miércoles, 27 de agosto de 2008

La verdad sobre... El gato con botas

En realidad era un felino cualquiera, un animal del montón. No tenía un linaje sobresaliente ni llamativo. Esta es la verdad sobre... el gato con botas.
Resulta ser... que allá por la zona de la rivera bonaerense, existía un herrero que tenía como chiquicientos hijos, todos desperdigados por cualquier lado. Se ve que el buen hombre no escatimaba dando amor a las mujeres de la zona. Casi todos sus hijos eran morochos, grandotes, fornidos, de pelo negro rizado, cejas gruesas, orejas pequeñas, mentón sobresaliente (estilo patovica), pero uno le había salido diferente, cuasi que no encajaba no solo en el aspecto físico (porque era rubio, medio flacucho, ojos celestes, pelo semi largo y lacio), sino en el modo de ser y en sus actitudes. Su nombre era Adalberto.
Mientras el resto de los hijos del herrero querían seguir los pasos del padre (tanto en el oficio como en las relaciones amorosas), Adalberto quería dedicarse a la poesía.
Casi muere quemado en una fragua cuando se lo propuso a su padre, que luego de pensar y no poder agarrar a palos a su hijo que era muy ágil, lo dejó... de lado. Le daba de comer y algo de ropa, pero poca cosa más; igual no llegó a sacarle el apellido.
Las mascotas de sus hermanos eran perros, los más bravos del pueblo, dedicados a la caza, las riñas. Adalberto tenía un gato, medio flaco como él, de color... color... color gato (no viene al cuento).
El tiempo pasa y el padre de Adalberto se muere. Repartir la herencia no era tarea fácil, pero se pudo hacer y obviamente que a nuestro muchacho no le toco casi nada. Además del gato, le dejaron un cuartucho para dormir, una bolsa con algunas herramientas viejas y una botas texanas imitación piel de reptil, que usaba su padre en la juventud.
Adalberto se tenía que mantener solo y hacer algo que nunca pensó: trabajar. Lo primero que le vino a la mente cuando tuvo hambre fue en ver a alguno de sus hermanos, pero descartó la idea inmediatamente al pensar en como lo molerían a palos. Luego pensó en vender el gato, pero eso no le aportaría ni dos pesos. Pensó en comerlo y fue a buscarlo.
Allá estaba su felino amigo, hecho una bola de pelos sobre unas bolsas en el cuartucho. Adalberto entró sigiloso con una tenaza en la mano (único elemento mortal del que disponía), y se acercó en la penumbra. A los dos pasos, el gato abrió un ojo y vio la tenaza sobrevolar sobre su cabeza. A cinco centímetros pasó la tenaza. Adalberto era bizco.
Ahí nomás el felino pegó el salto... y el grito.
Pará animal!!, te vas a sacar el hombro!
