jueves, 11 de febrero de 2010

Rockanroleando


Martes, 9 de la mañana. Sonó el despertador y me levanté, primero el derecho, después el izquierdo. Hoy era el día, el incio, el puntapié inicial de un largo camino... el camino del rock.
Mi amiga editora había quedado en llegar 9.30 para iniciar con la tarea de un nuevo libro, un libro de rock. Cosa sencilla pensé a la primera. Equivocado nuevamente?
A las 10.30 ya había terminado los primeros mates de la mañana y estaba a punto de enviar un SMS a la Cruz Roja o mandar "Libraco al 9009 y conocé el paradero de tu editora". Pero no, sonó el timbre y bajé para recibir a Celi.
En el ascensor recibí un resumen de dos semanas de su vida -son siete pisos-, una vida muy ajetreada que lleva más de 7 pisos. Luego de ese torbellino de pasión silábica finalmente llegamos y comenzamos a desandar el camino.

Varias cosas por hacer y todas para ayer, así se resumen siempre las cosas.
Contábamos con la obra, con título y todo, pero faltaban las tapas, el prólogo, sumario, etc, etc, etc. Y la música empezó a sonar, más bien la parte baja de mi lóbulo frontal latía, y no dejaría de hacerlo por casi dos meses, al ritmo del rock.
La tapa pasó por un par de opciones y obviamente la primer idea (la del autor) fue descartada de un plumazo, arrojándola a los abismos mismos del capricho. No tuvimos mayor problema con la segunda idea que suplantaría a la primera y sería el producto final. Pero ya ese corto trayecto vio los primero baches, porque los colores, la tipografía, como quedaría con tal o cual papel, si el rock era glamoroso o psicodélico, que si el verde no era verde y tenía que ser verde "pistacho", o azul "dieléctrico", o marrón "caca".
 Celina se encargó de fusionar su nueva pasión por las telas y los colores con el diseño, pero más bien, o a mi me pareció y se lo dije, era una gran licuadora con potentes cuchillas que en el afánd e mezclar las cosas, las trituraba en busca de algo. Cómo cuando uno se pone a ver de que color pinta la cocina y agarra una lata de látex blanco y compra 3 docenas de pomitos tonalizadores. Que puede quedar... un marroncito caca, con tonos amarillentos que seguramente tendrá vetas verdeazuladas y habrá que darle varias manos como para que quede bien.

-Gon, me puedo sentar acá? (ya sentada sobre la mesa).
-Si, para eso la limpié, quedate ahí mientras hago mate.
-¿Con azúcar no? Dale, con azúcar!
-No, acá se toma mate amargo.

Buscando desesperadamente ese color psicodélico me enteré de amores desencontrados, libros que desconocía, autores más desconocidos aún, resignificados antinaturales de la teoría del color, y de la teoría del cosmos... de como cuidar un potus, de porque se secaba y todo eso... y todo eso brotaba debajo de la fina capa de pelo, carne y huesos, que recubría la pequeña, pero no menos brillante, mente de mi amiga editora. Reconozco que estuve a punto de caer en la tentación ver de cerca un cerebro tan brillante, aunque para eso sólo contaba con un martillo y dos destornilladores, pero por razones médicas y obvias descarté la idea, aunque cada tanto volvía a pensar en eso. 

-Ahora si le puedo echar un poquito de azúcar? Está muy amargo.
-No existe el muy amargo, es amargo o dulce.
-Bueno, le pongo un poquito, me tomo dos y te lo paso.
-Bueno, pero esperá que cambio el mate, a ese le queda gusto. Pero poquito ponele, no quiero llegar al como diabético.

Luego dimos, como Indiana Jones látigo en mano (cuando era joven), con "ese color" que tenía que estar en la tapa y lo volcamos en la fotografía que ya estaba definida, y entre retoques de Photoshop y cuentos de que haríamos si nos fueramos por ahí de hippies, quedó rapidamente semidefinida y me volqué al interior. Un interior que parecía la ruta 3 cargada de camiones con acoplado un lunes de la primera quincena de enero, y uno en el medio a bordo de un Fiat 600 con la tapa del motor levantado para que no caliente. El camino era tirando a tortuoso.

