miércoles, 20 de agosto de 2008

La verdad sobre... Caperucita Roja

Eme aquí, o E.T allá. Pasado mi cumpleaños este feriado del 18, una vez más estoy sentado frente a mi pantalla laboral, escuchando "La milonga del marinero y el capitán"; y esto me trae a la memoria una verdad.
La verdad de hoy es sobre Caperucita Roja. Si amigos, es tierna niña que corría por el bosque con su canastita llena de... llena de... bue, ahí va.
Resulta ser... que en el Impenetrable chaqueño, cerca del la frontera con Santiago del Estero, vivía María Gumercinda Rojas en una hermosa cabaña de tres plantas (un potus, un ficus y una begonia), junto a su abuela, semipostrada luego de aquel accidente realizando el baile del caño. De ahí en más María Gumercinda se dedicó a los cuidados de su abuela y a las tareas de hogar.
Pero Gumercinda tenía unos problemitas ya que tanto tiempo viviendo en el monte había marcado su personalidad, tornándola osca, parca, casi recluída en sí misma la pobre. Esto hacía que no intercambiara palabra con casi nadie de los alrededores del pueblo y tenemos que sumarle que no tenía completa la primaria, entonces cuando tenía que hacerle trámites a su abuela, firmaba un garabato ilegible, que según cuentan un día, un empleado bancario al tener que pasarla en limpio y no obtener tampoco un respuesta clara de la muchacha y al verla con un gorro rojo parecido a una caperuza, le puso de nombre Caperucita y la muchacha terminó la firma con un seco ROJA.
Nuestra amiga caminaba el Impenetrable como ninguna, iba y venía con su canasta llena de víveres que le llevaba a su abuela, y también aprovechaba el viaje y repartía cigarrillos a los muchachotes que trabajaban en el monte. Con ese ingreso, se daba algunos lujos: jabón en pan, sobrecitos de jugo en polvo, té en hebras y productos íntimos.
Para Gumer (entre los amigos) el monte no era peligroso. Pero para el resto de los mortales si, porque por él merodeaba un yaguareté pardo, cruza con pecarí. Una de esas cosas raras de la naturaleza. El animal en cuestión se alimentaba de lo que podía, porque debido a su aspecto más que miedo... daba risa; entonces un día ya recontrapodrido de las cargadas del resto de los animales fue en busca de una presa de gran tamaño, para ganarse un poco de respeto.
Y la víctima elegida sería nuestra Gumercinda, que distraída en sus largas caminatas no veía como la espiaba todas las semanas el yaguareté desde los árboles. Le tomó el tiempo y averiguó cuando estaba sola la abuela, para atacarla primero a ella y después a su nieta cuando llegara.
Tres semanas estuvo el yaguareté controlando a Gumer, hasta que un día se decidió. Espero que nuestra amiga saliera de la casa, pero se retrasó y empezó a perder las esperanzas de concretar su plan macabro. Cuando se pudrió de esperar salió la piba, con la canasta cargada, pero con un paso más tranquilo que de costumbre, pero eso no le llamó la atención al yaguareté.
Gumercinda pasó al lado del arbusto donde estaba escondido nuestro animal, y siguió por una picada hacia el primer puesto donde vender los cigarrillos. Se fue silbando bajito una versión Pop de "La extraña Dama".
Ahí el yaguareté aprovecho y fue directo a la casa de la vieja, se trepo por una verja y saltó a un patio interno. Se asomó por una ventana abierta y entró sigiloso. Bueno... eso intentó, porque se llevó puesto un florero que se destrozó al caer al suelo. Una cagada pensó. Ahora sale la vieja y me mata a bastonazos.
Pero no, nada de eso, ningún ruido, ningún grito. Demasiado silencio. Pero esto no llamó la atención de nuestro amigo (que a decir verdad no tenía muchas luces). Se arrastró muy despacio hacia la pieza para caerle a la viejita indefensa. Abrió la puerta, que chirrió como un chancho casi.
Y la vió, acostada dormida a la abuela de Gumer, que tenía una cara de tranquilidad casi angelical. Los ojos cerrados, los pómulos algo hinchados, el pelo arreglado, un camisón blanco.
En un abrir y cerrar de ojos, y con la poca habilidad que tenía el yaguareté, se le tiró encima.
No grito, no sufrió, no se defendió, no pataleó, no abrió los ojos.
Claro.
Ya estaba muerta.
Y antes de que nuestro amigo le quitara las garras de encima a la viejita, apareció Gumercinda con dos guardaparques enormes a cada lado.
Ahí está!!!!! gritó con fuerza e indignación.
El la mató!!! asesino!!!!, animal!!! (obvio, era un yaguareté)
Los oficiales guardaparques lo esposaron y se lo llevaron a la rastra, mientras el pobre yaguareté clamaba por su inocencia. Pero la anciana tenía sus huellas. Era él el que había entrado por la ventana y roto el florero. Sus pisadas estaban por toda la casa. Nadie se dio cuenta del frasco de pastillas gamexane en el tacho de basura, ni de una de las manos de la anciana que tenía un pedazo de gorro rojo.
Al tiempo, María Gumercinda Rojas se quedó con la herencia de su abuela, vendió la casa y se mudó al pueblo a un lujoso loft. Puso un polirubros.
El yaguareté sigue insistiendo en que le hicieron una cama.

2 comentarios:

Verito dijo...

jajajaajaj por dios!!!! muy bueno!!! n paraba de reirme mientras lo leía... joder!! yo pensaba que caperuzita roja era un apobre niña, inocente y cariñosa cn su abuelita... las cosas que una se entera hoy en día..
Sinceramente me encantó... dale por hecho que voy a seguir pasando por acá así puedo leer todo lo demás.
Saludos y que estés bien

Verito dijo...

Saquemosle la z a caperucita... upsss


calle 7