. Y mientras Ali pensaba en como sería su nueva vida, la llamaron para el primer cliente. Y quien era el desubicado que iba al prostíbulo a las 11 de la mañana? Era Héctor Octavio, que traía cierta resaca del bailongo.
Pero al verla parada en la puerta de la pieza Héctor recobró la memoria instantáneamente y cayó (borracho) a los pies de Ali.
Se escaparon por la ventana y nadie supo más de ellos. Dicen que se cambiaron los nombres y pusieron una verdulería en Misiones. Héctor Octavio todavía pasa armas en la frontera cada tanto.

Do you remember?

Se que uno tiene recuerdos. También se que uno olvida recuerdos. Y se también que uno atesora recuerdos.
Esos recuerdos que tienen miles de colores, varias sensaciones, distintos olores, diversas formas y texturas.
Recuerdos que vienen y van libremente o uno cree que es así. Pero no, así como uno elige sus recuerdos también elige darles vía libre para circular por su cabeza.
Y pasa que a veces uno cree que hay recuerdos que se pierden sin sentido, pero no, ahí están. Listos para asaltarnos a la vuelta de la esquina, paseando por la plaza, tomando un micro, leyendo un libro, escuchando algún tema musical, mirando por la ventana.
Y nos caen encima y nos muestran que estaban ahí, ahí donde los dejamos. Porque los dejamos? Para volver a recordarlos? Porque son como esas cosas que uno cambia de lugar para no tirar? Porque los recuerdos no se tiran?
Por eso, porque los recuerdos no se tiran, se guardan, por el sólo hecho de ser recuerdos.
Así traigan con ellos felicidad o tristeza, o nos recuerden que nos equivocamos, o nos hagan plantear el tan incierto "que hubiera pasado".
Y más allá de estas cosas que nos "hacen los recuerdos", nos muestran nuestra capacidad de recordar, cosa que nunca debemos perder, y nos hacen ver que siempre podemos volver a recordar.
Y ya se que no se puede vivir de los recuerdos, es al revés, los recuerdos forman parte de nuestra vida, son esas cosas que hicimos, que nos formaron, y nos sirvieron para seguir adelante.
Y nos sirvieron para sentirnos importantes, impotentes, felices, tristes, solos, esperanzados, inquietos, apesadumbrados, vivos y con ganas de...
Por eso hoy se que junté muchos recuerdos, y al escribir esto los estoy trayendo de nuevo a la superficie. Y también se que algunos no están completos ni se si se completarán alguna vez, pero están y eso es lo importante. Y como escuché una vez por ahí... se que nos veremos en el camino, yo y mis recuerdos.
Así que ahora que termino de escribir, lo importante no es el comentario de esto, lo importante es que el/la que lo lea lo recuerde.

viernes, 4 de julio de 2008

La verdad sobre... patito feo

Había una vez...
No no..
Vamos de nuevo.
Resulta ser... que en una granja del Conurbano bonaerense había una pata (que no era Villanueva), que venía empollando un montón de huevos durante mucho tiempo. Entonces un día se pudrió y les pegó una pasada por el microondas y nacieron todos. Bueno... todos es un decir, porque uno no salía del cascarón.
Le costaba y nadie le daba una mano, como es natural. Tuvo que romper solo el cascarón para salir. Y al final ante la presencia de todos, incluyendo un par de fotógrafos de un suplemento rural, apareció altivo, lleno de orgullo y lleno de una sustancia pegajosa horrenda, un asco y feo, principalmente feo.
Todo el mundo se preguntaba que sería, ni pato, ni ganso, ni chinchilla, ni butarda, nadie sabía.
Y como se reacciona ante algo que se desconoce su origen? Lo hecharon a patadas de la granja; ni carpa le dejaron instalar. La pata se hizo la re boluda y en un paseo por la laguna, se piró sola ante los comentarios de que le habían metido un huevo ajeno.
Así es que nuestro pequeño y feo amigo se fue antes de que lo lincharan los chanchos.
Al tiempo de andar se cruzó con una casa de una vieja que tenía miles de otros animales, y se mandó al ver la puerta abierta. Lo recibieron un gallo negro con muy mala onda, un gato capón y una lechuza visca. Lo atajaron al vuelo y lo interrogaron con picana en mano, mientras giraban un fierrito sobre el fuego de una estufa a modo de "spiedo". Luego de varias horas de preguntas sin sentido al gallo le tocaba ir al gallinero, el gato se fue por los techos y quedó sólo la lechuza.
Así que viendo que la cosa se iba complicando, nuestro amigo pudo zafar de la situación tirando una piedra para un lado y corriendo para el otro, mientras la lechuza no sabía para donde apuntar.
Salió a las disparadas y a pocos metros se metió en un montecito en donde buscó refugio de la noche. Empezó a hacer frio y se acurrucó en un matorral para dormir. A la mañana siguiente volvió a andar y a buscar algún lugar para morfar y recuperar energías. Pero esta vez le fallaron las fuerzas y le ganó el frio. La cuestión es que se congeló como Walt Disney y quedó atrapado en un charco. Lo rescataron un par de pibes que pasaban juntando cartón, y viendo que no despertaban le dieron a la fuerza un trago de caña quemada, lo cual hizo que pegara un salto terrible, y hasta pensaron que era alérgico o tenía epilepsia.
Cuando se calmó les agradeció a los pibes y se fue zigzageando, no sin antes llenar una petaca con caña quemada. Y ya sin rumbo fijo y desanimado por ver su reflejo en otro charco, que le mostró una mancha entre marrón y parda, media deformada y borrosa (algo muy parecido a "Oggi Junco"), fue en busca de algo para cortar su sufrimiento.
Así es que de pronto se encontró en una laguna hermosa. Más bien una cava, en la que vio un par de patos enormes y esbeltos todos tuneados llenos de "bijou". Al verlos se escondió entre los pastos, pero como hizo ruido, se le fueron al humo y lo rodearon. Ya dispuesto a que lo molieran a palos agachó el cuello. Pero uno de los "patos grandes" le dijo: Hola...tipo naaa, quien sos? What pass?
Y nuestro amigo les dijo: Hola, ando perdido y no quiero molestarlos con mi horrenda presencia, ya me voy a otro charco (algo de razón tenía porque traía una baranda bastante fuerte).
Pero lo volvieron a mirar y le dijeron: No problem chabón... que buen look el tuyo, ninguno de nosotros queda así ni después de un día en el spa. Que clase de cisne sos?
Cisne yo? preguntó nuestro amigo. Si yo soy horrible.
Ahí nomás uno de los cisnes viejos, sacó de una bolsita un espejito y se lo dió. Al verse notó que tenía una facha bárbara, y la mugre la daba un aire de aventura a sus plumas. Y se armó un grupo en el cual nuestro amigo pasó a ser el centro.
Al tiempo de andar por la cava, se encontró con una hermosa y bella "cisna" que lo conquistó.
Dicen que ella estaba toda operada y solo le interesaba la fama. Y fue así que esa relación no prosperó y a nuestro cisne lo dejaron por ganso.