Ahora bien, nunca, pero nunca, pensé que un libro llevara tantas comillas, paréntesis, corchetes, asteriscos, versálitas, y demás señas tipográficas y menos refiriéndose al rock. Por momentos pensé que lo estábamos traduciendo al latín o al hebreo, pero rapidamente me di cuenta que el texto versaba sobre varios puntos del rock mundial, de la juventud rockera, de los viejos rockeros, de las viejas rockeras y todo eso en un contexto más social que musical por momentos. A la licuadora.

-Viste que linda carterita me compré?
-Si la vi, te queda linda, con ese verde seco.
-No, verde seco? No, es verde pasto, como de otoño parece no? Si, verde es pero seco seco no, más bien alimonado. Ahí está! Como un verde limón medio seco.
-Si, verde seco de limón que le dicen.

Muchos años de rock conllevan muchos capítulos de rock, es directamente proporcional. Es así que perdí la cuenta de los capítulos y sólo veía pasar nombres como Bob Dylan, Patti Smith, The Clash y la lista seguía infinitamente asociándose a grupos de artistas, grupos de rock, escritores, pintores y una serie de personajes tan diversos como sus ideologías.
Es así que teníamos citas de rockeros con comillas y corchetes, extractos de notas publicadas vaya a saber donde... nunca lo pregunté. Después de esas citas venía el capítulo en si mismo, y ese si que estaba sembrado de comillas, cursivas, negritas, claritas, versalitas; era como querer atravesar un campo minado, un paso adelante y tres atrás.
Lo más interesante de todo esto, no fue acomodarlo, porque esa tarea no fue muy complicada, el problema fue la corrección de todo ese material.

-Me parece que me voy a hacer collarcitos a la playa.
-Claro, es lo mejor, recorrer la playa con un carrito o una lonita y armar collarcitos.
-Y en invierno?
-Te abrigás y te volvés a hacer frolitas para vender con el café, con un carrito por calle 12.

No había que corregir solamente las desarticulaciones, sino todo el choclo de comillas, versálitas, corcheas, fusas y semifusas. Todo eso intercalado con los preparativos de la presentación, las tarjetas, el banner, etc. Al fin y al cabo, y luego de corregir y releer como si fuera la fórmula de la eterna juventud (rockera para este caso), quedó cerrado el ejemplar.
Eso creía yo. No asocié que faltaba el índice, y la información de la contratapa que fue tipeada catorce veces aproximadamente y corregida otras catorce; todo eso duró lo que me pareció una eternidad, me pareció estar en "Primavera, verano, otoño, inviero ...y primavera".

-Para la presentación hablé con el negro Gómez.
-Ah... Quién es? Porque Gómez hay un montón en la guía.
-Es un divino que hace música experimental y escribe.
-Ah...
-Igual tengo que pasarte la lista de los que están confirmados.
-Cuántos son?
-No se, después te paso. Está Yusa seguro, Chivas Argüello, Pablo Dacal, Javi Punga...
-Javi Punga? Para, esto es en serio? donde me vas a llevar. Esto tengo que verlo.

Es así que luego de idas y venidas estaban todos invitados a tomar el té, y a la presentación del libro de rock. En otra entrada verán como me fue.

 

