Un día normal parecía, o asomaba a ser así. El día antes había ido a imprimir unas cosas para un laburo, y hoy iba a llevar las impresiones para terminar de darle forma al trabajo y entregarlo.
Hasta ahí normal.
La cuestión es que tenía que tomar un colectivo que me transportaría hacia mi destino, y como es una terrible costumbre en mí, se me hacía tarde.
Pero ante la tardanza no me dejo impacientar, al contrario, me apaciguo como un chaparrón de verano que aplaca el calor. La cosa es que tenía todo listo, las impresiones y la mochila con las cosas necesarias y obviamente las innecesarias (con las cuales uno no sale ni a una cuadra). Cargué todo, agarré todo. Bueno, casi todo, porque en cuanto no había hecho ni dos cuadras me acordé que como es otra costumbre, me olvidaba algo que ya olvidé que era y que necesitaba para terminar el trabajo.
Casi volando entre hojas otoñales como un pequeño saltamontes moderno, regresé y agarré "eso" que me había olvidado. Otra vez, bajar, esperar el ascensor, cerrar con llave y caminar unas cuadras a la parada del colectivo. Más tarde se hacía.
Ya a paso de "marcha", llegué a la parada, medio acalorado y tratando de sacar las monedas justas para el boleto, y como venía de un envión en las últimas cuadras, ni bien estuve en la parada me saqué la mochila (o eso creí) y me puse las hojas grandes impresas entre las piernas mientras contaba las monedas y reponía el aire.
Llega el colectivo. Subo. Saco boleto. Me siento. Ay...! (estoy copiando a alguien, ya lo sé).
Resulta que siento que la mochila (roja) no estaba conmigo. Ay, ay, ay!!
Lo reconozco, casi entré en pánico, pero bajé lo más rápido que pude, no sin antes pensar en tirarme por la ventanilla. Volví corriendo a la parada y veo a una señora, a un pibe, pero no a ella. Mi mochila no estaba. Haciendo un giro de 360º con mi cabeza y mirando al cielo en busca de una respuesta, casi me faltó gritar: Porque!!!
Agarro mi celular y llamo a mi socia (mi ex) y tratando de mantener la calma le cuento lo sucedido. Ella con su calma habitual y conociéndome un poco, me dice: No te la habrás olvidado?
Me enfurecí como toro con trapo rojo y lo más energicamente que pude lo negé (tres veces). Luego me dijo que me tranquilizara y que tenía cerca una comisaría.
Así que allá fui, otra vez a paso de marcha y cada vez más transpirado e intranquilo. Repensando lo que llevaba en la mochila: mi vida.
Llegué a la comisaría para hacer la denuncia de... de qué? No sabía como catalogarlo, si robo o extravío, o extrarobo, o algo por el estilo. Con seguridad pensé robo, porque me la había sacado cuando llegué a la parada y todo eso.
Me tuvieron casi media hora esperando para hacer la denuncia (un sábado a la tarde era), y cuando por fin se desocupa un oficial, resulta que no podía porque no se que carajo tenía que hacer. Sin enloquecer y empezar a las puteadas fui tras otro "efectivo" que me guió un piso arriba donde me tomarían la denuncia.
Y que pasó, la chica que me tenía que tomar la denuncia... no sabía hacerlo porque esa no era su tarea. De Guatemala a "Guatepeor". Pero voluntad no le faltaba, así que estuve otra media hora o más contando y recontando las cosas que tenía en la mochila (obvié los preservativos creo). Creo que hice la lista unas 34 veces en mi mente: la billetera con la plata que me quedaba, la cámara digital, el cargador, las pilas, un chicle viejo, una manteca de cacao (que tenía desde el viaje a Bariloche), ganchitos, lapiceras varias, lápices negros, una goma de borrar, agenda, papeles varios con anotaciones, direcciones y teléfonos varios. Y cada vez que creía terminar la chica me preguntaba: Eso es todo? Y arrancaba otra vez, parecía que iba en círculos como un perro persiguiéndose la cola.
Harto estaba, con calor, cansado, todavía intranquilo y preocupado por la pérdida, hasta que al final escuché el click final de la máquina de escribir y el shrrrik, shrrrik, shrrrik al sacar la hoja. Había terminado, había hecho la denuncia por robo de mi mochila roja y me fui caminando a casa otra vez, con las impresiones en la mano, mi cabeza por las nubes y mi alma hecha pedazos.
No podía ser, no le encontraba respuesta, y cuando uno se desespera por encontrarla más cuesta en aparecer; esa es una realidad indiscutible.
Esta vez caminé más pausado, porque lo que había pasado ya había pasado y no lo podía volver atrás, ya la mochila no estaba y tenía una mezcla de furia, tristeza, amargura, soledad, rabia y cualquier otro sentimiento por el estilo.
Casi sin ganas llegué al departamento. Otra vez esperar el ascensor, subir. Llegó el ascensor, llegué al séptimo, el último, mi piso y abrí la puerta y busqué la llave para abrir.
Y ahí la vi, casi como una aparición, un espejismo en el desierto, con sus manchas particulares, media rota en algunas partes. Tirada sobre la mesa como una mujer que espera ser retratada por un pintor, estaba la mochila.
Por verguenza llamé a la comisaría para avisar que había recuperado los documentos. Luego de eso me tomé unos días de descanso.
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