PD: Gracias Agustina por tu re-colaboración!

jueves, 26 de junio de 2008

Pescalandia

Cuando sos chico te divertís. Cuando sos grande ya no tanto. Mitos y verdades de la pesca.
Y sí, uno que ha transitado los caminos de la pesca, viene aquí a reflexionar sobre esta tarea milenaria.
Cuando sos chico te divierte sacar lombrices y embarrarte hasta las orejas por un mísero puñado de carnada. Pero cuando uno va creciendo ya quiere tener todo servido y no es lo mismo que te ataquen millones de mosquitos por una "coloradita" de esas que son movedizas.
O lo mismo pasa cuando necesitamos tener mojarras, dientudos o alguna otra cosa por el estilo. Porque en pleno invierno te congelás en un charco sucio pasando un mediomundo viejo para sacar miles de "panzuditos" y ninguna mojarra.
A esta tarea tenemos que sumarle la verificación de los implementos de pesca, los cuales van cambiando a medida que uno va creciendo o perfeccionándose en esta tarea.
Primero cañita de flote con una boyita, luego llega el primer reel que es casi de juguete; más tarde la primer "galleta" con el nylon del reel, y después el reel en cuestión tirado a la basura. Más adelante la primer caña en serio como para grandes piezas y una línea con más anzuelos y plomada; luego el primer golpe con la plomada.
Hay que sumarle a la caña, el "posacaña", elemento traicionero si los hay. A simple viste es un fierrito, pero guarda!, esconde su secreto. Y pasa a ser una cuestión vital para pescar a veces, porque si resulta que es débil o medio "enclenque" al primer pique... a la mierda la caña. Y ni hablemos de clavarlo... más de uno se habrá quedado con un fierro torcido; o peor aún con alguna parte del posacañas en la mano, dejando inutilizado el elemento.
Así que ya tenemos la carnada, la caña con su línea y el posacañas. Listo ya podemos pescar.
Error.
Lo que podemos es hacer el intento de pescar "algo", porque en realidad tenemos llenarnos de paciencia y esperar a que pique algún pez. Y esa espera a veces se nos hace interminable y a veces nunca llega ese tan ansiado pique. O sea que preparamos todo el pedo.
Eso si, si uno va en grupo se hace más llevadero todo el tema, y ni hablar de encontrarse con desconocidos que nos narran como estuvieron a punto de sacar una ballena, o a la simple pregunta de: Y, sale algo? Nos dicen que no existen peces por esa zona.
El pescador es avaro, ante todo. Quiere su cardumen y no lo comparte. Y si no puede evitar compartirlo lo trata de esconder por lo menos.
Volvemos a casa... con raspaduras, pinchazos, picaduras de mosquitos, tábanos y toda clase de alimañas rastreras, olor a pescado por todo el cuerpo, pinchazos de aletas, líneas y plomadas perdidas y el alma cansada. Y si tenemos suerte y llegamos con alguna pieza, nos reciben con un: Eso sacaste?
Y ahí aflora la otra tan ansiada capacidad del pescador: la fábula, la historia. Porque no hay nada más interesante que preguntarle a un pescador como le fue. Luego de preguntar nos encontramos con una catarata de hechos que sobre todo están marcados por los "casi" y por las medidas (extralimitadas) de los peces que se escaparon "ahí nomás". Dignos de Moby Dick.
Pero a no aflojarle, porque habrá otras jornadas de pesca por delante. Y si no, siempre es bien recibido un kilo de filet de merluza fresca.

martes, 24 de junio de 2008

Entre la espada y el pañal

Por qué acepté un sábado con amigos? Ah ya se, pensé, amigos, viejas épocas, y otros etcéteras. Vaya a saber que fue lo que me condujo esa noche a las puertas de aquella casa, que por fuera parecía normal; y por dentro, era el “templo de Barny”!.