miércoles, 21 de octubre de 2009

Un toque de distinción


Hay un tema que dice: "fue sin querer, es caprichoso el azar, no te busqué ni me viniste a buscar..."
Y así fue nomás, porque el zapping es una acción azarosa digamos, porque uno no sabe donde puede llegar a caer. Es así que fui a dar una tarde de domingo, después del almuerzo, con un programa de esa señal de cable para la mujer: "Utilísima".
No voy a analizar el programa en sí, porque ya mi mente desechó ese recuerdo vano, pero si algo quedó grabado fue lo que vi.
Aterrador, inexplicable y casi sobrenatural para algunos, sencillamente sin sentido para otros. Sin palabras (bueno, eso quiero hacer, pasar a palabras lo que vi). Acá va el intento. Preparen sus mentes.
Para aclarar y ponerlos en contexto, el programa mostraba pautas para la creación de diferentes complementos del vestir fémino o algo así; traducido sería un programa para hacer chucherías y demás elementos que terminan abandonados casi sin llegar a ser usados.
Lo primero que me impresionó fue el tono neutro que la globalización televisiva intenta meternos a la fuerza. No sabía si era una repetidora de la CNN o Utilísima lo que oía.
La presentadora forzando su neutralidad fonética, dio paso a otra chica claramente venezolana o fue lo que creí en un primer momento. Porque al rato de escucharla ya no sabía si era venezolana o Austro-paraguaya, rio-catamarqueña, o alguna conjunción de razas emigradas de otro continente lejano.
Nuestra chica, se ve que no la tenía demasiado claro con el ritmo televisivo. Nos iba a enseñar a realizar una simpática "carterita multipropósito" para la mujer actual. El detalle: estaba realizada integramente de mostacillas (pelotitas de plástico de colores diversos).
A primera vista no parecía demasiado complicado, pero al momento de intentar explicar los primeros pasos, ocurrió lo que siempre pasa (este es un caso modelo), primero nos muestran lo que vamos a aprender a hacer y después nos saltean los pasos previos.
Inicialmente se armaba una bolsa de tela que iba por dentro. Eso fue un pantallazo de un rectángulo de tela blanca que duró menos de 5 segundos. Y luego nuestra amiga imitando al pulpo "Manotas", iba bajando y subiendo los brazos y sacaba cosas de abajo de la mesa de trabajo.
A medida que el proceso de construcion avanzaba se complicaba la mano; nuestra anfitriona tartamudeaba, y terminaba la frase con un sencillo: "así les queda como vemos..." El problema es que cuando uno intentaba retener la imagen ya ésta desaparecía y pasábamos a otro paso.
Me parecía estar viendo al gran René Lavand realizando alguno de sus maravillos trucos.
Fueron le calculo unos 15 pasos para llegar a armar todo y cada uno se complejizaba un poco más todavía y no se si era rapidez de manos o de cámara o cambio de cosas arriba de la mesa.
La cuestión es que después de armar 3 filas de mostacillas transparentes, teníamos el cuerpo de la carterita terminado, y así teníamos que pasar al otro lado (el lado oscuro de la fuerza).
La manija se realizaba con idéntica técnica y, al igual que con los laterales, apenas se alcanzó a ver tres pasos para tratar de amontonar mostacillas medio apretujadas y trenzadas de una forma tal que hasta el más experto Boy Scout envidiaría.
Yo todavía no comprendía los primeros pasos y ya habíamos llegado a la resolución. Fantástico. La presentadora reapareció en cámara maravillada con la carterita, que, según ella, podía ser el complemento ideal para una salida nocturna llena de glamour.
Era un carterita diminuta de mostacillas, sin más. Pero el ser humano a veces se maravilla con la sola contemplación, en este caso de una carterita.
No intenté comprender esa escena, pero si saqué algunas conclusiones que acá van:
Primero: como todos los "paso a paso" siempre esconden algo y en este caso fueron varios los pasos escondidos.

Segundo: calculé por el tamaño de la carterita, que aunque chica, llevaría algo así como 2.568 mostacillas. Saquen ustedes el tiempo de hilvanar una a una y no pifiarle.

Tercero: Sumando el costo de las mostacillas, la tela, el nylon para hilvanar el tejido de mostacillas, el cierre y demás, la carterita la podemos conseguir mucho más barata y con muchísimo menos tiempo en un Onda Shop.

Cuarto: Pero quien te quita el ardor de los ojos fijados en las mostacillas, el acalambramiento de los dedos para hilvanar y el orgullo de lucir una prenda propia?

Quinto: Este programa de manualidades quebró la regla dorada de que en televisión el tiempo es tirano; más bien es muy benévolo en este caso particular.

jueves, 30 de julio de 2009

Oda a la amistá


Acá estamos una fecha cualquiera, un día cualquiera, un mes cualquiera o un año cualquiera y nos ponemos a pensar en ellos; ésos que están más cerca o más lejos, más o menos comunicados, más o menos locos, que son más o menos habladores, más o menos fiesteros, más o menos mentirosos y así podríamos enumerar un sinfín de posibilidades. Porque nuestros amigos son un poco así, un poco más o menos de cada cosa. Esta es mi ODA a la amistad.