Adalberto caído en el suelo no podía creerlo, su gato hablaba!! Se levantó y fue a encarar al animal, que lo esperaba cruzado de brazos y sentado sobre una tabla. Ahí nomás el gato le explicó su habilidad para hablar con los humanos, que según contó había adquirido de un guión de otro cuento.
Una vez arreglados los tantos y con ambos muertos de hambre, decidieron una estrategia para subsistir. Con retazos de tela y bolsas le armó una especie de vestimenta al gato, y en los pies le calzó las botas texanas. Un poco de membrillo en el pelo de la cabeza y le armó una hermosa cresta al estilo David Beckham.
Adalberto se lavó un poco, se emprolijó y agarró al gato y lo puso en una cajita para transportarlo, y encaró para uno de los poblados cercanos, pero en donde no lo conocían demasiado (para empezar con su nuevo emprendimiento tranquilo).
Ya entrada la noche, recalaron en una parrilla, desesperados por un churrasco, un cacho de pan, o algo sólido. Disimulando el hambre y con cara de quien está muy confiado Adalberto entró y encaró para la barra. Dejó la cajita a un costado y se puso a charlar con el dueño. Cada tanto señalaba la caja con el gato y el dueño lo miraba como si estuviera chiflado, ebrio o drogado. Pero a los 20 minutos y tres platos de maní con cáscara, el gato escuchó que el dueño decía: Bueno, pero si es una joda... te rompo todos los huesos y te cobro el maní.
Eran las 22.30 de una noche de Mayo. Parrilla "'Medio hermano". Cantidad de clientes en mesa: 11. Después de pasar la entrada y antes de llegar el plato principal... llegaron ellos: Adalberto y el Gato Peters (nombre extraído esa misma noche, de unas botellas en la parte superior de la barra).
La gente miraba atónita al flaco sentado en una banqueta con un gato a upa, vestido tipo muñequito de torta y con unas botas muy llamativas. Pero claro, al arrancar el show nadie esperaba lo que sucedió luego de las primeras explicaciones de Adalberto sobre el origen del espectáculo. Pasaron los primeros chistes malos y de golpe el toque de gracia, eso que haría que la gente pidiera un bis.
El gato había hablado y rematado uno de los chistes. Fue la sensación de la noche, y el dueño de la parrilla quedó encantado y pidió que volvieran a la noche siguiente.
Así es la historia de Adalberto, que arrancó en una parrilla de mala muerte, y luego empezó a recorrer el mundo con su gato a cuestas mostrando su espectáculo por todos lados.
Mucho tiempo y mucho dinero después, el gato al final falleció, no sin antes darle tiempo a Adalberto a que aprendiera a ser ventrilocuo.
A Peters (el gato), lo cambiaron por un muñeco bastante realista.