Y mis amigos al igual que yo crecieron. Pero no sólos, la mayoría se casó, amontonó, amuchó, juntó, concubinó (término inexistente pero útil a estos fines) y estas situaciones trajeron sus consecuencias, las cuales ahora corren, gritan, patalean, rien, lloran, y tienen nombres (a los cuales no responden).Allí estaban mis amigos y sus familias. Y eran demasiados para la casa.
Ah, yo soy tipo oveja negra o algún bicho raro, porque llegué solo.
A primera impresión todo parecía normal. Entre tanto pañal, pishina, popo, moco, juguetes, chifles de goma, peluches, mamaderas, autitos, muñecas, jarritos con bombillas, pomos de Dermaglós y óleo calcáreo, estaban mis amigos.
Uno trataba de hacer un asado mientras miraba de reojo a sus hijos como se tiraban con las brasas. Otro quería armar la picada sin picarse los dedos, porque tenía colgada del cuello a su hija. El resto estaba más o menos despreocupado (sus respectivas parejas no).
Las charlas masculinas rondaban los temas de siempre, trabajo, autos, fútbol, y hazañas del tipo: No sabés como le dejé la moto! A todo esto yo respondía un: No me digas/Ah, mirá vos/Que bien/Que mal/Claro.
La mesa fue parecida, pero con la diferencia que allí si intervenían las mujeres, que antes estaban encargadas de la ensalada, los pañales, los cubiertos, el dermaglós, y se amontonaban como gallinas en desgracia. Y las charlas giraban en torno a que habían acampado frente al jardín de la nena para anotarla (más días que los maestros frente al ministerio) si el nebulizador era bueno o malo, si los pañales paspan, si el jabón sacaba las manchas de crayón. La consigna era nombrar todas las palabras en diminutivo.
Me sentí como Favio Zerpa, o en un capítulo de los Expedientes X. Parecía Clemente, no atajaba ni una. Me sentía como ese color que no podés ubicar en el cubo mágico. Estaba entre la espada y el pañal.
Eran mis amigos o me había equivocado de casa? No quería crecer? Me tocaría esto algún día? Llegaría a aprender las letras de Barny? Esas caras eran de felicidad?
Y encima el postre no llegaba más. Incómodo, mi cabeza seguía preguntándome si era yo el antisocial o me faltaba contacto humano. Justo cuando estaba por brotarme se hizo la hora de partir; y allí me fui a casa, confundido y pensando luego de estar con esos seres que antes tenían el pelo largo y otros sueños. A la salida pisé un chifle de goma. No sonó.

jueves, 5 de junio de 2008

We can't dance

Cuando entramos en patota nos dispersamos como un tropel en libertad. Como buscando el mejor terreno donde clavar bandera. Y no es que había una epidemia de desesperación por algo, pero la noche daba.
Ya no recuerdo cuántos éramos; tal vez 8, tal vez 6, tal vez 10. Nos deslizamos en busca del mejor lugar para centralizar las acciones noctámbulas. Fuimos en busca de tragos y bebidas espirituosas.
Algunos se acomodaron en el baño, frente al "espejo" que apenas brindaba algún azulejo.
La oferta era razonable y diversa. Pero bueno, como todo había que buscar para separar "la paja del trigo".
Y en una pasada la ví, y no fumaba unos chinos en Madrid, sino que se recostaba contra la pared a cubierto de una semioscuridad. Aunque se apreciaban sus rasgos, su belleza casi delicada.
Pasaban frente a ella un sinfín de oportunidades. Hasta que en una de las vueltas uno de nosotros se animó y se acercó con cautela. No estaba sola; un par de amigas la secundaban. Así que se reunió un pequeño grupo comando de apoyo, armado de frases hechas y artilugios ya conocidos "por todas". Hubo charlas, risas cómplices, tragos de por medio, pero no baile (cosa que pareció raro). No recuerdo cuanto tiempo pasó pero lo cierto es que la noche pasó y nos fuimos.
Al sábado siguiente se retomó la acción, pero esta vez el valiente fue a la carga sólo. Y todo se repitió casi como calcado, más risas y charlas pero sin bailes de por medio, lo cual ya era muy raro. Era como extraer un diamante de la piedra; un trabajo minucioso y de paciencia, pero que daba sus frutos.
Y a la semana siguiente otra vez el cántaro a la fuente. Y otra vez a la tarea de conquistar con tacto, con cautela y tratar de empezar con un baile o algo que lograra acercarse un poco más.
Allá fue nuestro caballero sin armadura, y todos estábamos ansiosos por saber más, por intentar descubrir si había algún tipo de avance.
Así fue que lo vimos... estábamos reunidos en ronda, un poco alejados de la escena y mejor que fuera así. Cuando por fin ella se dejó llevar por el baile, salió de la oscuridad a mostrarnos su belleza de la mano de nuestro caballero. Por eso no bailaba... arrastraba la pierna izquierda.

martes, 3 de junio de 2008

A vos

A vos, que no me miraste
A vos que si me miraste
A vos que no me tocaste
A vos que si me tocaste
A vos que no me gozaste
A vos que si me gozaste
A vos que no me dejaste
A vos que si me dejaste
A vos que no me lloraste
A vos que si me lloraste
A vos que no intentaste
A vos que si intentaste
A vos que no me sufriste
A vos que si me sufriste
A vos que no me puteaste
A vos que si me puteaste
A vos que no me soportaste
A vos que si me soportaste
A vos que no me abrazaste
A vos que si me abrazaste
A vos que no me hablaste
A vos que si me hablaste
A vos que no me amaste
A vos que si me amaste
Hoy te digo que todos nos equivocamos y seguimos, pero sabemos que nos equivocamos. Que nos entra el "principio de incertidumbre", y que aunque parece que les escribiera a todas, te escribo... y te extraño a vos.

lunes, 12 de mayo de 2008

Haciendo la cola...