Son ellos los mejores (según ellos)
que el mundo alberga (porque el mundo no tiene más remedio)
y nos ofrecen su bondad (por plata seguramente)
para calmarnos (mediante el alcohol)

Se mantienen firmes a nuestro lado (si estamos de suerte en el casino)
y por nada nos abandonan (si seguimos de racha)
porque nos ayudan a progresar (a seguir apostando)
ante las adversidades de la vida (la vida de ellos)

Acuden a nuestro llamado (si no tienen otra cosa que hacer)
y dejan toda cosa que estén haciendo (nada)
en pos de nuestra causa (y en defensa de la de ellos)
como soldados de la misma (como mercenarios de la causa)

Siempre nos hacen reir (a costa nuestra)
y cualquier ocasión es buena para festejar (en nuestra casa)
con grandes banquetes (a los que acuden con las manos vacías)
y lujosos encuentros (que pagamos nosotros)

Son así los que elegimos como amigos (ellos nos eligieron a nosotros)
y con los cuales forjamos una relación fuerte (si no se aburren)
con lazos inquebrantables (si tenemos auto)
que durarán para toda la vida (la vida del auto)

lunes, 6 de abril de 2009

Días de novela

Todo comenzó hace un tiempo.
Resulta ser que...
Digamos que uno planea vacaciones. Para qué?... para no trabajar. Exacto, para no trabajar.
Pero, y pese a todos los esfuerzos que uno haga, a veces, sólo a veces, suceden ciertas cosas que no podemos dejar pasar.
Esta es una de ellas.
Mi cuerpo torneado por la vida* se encontraba en posición cuasi horizontal y con una fina capa aceitosa de una sustancia protectora de los rayos solares, tratando de absorber la mayor cantidad de estos (taba tomando sol), cuando redepente ese aparato nefasto, inventado por un ser superior y maléfico, engendrado de las entrañas mismas del infierno laboral, emitió ese sonido que llega a traspasar los límites de lo inconmensurable y taladrarnos los tímpanos para apartarnos de nuestra realidad vacacional. Me llamaron por teléfono.
Muchas eran las posibilidades del llamado, pero no se me ocurrió encontrarme con aquella voz suave y delicada, esa fragancia sonora... veraniega, agobiante, interminable, rápida y casi sin pausas, con ese dejo de duda interminable pero a la vez resuelta a más no poder (ustedes lo verán como una contradicción, pero yo lo veo como lo que es), la voz de Celina.
La voz que menos pensaba escuchar, no porque no quisiera, sino porque menos esperaba escucharla en verano, cerca del mediodía, en mis vacaciones, y para una propuesta laboral.
Pero ahí estaba con el celular a la oreja, tratando de no llenarlo con mi protector solar y escuchando atentamente (bueno, casi... estaba de vacaciones).
El tema era sencillo a simple vista, una editorial que se formaba y un primer libro que necesitaba ser diagramado y armado, y yo que tengo el sí fácil y más para los amigos, ahí sin más acepté el trabajo y en mandar un presupuesto. Pero la conversación no terminó; había que agregarle algún tema con una foto al autor y ver algo para ilustrar la tapa, a modo de asesoramiento (al principio). También dije que si. Un error?
Pasaron mis vacaciones, retorné a mi dulce morada y me puse a analizar el primer envío del material para armar la novela. Hasta ahí ustedes dirán algo normal y corriente, y concuerdo en eso, pero hay un pequeño detalle; y es que detrás de este libro estaba la mente de Celina (con el apoyo de una socia, que hasta llegué a pensar como un personaje fabulado por la misma Celina para sustentar sus delirios editorialísticos, pero luego caí en que era de carne y hueso).
Mi mente pensaba: armo la novela, veo algo para la tapa, les doy una mano, listo. No. Fue casi un mes, el inicio de mi relación con la nueva editorial. Lo que imaginé como un idilio de verano, no fue sólo eso, sino algo más que me hizo transitar algunas veces por una calle larga, empedrada cuesta arriba y sobre una bicicleta media carrera desinflada.