domingo, 24 de agosto de 2008

La verdad sobre... Los tres chanchitos

Hermoso carré con batatas acarameladas sobre mi plato, un buen vino, buena música y un lugar especial. Sobre esa escena una vez más mi pensamiento se alojó en el pasado, más especialmente en la infancia. Hoy toca develar la verdad sobre los tres chanchitos.
Resulta ser... que Alfonso, Adolfo y Rodolfo Palenque Chueco, eran tres hermanos (chanchos) que se dedicaban al tema de la compra/venta y alquiler de propiedades. Si-miento Propiedades se llamaba la empresa.
Habían comenzado jugando en una casita precaria en un árbol y cuando vieron que los demás querían subir y conocer, se apiolaron y empezaron a cobrar un bono contribución. Contribución para construir otra casita en otro árbol aledaño.
Con el paso del tiempo llegaron a tener 120 "casárbolas" (nombre comercial de las pequeñas contrucciones), y se repartían el manejo de las primeras propiedades entre los tres. Alfonso que era el más fresco de los tres atendía sólo 10 casárbolas; Adolfo, ya más apiolado en el tema del mantenimiento, atendía 30. Y Rodolfo, el alma del proyecto, manejaba las restantes 80.
Pero los manejos de los Palenque Chueco no eran del todo transparentes, y eran investigados cada tanto por algún oficial de la Justicia, sin suerte para éste, porque ningún inquilino declaraba nada en contra de los dueños.
Con el tiempo, las casárbolas pasaron de moda y fueron cambiadas por unos chalets a dos aguas. Pero apareció un problema, y era el de los terrenos, porque las nuevas construcciones ocupaban el triple de las antiguas casárbolas.
Entonces empezó la movida de los Palenque para buscar (apropiarse) de algunos terrenitos.
El mejor terreno lo tenía Dalmiro Záfiro, viejo lobo que tenía unas 5.000 hectáreas en la zona más bonita del pueblo.
Allá fueron los hermanos a verlo a Dalmiro, y le ofrecieron tres chalets y dos casárbolas a cambio del terreno, pero no quería saber nada de vender ni de aceptar nada a cambio.
La cuestión es que los chanchos enojados fueron a ver a un par de amigos y movieron ciertos hilos entre los funcionarios del pueblo, y encontraron que Don Dalmiro tenía una deuda de la 5ª cuota del Inmobiliario Rural que se le había pasado por algo, porque el resto de las cuotas estaba al día. Pero esta que le faltaba fue la desgracia para Dalmiro. Lo cierto es que al tiempo volvieron los Palenque Chueco a la casa del lobo, pero esta vez venían preparados y al escuchar nuevamente la negativa a vender... le remataron la propiedad a Záfiro.
Ah la calentura de aquel animal... entre 6 lo tuvieron que parar para que no faenara a los chanchos en el momento. El pobre lobo no pudo ni presentar un recurso de amparo ni nada que lo salvara del remate.
Al tiempo, su ex terreno ya tenía las bases de lo que sería "Palenque Bell", el nuevo barrio cerrado del pueblo.
Dalmiro no lo podía creer y supo lo que tenía que hacer. Revelar a la sociedad los negocios turbios de los hermanos chanchos y desnudar las fallas de los nuevo chalets.
Leyó varios libros sobre construcción y arquitectura y se puso a vigilar la obra de los chalets.
Analizó la situación y cuando estuvo armado el primer chalet, fue a explorarlo en busca de fallas. Pero su sorpresa fue al ver a Alfonso dentro, que estaba tapando una rajadura en una de las paredes. Dalmiro entró a corriendo con una cámara de fotos para plasmar el momento. Alfonso se quedó semiparalizado al verlo entrar.
No te muevas chancho rengo!!! Te agarré con las manos en la masa!, pensabas vender esta casa toda rajada sin decir nada.
El chancho inmóvil, con lo ojos oscuros y chiquitos casi parecía embalsamado, ni temblaba ni chillaba, ni se movía. Y cuando el lobo se agachó para sacar la foto, sintió un frio que le corría por el cuerpo... más bien le rompia la cabeza... era Adolfo con una barreta, que estaba en otra casa cercana cortando el césped y escuchó los gritos del viejo lobo, al que tomó por sorpresa.
El cuerpo de Dalmiro yacía sobre el piso de porcelanato del chalet, y los dos chanchos no sabían que hacer con él. Nerviosos lo fueron a buscar a Rodolfo.
Cuando llegó a la escena, Rodolfo se puso unos guantes de látex, les dio un para a cada hermano, y entre los tres sacaron el cuerpo de la casa. Taparon la rajadura de la pared y se fueron a la próxima vivienda que todavía estaba en construcción. Allí deliberaron durante unas horas mientras comían unos canapés de verdura.
Al final, ya entrada la madrugada, pala en mano, optaron por beneficiar al futuro propietario de chalet número 4: le agregaron una pileta. Dalmiro Záfiro quedó en el fondo.
Años más tarde los hermanos Palenque Chueco fueron a juicio oral por malversación de fondos públicos. Nunca les pudieron probar nada.