Mientras hacía un intento de almuerzo con sabor a nada, debido a un estado gripal que anulaba mi sentido del gusto, pensé en el hecho de "hacer la cola" o "hacer cola". Esa misión cuasi divina del humano común.
Y así como pasa desapercibida para muchos, yo me detuve para analizar el intrincado mundo de "hacer la cola". Y es que para este arte hay muchas variantes, así como también distintos tipos de colas.
Las colas largas, cortas, medianas, las colas gubernamentales, administrativas, deportivas, comerciales, de esparcimiento. Y veamos aquí que la cola es un elemento que se retroalimenta, como un siempiés infinito, porque uno al fin y al cabo es como que no la "hace", la "transita". Uno pasa a ser un eslabón en la cadena de alimentación de la cola. La cola se nutre de uno.
Y la cola es un mundo, o varios. Es como el mágico mundo de Disney, pero sin Disney. Se puede encontrar todo tipo de personajes (de acuerdo con la cola que uno haga).
En la cola del supermercado se pueden llegar a vivir momentos de más tensión que en 'Rescantando al soldado Ryan', porque si uno está con el tiempo justo la cola se retrasa, eso es indefectible. No falta que uno esté con una caja de fósforos, un pan de manteca, y dos sobres de jugo en polvo, para que adelante se encuentre la encargada del comedor de niños más cercano haciendo la compra para todo el mes.
Y también nos encontramos con esa gente que a pesar de ver el cartel de que por esa cola transitan los que tienen "hasta 10 productos", llenan el chango hasta arriba. Su frase: "Hay, no me di cuenta".
O la vecina indignada con el supermercado en cuestión por el tema de la suba de precios y alguna otra cosa, y uno termina siendo el confidente de un pasado oscuro de una extraña. O enterándose de que en el 'chino' de la otra cuadra la yerba está 35 centavos más barata. O siendo testigo y cómplice de una proclama a viva voz de un señor indignado con toda la cadena del 'super'.
Otra tema son los carros, que dejan de cumplir su función para ser un mini transporte escolar y al momento de meterlos en la cola la cosa se complica. Porque los crios en cuestión tocan, tiran, lloran, patalean, berrinchan, se pelean con los hermanos que quedaron abajo, abren los productos y terminan comiéndose el postrecito antes de que la madre lo pague en caja.
Pero no solo es la gente que alimenta a la cola la que puede generar un retraso. Están las cajeras. Esas niñas dulces, con cara de almanque mes de abril, que te dicen gentilmente: Por esta caja no podés pagar con tarjeta porque se cayó el sistema; mientras vos analizás si huir con el chango lleno o sacarlo marcha atrás molestando a toda la cola y siendo el centro de atención de todo el 'super', para luego esperar otros 40 minutos para poder pagar.
Pero, pese a todo, este tipo de colas no llegan a ser tan 'heavys' como las colas deportivas.
Ahí si que hay que tenerle respeto a la cola, es más, debe ser una de las que más se respeta. Porque son más grandes, más activas y cualquier elemento fuera de lugar puede generar una avalancha digna del Cerro Catedral. Si en la cola deportiva se protesta, protestamos todos porque es una cuestión social y que queda bien. La cola deportiva generalmente no piensa en que los turros de los organizadores habilitaron 3 ventanillas para 10 mil personas, directamente arremete contra los humildes vendedores de entradas.
Y ni hablar, ni susurrar, ni pensar en 'colarse', porque la cola deportiva 'no es lugar para los débiles'. Y si estás pensando en quitarte la vida o al menos atentar contra ella, andate sobre la hora del espectáculo deportivo que quieras y 'colate'. Terminarás como Roberto Carlos, pero con un millón de enemigos.
Pero si estás pensando en irte al Tíbet para hacerte buda o meterte en un monasterio y pagar tus pecados, tenés algo más cerca. Alistate en cualquier cola administrativa gubernamental o privada y vas a sentir en carne propia el arrepentimiento. Vas a sentir, dolor (de pies), desesperanza, rabia, indignación, esperanza, ira, cansancio, felicidad. Todos esos sentimientos juntos y desordenados. Porque la cola administrativa es como 'La Historia Sin Fin', nunca sabrás cuando vas a terminar, porque hay que dedicarle varios días, semanas, meses y hasta años. Yo recomiendo llevar víveres en algunos casos y una brújula, porque algunas están emparentadas con 'el Impenetrable'.
Bueno, los dejo que tengo que hacer la cola y se me hizo tarde.

jueves, 8 de mayo de 2008

Missing "mochil"