Pero vamos! que mi paciencia es como una buena yerba para matear... aguantadora.
Y pasaron los mates, los tés, las aguas, las galletitas y demás, porque no sólo acusé recibo del armado interior, sino que me ofrecí a ver si salía algo para la tapa (a veces me pregunto porque tengo el sí tan fácil... no me respondan) y para sacarle unas fotitos al autor.
Digamos que me sentí como jugando al abaro, o diez mil, como lo conozcan. Ese que tenés que tirar el dado e ir sumando y si sacás el as perdés todo?, ese, pero sin poder parar. Las veces que salió el as ya no las recuerdo. Mejor.
La tapa costó varias fotos, varias bolsas, varias botas, varios dibujos, varios colores. La tapa varió. Y porque varió se preguntarán ustedes? No sé, puede llegar a ser la psiquis femenina? El constante estado de duda? La búsqueda del más allá? La quinta pata al gato? Hasta pensé en escribir otro texto para este blog que se titule: La yica y sus orígenes. Fue descartado.
Cuestión que entre yicas, botas, árboles, arbustos, cartas, tejidos, texturas, fotomontajes y demás, escuché la voz de Celi. Y si dibujamos algo? Tipo un ñandubay...
Han cantado bingo en la sala. Bueno, hicimos a un lado la ininterminable corrección de correcciones y me puse a la tarea de tratar de encausar las ideas que desbordaban a mi pequeña editora, y luego de un rato de mates, borrones, lápices y fibras salió eso que buscaban, una abstracción de un ñandubay, pero que tuviera colores que contrastaran para darle impacto a la tapa viste...
El original estaba, pero había que digitalizarlo (pasarlo a la compu); y así lo hice. Y aquí me detengo un momento para aclararles una cuestión, que es que Celi, en su afán de adquirir conocimientos (y socavar mi bendita paciencia), pregunta todo... o casi.
Así que recordando mi pasado como ayudante de facultad, fui gestando un tutorial en primera persona explicando los pasos que seguía para que (magicamente) el dibujo del papel se plasmara en pantalla y así pudiera enviárselo a Plumita (Mercedes) que estaba en Mar del Plata gestando el diseño de colección.
Al llegar al Photoshop el camino se volvió tortuoso, casi me sentía Frodo llevando pesado el anillo, o Atreyu tratando de salvar Fantasía. Pero vamos, que Frodo tiró al anillo y Atreyu salvó a Fantasía de la Nada, y yo también logré después de varias idas y venidas darle forma y color a eso que algunos catalogarán como mancha o dibujo, pero que es el ñandubay que buscaban en Azul Pluma.
La tapa estaba. Faltaba el interior. Las correcciones... que fueron muchas.
Se corrigió todo, primero las faltas, después los párrafos que terminaban sueltos, la marginación, el tamaño de caja, el cuerpo de la tipografía, el tamaño del paginado, Las correcciones fueron (o yo lo sentí así) interminables casi, y casi siempre con ese velo de duda que todo lo cubre y esas preguntas que te ponen entre la espada y la pared: Es un doble espacio eso? Ahí queda una viuda? Queda una sola línea al inicio de página? El inicio del capítulo queda en la impar? Te molesta si fumo? Y si me siento arriba de la mesa? Y porque la gallinita dijo eureka?
Terminamos. Bueno, eso creía yo, porque después de mandar varios archivos a varias direcciones de correo hubo una corrección más, que fue por teléfono. Se imaginan corregir una novela por teléfono? Si, así como se imaginan, como tratando de descubrir un tesoro sin mapa; cómo tratando de convencer a una telemarketer de que no queremos esa promoción y necesitamos otra. Como tratando de envolver un triciclo o de remontar un barrilete en un sótano.
Pero como me dijeron una vez... lo que cuesta vale.
Y siempre estoy reafirmado ese dicho, porque esta novela costó, pero salió, con sus complicaciones de tiempo y con las leyes de Murphy aplicables a todo proyecto. Y ahí la tienen, sin ningún error.
Así pasaron mis días con Celina, mis días de novela... que creo no serán los últimos.