PD: la foto la saqué de este blog:
http://lauramichell.blogspot.com
Gracias

miércoles, 20 de agosto de 2008

La verdad sobre... Caperucita Roja

Eme aquí, o E.T allá. Pasado mi cumpleaños este feriado del 18, una vez más estoy sentado frente a mi pantalla laboral, escuchando "La milonga del marinero y el capitán"; y esto me trae a la memoria una verdad.
La verdad de hoy es sobre Caperucita Roja. Si amigos, es tierna niña que corría por el bosque con su canastita llena de... llena de... bue, ahí va.
Resulta ser... que en el Impenetrable chaqueño, cerca del la frontera con Santiago del Estero, vivía María Gumercinda Rojas en una hermosa cabaña de tres plantas (un potus, un ficus y una begonia), junto a su abuela, semipostrada luego de aquel accidente realizando el baile del caño. De ahí en más María Gumercinda se dedicó a los cuidados de su abuela y a las tareas de hogar.
Pero Gumercinda tenía unos problemitas ya que tanto tiempo viviendo en el monte había marcado su personalidad, tornándola osca, parca, casi recluída en sí misma la pobre. Esto hacía que no intercambiara palabra con casi nadie de los alrededores del pueblo y tenemos que sumarle que no tenía completa la primaria, entonces cuando tenía que hacerle trámites a su abuela, firmaba un garabato ilegible, que según cuentan un día, un empleado bancario al tener que pasarla en limpio y no obtener tampoco un respuesta clara de la muchacha y al verla con un gorro rojo parecido a una caperuza, le puso de nombre Caperucita y la muchacha terminó la firma con un seco ROJA.
Nuestra amiga caminaba el Impenetrable como ninguna, iba y venía con su canasta llena de víveres que le llevaba a su abuela, y también aprovechaba el viaje y repartía cigarrillos a los muchachotes que trabajaban en el monte. Con ese ingreso, se daba algunos lujos: jabón en pan, sobrecitos de jugo en polvo, té en hebras y productos íntimos.
Para Gumer (entre los amigos) el monte no era peligroso. Pero para el resto de los mortales si, porque por él merodeaba un yaguareté pardo, cruza con pecarí. Una de esas cosas raras de la naturaleza. El animal en cuestión se alimentaba de lo que podía, porque debido a su aspecto más que miedo... daba risa; entonces un día ya recontrapodrido de las cargadas del resto de los animales fue en busca de una presa de gran tamaño, para ganarse un poco de respeto.
Y la víctima elegida sería nuestra Gumercinda, que distraída en sus largas caminatas no veía como la espiaba todas las semanas el yaguareté desde los árboles. Le tomó el tiempo y averiguó cuando estaba sola la abuela, para atacarla primero a ella y después a su nieta cuando llegara.
Tres semanas estuvo el yaguareté controlando a Gumer, hasta que un día se decidió. Espero que nuestra amiga saliera de la casa, pero se retrasó y empezó a perder las esperanzas de concretar su plan macabro. Cuando se pudrió de esperar salió la piba, con la canasta cargada, pero con un paso más tranquilo que de costumbre, pero eso no le llamó la atención al yaguareté.
Gumercinda pasó al lado del arbusto donde estaba escondido nuestro animal, y siguió por una picada hacia el primer puesto donde vender los cigarrillos. Se fue silbando bajito una versión Pop de "La extraña Dama".
Ahí el yaguareté aprovecho y fue directo a la casa de la vieja, se trepo por una verja y saltó a un patio interno. Se asomó por una ventana abierta y entró sigiloso. Bueno... eso intentó, porque se llevó puesto un florero que se destrozó al caer al suelo. Una cagada pensó. Ahora sale la vieja y me mata a bastonazos.
Pero no, nada de eso, ningún ruido, ningún grito. Demasiado silencio. Pero esto no llamó la atención de nuestro amigo (que a decir verdad no tenía muchas luces). Se arrastró muy despacio hacia la pieza para caerle a la viejita indefensa. Abrió la puerta, que chirrió como un chancho casi.
Y la vió, acostada dormida a la abuela de Gumer, que tenía una cara de tranquilidad casi angelical. Los ojos cerrados, los pómulos algo hinchados, el pelo arreglado, un camisón blanco.
En un abrir y cerrar de ojos, y con la poca habilidad que tenía el yaguareté, se le tiró encima.
No grito, no sufrió, no se defendió, no pataleó, no abrió los ojos.
Claro.
Ya estaba muerta.
Y antes de que nuestro amigo le quitara las garras de encima a la viejita, apareció Gumercinda con dos guardaparques enormes a cada lado.
Ahí está!!!!! gritó con fuerza e indignación.
El la mató!!! asesino!!!!, animal!!! (obvio, era un yaguareté)
Los oficiales guardaparques lo esposaron y se lo llevaron a la rastra, mientras el pobre yaguareté clamaba por su inocencia. Pero la anciana tenía sus huellas. Era él el que había entrado por la ventana y roto el florero. Sus pisadas estaban por toda la casa. Nadie se dio cuenta del frasco de pastillas gamexane en el tacho de basura, ni de una de las manos de la anciana que tenía un pedazo de gorro rojo.
Al tiempo, María Gumercinda Rojas se quedó con la herencia de su abuela, vendió la casa y se mudó al pueblo a un lujoso loft. Puso un polirubros.
El yaguareté sigue insistiendo en que le hicieron una cama.

calle 7