Un día normal parecía, o asomaba a ser así. El día antes había ido a imprimir unas cosas para un laburo, y hoy iba a llevar las impresiones para terminar de darle forma al trabajo y entregarlo.
Hasta ahí normal.
La cuestión es que tenía que tomar un colectivo que me transportaría hacia mi destino, y como es una terrible costumbre en mí, se me hacía tarde.
Pero ante la tardanza no me dejo impacientar, al contrario, me apaciguo como un chaparrón de verano que aplaca el calor. La cosa es que tenía todo listo, las impresiones y la mochila con las cosas necesarias y obviamente las innecesarias (con las cuales uno no sale ni a una cuadra). Cargué todo, agarré todo. Bueno, casi todo, porque en cuanto no había hecho ni dos cuadras me acordé que como es otra costumbre, me olvidaba algo que ya olvidé que era y que necesitaba para terminar el trabajo.
Casi volando entre hojas otoñales como un pequeño saltamontes moderno, regresé y agarré "eso" que me había olvidado. Otra vez, bajar, esperar el ascensor, cerrar con llave y caminar unas cuadras a la parada del colectivo. Más tarde se hacía.
Ya a paso de "marcha", llegué a la parada, medio acalorado y tratando de sacar las monedas justas para el boleto, y como venía de un envión en las últimas cuadras, ni bien estuve en la parada me saqué la mochila (o eso creí) y me puse las hojas grandes impresas entre las piernas mientras contaba las monedas y reponía el aire.
Llega el colectivo. Subo. Saco boleto. Me siento. Ay...! (estoy copiando a alguien, ya lo sé).
Resulta que siento que la mochila (roja) no estaba conmigo. Ay, ay, ay!!
Lo reconozco, casi entré en pánico, pero bajé lo más rápido que pude, no sin antes pensar en tirarme por la ventanilla. Volví corriendo a la parada y veo a una señora, a un pibe, pero no a ella. Mi mochila no estaba. Haciendo un giro de 360º con mi cabeza y mirando al cielo en busca de una respuesta, casi me faltó gritar: Porque!!!
Agarro mi celular y llamo a mi socia (mi ex) y tratando de mantener la calma le cuento lo sucedido. Ella con su calma habitual y conociéndome un poco, me dice: No te la habrás olvidado?
Me enfurecí como toro con trapo rojo y lo más energicamente que pude lo negé (tres veces). Luego me dijo que me tranquilizara y que tenía cerca una comisaría.
Así que allá fui, otra vez a paso de marcha y cada vez más transpirado e intranquilo. Repensando lo que llevaba en la mochila: mi vida.
Llegué a la comisaría para hacer la denuncia de... de qué? No sabía como catalogarlo, si robo o extravío, o extrarobo, o algo por el estilo. Con seguridad pensé robo, porque me la había sacado cuando llegué a la parada y todo eso.
Me tuvieron casi media hora esperando para hacer la denuncia (un sábado a la tarde era), y cuando por fin se desocupa un oficial, resulta que no podía porque no se que carajo tenía que hacer. Sin enloquecer y empezar a las puteadas fui tras otro "efectivo" que me guió un piso arriba donde me tomarían la denuncia.
Y que pasó, la chica que me tenía que tomar la denuncia... no sabía hacerlo porque esa no era su tarea. De Guatemala a "Guatepeor". Pero voluntad no le faltaba, así que estuve otra media hora o más contando y recontando las cosas que tenía en la mochila (obvié los preservativos creo). Creo que hice la lista unas 34 veces en mi mente: la billetera con la plata que me quedaba, la cámara digital, el cargador, las pilas, un chicle viejo, una manteca de cacao (que tenía desde el viaje a Bariloche), ganchitos, lapiceras varias, lápices negros, una goma de borrar, agenda, papeles varios con anotaciones, direcciones y teléfonos varios. Y cada vez que creía terminar la chica me preguntaba: Eso es todo? Y arrancaba otra vez, parecía que iba en círculos como un perro persiguiéndose la cola.
Harto estaba, con calor, cansado, todavía intranquilo y preocupado por la pérdida, hasta que al final escuché el click final de la máquina de escribir y el shrrrik, shrrrik, shrrrik al sacar la hoja. Había terminado, había hecho la denuncia por robo de mi mochila roja y me fui caminando a casa otra vez, con las impresiones en la mano, mi cabeza por las nubes y mi alma hecha pedazos.
No podía ser, no le encontraba respuesta, y cuando uno se desespera por encontrarla más cuesta en aparecer; esa es una realidad indiscutible.
Esta vez caminé más pausado, porque lo que había pasado ya había pasado y no lo podía volver atrás, ya la mochila no estaba y tenía una mezcla de furia, tristeza, amargura, soledad, rabia y cualquier otro sentimiento por el estilo.
Casi sin ganas llegué al departamento. Otra vez esperar el ascensor, subir. Llegó el ascensor, llegué al séptimo, el último, mi piso y abrí la puerta y busqué la llave para abrir.
Y ahí la vi, casi como una aparición, un espejismo en el desierto, con sus manchas particulares, media rota en algunas partes. Tirada sobre la mesa como una mujer que espera ser retratada por un pintor, estaba la mochila.
Por verguenza llamé a la comisaría para avisar que había recuperado los documentos. Luego de eso me tomé unos días de descanso.