*Frase acuñada por mi hermana del alma Majo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Tune up or not to be

Hoy, ya pasado el verano, me propuse hacer referencia a una situación atemporal, una situación diría yo (por experiencia de campo) repetitiva hasta el hartazgo y que sin duda marca una diferencia de clase o tipo. Una diferencia entre "ellos" y "nosotros", una diferencia que nos plantea una elección... ser rápido o furioso... hoy le toca el turno al tuning.
Amigos y amigas de los fierros, adoradores del "tuneo", les comento que todo tiene su límite, porque como dice el dicho: "aunque la mona se vista de seda...
Y esta no es una campaña contra el tuning, es más bien una campaña de concientización sobre el tuning, que bien hecho y a su manera, bien podríamos llamarlo un arte.
Pero que pasa? Acaso no nos damos cuenta de que tunear un Fiat 147 es en vano? Ponerle un alerón a un Volkswagen Gacel es inútil? Cambiarle las llantas a un Peugeot 504 es casi inocuo?
Apelo a la razón amigos... con una mano en el corazón y otra en el cinturón de seguridad: la única utilidad de polarizar los vidrios de un Fiat Spacio es venderselo a cualquier precio a un adolescente furioso con tener su primer bólido para levantar "minitas". Porque en el fondo, debajo de esa delgada, oxidada y llena de masilla capa de chapa, seguirá siendo un "autito" económico, versátil y fácil de mantener (el auto de maestra, abuela o afín).
Pero claro, le polarizamos los vidrios, le agregamos un stereo marca Bos-Taiwán, unos parlantes de la misma índole, le cortamos los amortiguadores, le ponemos un escape que haga ruido o directamente lo dejamos libre y que tenemos... lo que un muchacho enardecido y apasionado adolescente verá como "la máquina infernal" para competirle a Vin Diesel.
Y allí lo veremos pasar, mejor dicho lo escucharemos o por el ruido del escape que nos taladra los tímpanos o lo mismo o peor que nos hace el stereo saturado al ritmo de cualquier reggaeton o cosa por el estilo.
Y este es uno de los casos, porque se ven por la calle innumerables ejemplos de aquellos que quieren llegar al tuning de cualquier manera.
Y como vedettes que quieren la tapa de revista y se acuestan con quien se cruze, hay quienes con tal de bajar costos a la hora de reformar su vehículo o adornarlo, lo polarizan ellos mismos... pero con contact, o algún vinilo que termina siendo demasiado oscuro y no vemos ni hacia afuera ni hacia adentro.
Están los que se largan al modelado, como si el auto fuera de plastilina. NO! Les aviso que es de chapa con pedazos de plástico. Pero ellos no se dan cuenta, agarran y van a la ferretería más cercana, compran masilla, un par de lijas, un poco de fibra de vidrio y se embarcan en querer darle forma de Alfa Romeo a su Fiat 128. Hay veces que después de ver los resultados, esos coches tendrían que tener un autoadhesivo con la frase: NO LO INTENTEN EN SUS CASAS!
Después están los fanáticos del sonido. Y está bueno que el sonido sea envolvente, o nítido, claro, de buena calidad. Pero la cantidad no hace la calidad a veces, porque con el mismo espíritu de aquel que autopolarizaba su coche, este compra el primer stereo con CD/MP3 o DVD que se le cruza, sin reparar en la calidad final. Entonces nos encontramos o mejor dicho oímos como a dos cuadras viene una especia de chicharra mecánica, quejándose y aturdiendo a cuanto ser vivo se le cruce, lo que termina por hacernos creer que estamos frente a un camión que vende frutas y verduras o un chatarrero, en lugar de a un auto con la música alta.
A veces me pregunto si además, no quedarán en un estado medio zombi aquellos que van dentro manejando o simplemente acompañando; quien no se ha subido a algún auto y luego parece que estamos dentro de una disco. Se transforman en autistas al volante, porque con semejante ruido se aislan de todo lo que los rodea y se limitan a mover su cabeza para adelanta y para atrás. Ah, eso sí, si los mirás fijo encima aceleran como para que veas que tienen una máquina bajo el capot.
Pero también están los del otro lado, los que gastan en un stereo que termina costando casi la mitad del vehículo. O las llantas valen más que todo el auto junto. Calculo que es gente que le gusta tirar la plata... o roba las cosas. O las consigue a menor precio (por ser robadas). Se superan los límites en estos casos.
Es ahí cuando realmente me pregunto, a mi que me gustan los autos y el tuning bien hechos, si no habrá que organizarse y formar una asociación civil u ONG para tratar de encausar tantas almas fierreras perdidas.
De última, aquel que se sienta con ganas de más y el tuning no lo llene, puede probar con un curso de decoración de tortas..., no mejor no.

lunes, 12 de enero de 2009

En verano... ojotas

Sigo. Otra tarea que es poco recomendable en verano. Ya hablé de los pantalones, y siguiendo con la vestimenta, ahora le toca a los pepes... el calzado.
El verano es una época en que uno, si presta atención, no ve mucha gente en las zapaterías. La mayoría (mujeres) se apretujan en las vidrieras cual gallinas en desgracia mirando esa sandalia que todas usarán (el tema de la uniformidad será tratado en breve en otra entrada).
Pero analicemos la situación, salimos en busca de... digamos unos zapatos o zapatillas, o lo que sea. Porque el calzado unifica el sufrimiento que vamos a padecer, sin importar cuanto calce uno.
Podemos pensar que salir a la mañana es mejor, pero guarda, porque si salimos de mañana y no vamos con la idea clara, en un abrir y cerrar de ojos, se nos hizo el mediodía. Y entramos en busca de ese que vimos en la vidriera, ese que tenés ahí... al lado de los rojos... si, los que tiene la tirita marrón... no no, el de arriba... no no, el de al lado... parece que estamos participando de Feliz Domingo, sólo nos falta gritar: Tocá la campana!
Bueno, al fin de cuentas pudimos ubicar al vendedor (que ya está al borde de la quemazón después de tanta vieja indecisa), y al final identifica lo que queremos.
Qué número? 40-41
Y es un mito urbano o no? Todo el mundo masculino calza 40-41 y el femenino 36-37? No no es un mito, es casi una realidad que siempre nos toca a nosotros.
No negrito, sabés que no me queda en 40-41, pero querés ver este que está muy lindo?
Muy lindo para vos, que te ponés cualquier cosa en las patas... pensamos.
No gracias, chau.
A no aflojarle amigos, a dos cuadras está el mismo modelo y así sucecivamente cada dos cuadras.
Llegamos a la otra zapatería, y entramos resueltos y con conocimiento de causa.
Atacamos: Hola, quiero ese zapato outdoor que tenés en vidriera, el modelo que tiene nobuk marrón tostado con detalles en camel, en 40-41.
Tomá, te lo dije... Y hay, lo encontramos!!! 
A probarlo... cuando lo traen esperamos ansiosos como el cocker espera que le tires la pelotita. Los vemos, lo analizamos y le tanteamos el peso en la mano.
Nos pasan el izquierdo, ese que se prueba todo el mundo, para que no nos apriete. Pero recordemos que estamos en verano, y hace calor, y el calor que hace... hincha, y suda los pies.
Así que imaginemos tratar de hacer churros con una jeringa de hospital... la fuerza que hacemos es casi descomunal... bufamos, resoplamos, nos secamos el sudor de la frente y en un acto de entrega, pedimos por favor un calzador.
Nuestro amigo el calzador. Amigo hasta ahí, porque es para ayudar supuestamente, pero una vez que lo introducimos entre el calzado y nuestro pie, queda ahí como la Excalibur, clavado.
Así que nuevamente resoplamos, bufamos y sudamos, y a todo esto nuestro pie hace casi lo mismo. Ya está medio colorado, y cada vez más áspero. Sacamos el calzador... pero hicimos fuerza con el dedo, que queda enganchado en la misma trampa. Lo rescatamos y vemos como empieza a circular la sangre nuevamente.
Entró! Si, entró, pero no podemos caminar, o si podemos, si queremos sufrir.
Me traés un numerito más...
No tengo en ese color, me queda en fucsia y marrón (vomitivo)
A ver, traelo. Llega y lo probamos como para ver el número. Anda bien, aprieta un poco, pero no se sufre, entonces con otro gracias nos vamos en busca de la otra zapatería a dos cuadras.
Llegamos y pedimos el supuesto número correcto, y para esta altura tenemos el pie medio hinchadito. Nos probamos el calzado (que tampoco es exactamente el que queríamos) y vemos que cuesta un poco pero lo lógico para un calzado nuevo. Compramos.
Y pensamos que allí se terminó todo, pero no.
Porque resumiendo compramos zapatos que no eran los que queríamos, nos cagamos de calor, caminamos como para ir en peregrinación a Luján y al fin de cuentas nos quedamos con unos zapatos que nos quedan grandes... porque al otro día se nos desincharon los pies. 
Estamos en verano... para evitar estos problemas usemos ojotas.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Un día de furia