viernes, 2 de mayo de 2008

Bendita moda

No se quién fue ni a quién se le ocurrió, pero lo impusieron como a tantas otras cosas. El pantalón "chupino", "chupín" o como se digne a nombrarlo la vendedora de turno.
El tema es que me puse a pensar en el inventor de dicho corte de pantalón femenino, y llegué a la conclusión de que debe ser una mala persona, alguien jodido.
Y sin ofender a ninguna ninfa que se le anime a dicha prenda, les digo una gran verdad: en el 90% de los casos queda como el traste, y por culpa de como lo hace lucir a este último.
Resulta que no realza los dotes femeninos, los tira por tierra, o más vale les tira tierra porque a aquella que intenta mediante la postura u otro ardid mostrar con dignidad su parte posterior, se calza un "chupino" y zás!... no está más, se lo jugó la truco y fue al retruco con un 4 de copas.
O a veces pasa que no alcanzan a llenarlo, y se aprecia una serie de pliegues que asemejan que llevan un pañal o algo por el estilo. Nada menos erótico.
Pero así y todo, los misterios insondables de la psiquis femenina hacen que éstas usen cualquier cosa que vean por ahí, sin importar o reparar en su propio cuerpo o en un mísero espejo que les devuelva la realidad.
Porque si se usa queda lindo. Y no señores, nada más alejado de la realidad. Si se usa, andá con cuidado porque te podés llevar más de un desegaño.
Las que tienen piernas flacas, con el "chupino" quedan cuasi como un tero o algún otro animalito zancudo. Aquella que es corta de estatura, hasta parece más corta todavía y uno a veces suele buscar en los pies la crema de la torta de donde salió.
Y no hablemos de tener diferentes tipos de arqueamientos en las miembros inferiores, porque el "chupino" nos da una radiografía de la posición de las piernas.
Así que amigas de la moda a toda costa, a pensarlo antes de entrarle a ese "chupino" hermoso que vieron el otro día con una amiga que nos dijo: Pero mirá que lindo que está!! Porque está lindo ahí, puesto en el maniquí de la vidriera, y por ahí en una de esas a vos no te va.
Y una sincera reflexión: no insistan, no insistan, porque ni el cambio de tela, o la textura, o el color van a cambiar a ese bendito pantalón. A pensar antes de comprarlo y a probárselo antes con alguien de confianza que les haga ver la realidad.

domingo, 20 de abril de 2008

Yerba mala

Los veranos a veces nos íbamos de vacaciones lejos y otras veces no, y las veces que no, nos quedábamos en alguna playa cercana. Y estaba bueno igual, porque cuando uno es chico, lo importante es tener un lugar para corretear y divertirse.
Y siempre me divertí, pero a su vez siempre fui "medio boleado", caminaba sin mirar lo importante: el suelo.
Resulta ser que andaba "cazando cachirlas" por la playa, juntando cosas que trae el agua, examinando camalotes y esas cosas raras, hasta que el calor hizo que quisiera darme un chapuzón para refrescarme. Y que hacen los chicos cuando van al agua... corren. Corrí y metí un panzazo terrible, y al rato salí... corriendo, y no la vi, sinceramente no la vi. Una almeja del tamaño de una naranja sobresalía de la arena cual estaca de trampa en un pozo. Tajo colosal resultó ser cuando levanté el pié. Casí ni tiempo a gritar me dio. Mi viejo que venía atrás me levantó y me llevó hasta la carpa a curarme. Hasta ahí llegué ese día, me quedé en la carpa medio lloriquendo y con la pata para arriba.
Volvímos a casa y al otro día mi viejo me llevó al hospital para que me viera un médico. Bueno... esa era la idea en un primer momento. Al hospital llegamos. Esperé en la guardia y entramos.
Un tipo medio pelado, de chaquetilla blanca y con apellido que ya no recuerdo (yo por ese entonces tenía unos 9 o 10 años), me atendió, me revisó la herida, me aplicó la antitetánica, no sin antes preguntarme como me había hecho el tajo y esas cosas de rigor.
Todo parecía normal hasta ahí, hasta que de pronto el médico se puso a hablar con mi viejo y a explicarle la situación ante un corte semejante. A medida que iba hablando a mi viejo se le endurecía el rostro, y yo medio distraído alcancé a entender como que había pasado el tiempo para darme la vacuna (que ya me habían dado), y que había una posibilidad de que me agarra tétano y algo mucho peor. Pero el médico no tuvo mejor idea que decirlo delante mío. Y a la salida, le pregunté a mi viejo: Pá, ese señor dijo que me puedo morir?, y ese fue el detonador que casi deja sin un médico al hospital, porque mi progenitor lo quería recagar a trompadas al fulano ese.
La cuestión es que pasó el tiempo, el tajo cicatrizó y hoy lo luzco casi con orgullo, como la cicatriz de una batalla.

domingo, 13 de abril de 2008

Peluqueros... no coiffure

Nada mejor que usar el pelo corto pensé una vez. Y bueno, durante una época me lo cortaba corto (cuando se usaba largo, debe ser por eso que recuerdo siempre la publicidad de Heineken "No sigas a la manada"). Y uno pensará que usando el pelo corto no hay riesgos. Error. Yo diría que hay más...
Una mañana fresca de mayo, que fui en busca de un peluqero, caí por obra y gracia de sabe quien en la peluquería de los Hermanos Saettone. Eran como los alpines, tres, pero no venían de la guerra.
Al entrar se respiraba otro aire, era como entrar a otra época. En la que se usaba "gomina" y el cabello largo era sólo de las mujeres.
Todo el local parecía que se mantenía impávido al paso del tiempo, más precisamente en la década del '50 creo o antes también. Todo el mobiliario acompañaba, los sillones de peluquería, las bachas para lavar la cabeza, los elementos para afeitarse, los muebles con los espejos desgastados, el piso de madera, la poca luz que entraba al lugar, y los hermanos también acompañaban. Entre los 3 creo que juntaban unos 250 años.
Llegué a media mañana, el sol daba de frente al local. Y entré casi como la luz, pidiendo permiso. Y ahí estaban, con su chaquetilla blanca, pelo corto, afeitados, ni un pelo fuera de lugar. Me sentí como en la máquina del tiempo.
Vi como le estaban cortando a otro tipo y muy amablemente me preguntan si me iba a cortar. Obvio pensé, no vine a levantar quiniela. Y en ese momento atendían dos de los 3 hermanos.
No recuerdo el nombre del que me cortó. Bueno, cortó es un decir. Porque veamos, le dije que me cortaba cortito y medio parejo en toda la cabeza, cosa que no había como pifiarle y lo que escuché como el ruido de las tijeras mientras me cortaban, no era precisamente eso, más bien si, pero era el ruido que hacía la tijera con el perno flojo movida por la mano, temblorosa y movediza.
Cuando el ruido acabó, casi sin darme cuenta se me había avalanzado sobre un costado y cortado a la altura de la oreja la patilla; aquella que yo cuidaba con cariño debido a la falta de crecimiento de pelo. Me la destrozó en un santiamén y no le podía decir que me la volviera a pegar.
Semifrustrado por eso, pero con el pelo al fin corto, me traté de mirar en el espejo y alcancé a ver una figura que se parecía a mi, pero con el pelo corto.
Llegué a casa, saludé y vi como me miraban mi vieja, mi viejo, mi hermana y mi abuela. No sabían que decirme, hasta que mi adorable pero realista madre soltó: Gonzalo... vos te miraste en el espejo? Anda a mirarte al baño.
Parecía como si hubiera trabajado de extra en la película Los Pájaros y ellos me hubieran destrozado el mate a picotones. Ahí entendí varias cosas. Que la gente tiene que jubilarse, que entraba poca luz a propósito a la peluquería, que cobraban muy barato y que de ahí en más usaría el pelo largo.

miércoles, 9 de abril de 2008

Viajar es humano... viajar bien es divino

Vacaciones. Tiempo para descanso y relajación, para pensar lo hecho a lo largo y a lo ancho del año, para encontrarse con uno mismo, para disfrutar con todos los sentidos.
Y con todos los sentidos viví mi último viaje de vacaciones. A Necochea fui, en la empresa El Rápido viajé, y de la madre de ellos me acordé.
Elegí Necochea, y fui a la terminal a sacar los pasajes, luego de preguntar que empresa viajaba, a lo cual un par de compañeras de trabajo me dijeron casi a coro: te lleva el Rápido.
Muy bien pensé, ya se donde comprar los pasajes. Todo venía muy bien, demasiado bien. Llegué a la terminal y saqué los pasajes sin problema, y sin conocer los micros que me llevarían a destino. Error.
Con boletos de ida y vuelta y estadía confirmada le cuento a mi adorable hermana. Ya tengo los pasajes, saqué en El Rápido. ¿En el Rápido sacaste? fue su respuesta-pregunta con cara de si era tonto o practicaba de noche. Si le dije. Y se despachó con un sinfín de causas para no viajar por esa empresa. Debe ser de envidia pensé. Error.
Llegó el día, armé el bolso y arranqué para la terminal a la noche. Y yo que charlo hasta con las paredes, me acerco a una chica de edad indefinida y le pregunto: Este es el que sale a Necochea no? Y casi con la misma cara que me puso mi hermana, me mira y me dice: No conseguiste pasaje en otro micro? Hay... pensé.
Y con solo mirar el micro al que ella se iba a subir y que también iba para Necochea me di cuenta de mi error. Una diferencia abismal. El mío parecía un micro de la hinchada de Atlanta.
Pero con coraje y encomendándome a la virgen de los caminos, me subí. Y ahí nomás al primer escalón, sentí el calor que envolvía mi cuerpo, más bien el olor a tercer tiempo que había dentro del micro. Parecía que no lo barrían desde "verano del '92". Sumado a esto, cuando llego al asiento que me había tocado, que pasaba... no se reclinaba. Obvio.
Bueno, me acomodé, me saqué toda la ropa posible y me dispuse a sufrir el largo viaje. De dormir ni hablar. Aire acondicionado no había, pero en un momento cuando ya estábamos en ruta sube uno de los choferes y se acomoda para dormir. Me acerco transpirado y con cara de perro perdido en enero en la Ruta 2 y le digo: Disculpame, pero el aire no lo van a prender? No anda, cualquier cosa acercate a una ventanilla y abrila. Ni una ni otra, porque ventanilla cerca no tenía y la que quedaba más cerca no se abría. Es así que viajé 8 horas a Necochea en un micro que paró en cuanto lugar podía, y llegué todo contracturado, cansado como perro, y de "yapa" transpirado como testigo falso. Como broche de oro, a la vuelta me tocó el mismo micro.

martes, 8 de abril de 2008

Arte culinario II

Si quieren hacer algo dulce, rico, práctico, fácil y en poco tiempo... anoten.
Van a necesitar unos 130 grs. de azúcar, que van a mezclar con 125 grs. de manteca blanda hasta que se forme una crema. Luego le agregan dos cucharadas de aceite (neutro) y dos huevos (sin cáscara), y una cucharadita de escencia de vainilla (que pueden cambiar por otra escencia que les guste). Baten todo esto bien y después le agregan unos 125 grs. de harina leudante cernida. Les tiene que quedar una mezcla media floja. Ahora toman una manga con un pico no muy grande y rellenan unos pirotines con la mezcla que ya hicieron.
Ahora pueden hacer lo siguiente, rellenan con un poco de masa, luego le pueden poner un pedacito de: dulce de membrillo, batata, dulce de leche, mermelada, nueces picadas, chocolate o lo que quieran, y vuelven a ponerle con la manga un poco de masa. Acuérdense de no llenar a tope los pirotines con masa, porque ésta en el horno se levanta. Llevan al horno a unos 180 grados durante unos 20 minutos y listo. Retiran, dejan enfriar y compartan che!!! no sean mezquinos.
PD: pueden dejar la masa sola sin relleno al medio, o pueden (sin rellenar) sacarlos del horno, esperar que se enfrien un toque y cortar con un cortador unos circulitos, rellenar con dulce de leche o crema pastelera y volver a colocar el circulito que cortaron a modo de tapita. Los espolvorean con azúcar impalpable y listo... sirven. Y si ven que cuando cortan las tapitas, se les rompen o desgranan, prueben humedecerlas con almibar.
A las que hice yo y ven en la foto, les puse además de relleno, unos chips de chocolate (gordo!).
Espero les guste y lo prueben, me salen hasta a mí. Anímense.

lunes, 7 de abril de 2008

Que grande esta familia...


Otro trabajo, pero esta vez más comunitario o social. Censista. La cuenta era fácil: poco tiempo, un lugar cercano para censar, no muy grande y buena plata. Error.
Llegué a ser censista porque estaba dando clases en una escuela (pero eso es otra historia), y llegué como "maestro". Y fui a prepararme con el resto de las/los maestras/os a una escuela a la que venían a informarnos cómo hacer el trabajo y bien.
Eran como 30 o 40 maestros y maestras de primaria, secundaria, jardín y yo que era como un híbrido. El quilombo alcanzaba ribetes inadmisibles porque todos hablaban, y se sabe que los educadores tienden a levantar la voz en el salón para que los niños los escuchen. Así que imaginense a 30 maestros juntos y nerviosos por la espera. Solo faltaba el "pogo".
La explicación duraba unos 25 minutos, pero claro está que en este caso llegamos a estar 2 horas y media con preguntas que hacían dudar de los conocimientos "primarios" de algunos.
Pero pude zafar de esa interminable situación y fui a casa con los papeles casi listos para salir. Al otro día nos dieron las zonas y allá fui.
Pero lo que a simple vista era fácil y tranquilo, se fue complicando a medida que iban pasando las casas. Porque caí en la cuenta de que la gente ve al censista como un siniestro personaje que intenta descubrir un pasado oscuro y oculto por mucho tiempo, y en realidad solo se pregunta la edad.
Ya llegando al final de mi recorrida y enquilombado a más no poder con los papeles, las lapiceras, las gomas de borrar, las listas y los planos de la zona, me acerco a una casa antigua, de esas que no se distingue cual es la entrada principal. Un paredón a medio caer y un par de puertas.
Toqué la que me pareció, y salió una nena de unos 5 años. Está tu mamá o tu papá? No hubo respuesta, solo salió corriendo hacia adentro. Me quedé solo. Toqué otra vez. Otro chico, esta vez un nene al que le hago la misma pregunta y vuelve a salir corriendo. Empecé a sospechar que no podía animar fiestas infantiles, o que tenía algún tipo de mirada diabólica, o que sufría de alguna malformación terrible, o sólo era mi cara de boludo.
Al tercer intento, sale una nena un poco más grande y escucho que responde a mi pregunta con un: Voy a llamar a mi tío. Al fin un mayor pensé. No. Tenía unos 15 años, pero bueno, era lo que había. Me hicieron pasar al patio y me acomodé para sacar las planillas y empezar con el cuestionario. Entonces me sentí como un explorador que visita un lugar desconocido, porque empezaron a salir de todas las puertas y recovecos de la casa chicos, de todas las edades, mujeres y hombres. Parecía que me estaban esperando. Por las dudas atiné a sonreir y quedarme quieto.
Se complicó un poco con el idioma, porque era castellano, o eso alcancé a comprender, pero estaba muy atravesado o muy "aprovicinciado". Una hora estuve tratando de hacerme entender y llegué a la cuarta pregunta. Cuántas personas habitan la casa? Unos 25 calculé a vuelo de pájaro. No sabía si se apilaban o si tenían sótano. De toda esa gente, sólo uno trabajaba.
Otra media hora más y casi estaba terminando todo el informe del censo cuando de pronto entra un hombre al patio donde yo estaba (rodeado por toda la gente) y pensé que era visita. Error.
Al muchacho que había estado encuestando porque creí entender que era el jefe de familia, no lo era; era un primo segundo o algo así. El que había llegado era el padre. Tuve que rehacer toda la encuesta. El padre hablaba más atravesado.

calle 7