Claro que la lista es larga, no se si tanto como la temporada de verano, pero si es larga.
Y ya la otra vez les comenté el temita ese de los helados soft.
Pero seguí repasando la inmensidad de cosas que se complican para hacer en verano, más allá de que el día este lindo.
Como dicen por ahí en otro blog amigo (http://interes-art.blogspot.com), el tema de salir a hacer compras también es complicado, y más cuando hablamos de esa compra, que todos deberíamos evitar a fin de no sufrir algún que otro golpe, torcedura o peor aún, un hermoso papelón, o un tiro en la frente a nuestra dignidad. Esa es la compra de jeans.
Si queridos y queridas, el tan arraigado jeans; ese que nos acompaña en varios momentos de nuestra vida, el complemento ideal a veces, ese mismo se puede transformar en nuestra causa de terapia.
Porque uno puede salir de compras con la idea de buscar otra cosa, pero si por una de esas casualidades de la vida, encuentra unos jeans que le vendrían como anillo al dedo y decide entrar a comprarlo, ahí arranca la tortura.
Al pantalón, cualquiera sea la tela, hay que probárselo antes de comprarlo. Y donde nos lo probamos? En esos diminutos centros de detención corporal, que nos brindan un mísero ganchito a medio atornillar, una alfombra gastada, una cortina que queda corta (tanto en alto como en ancho), y a veces, muy raras veces, una banqueta donde dejar nuestra ropa cómoda cuando nos ponemos la nueva y apretada prenda. El probador, al cual no conviene entrar con muchas cosas, más que con el cuerpo de uno.
Recuerden que es verano. La ropa se nos pega a la piel por osmosis, la tela de jeans es a su vez como una lija que nos van pasando despacito. Y ahí tenemos que empezar el movimiento de la anguila. Porque el probador no se va a agrandar, y el jeans se va a negar en principio a nuestro cuerpo, lo va a desconocer.
Y ante tanto movimiento, el de afuera puede pensar que tenemos un ataque de pánico, parkinson, un ataque de epilepsia. Lo mejor en estos casos es tratar de hacer otra cosa que parezca normal para acompañar el movimiento. Podríamos silvar, tararear, entonces pensarán: Mirá que ritmo el del probador 4!?
Pero el silvar no nos previene de quedar con media nalga afuera. Terrible. Pero a no reaccionar violentamente ante esto, al contrario, tomarlo como natural, como si uno fuera un hippie y estuvieran en total conexión con la naturaleza de un cuerpo desnudo.
Cuando logramos entrar nuevamente, vemos que el jean está recién a la altura de las rodillas. Que macana che, pedite un talle más. Sacamos la mano y pedimos: Me dás un 42? En el mismo color si puede ser, gracias.
Llega y lo atacamos, ahora con más ingenio. Pero llega a la cintura y... a prenderlo. Descubrimos que el turro que lo confeccionó no le dejó bien abierto el ojal del botón, y todos sabemos lo que es luchar con un botón que no pasa por el ojal. Como remontar un barrilete en un sótano.
Las manos nos transpiran a la par de todo el cuerpo. Parecemos un miembro del escuadrón antibombas de la bonaerense. Luchamos, pero caemos en un nuevo pedido de otro jeans que tenga el ojal en condiciones.
Llega y ya cansados, transpirados, acalambrados y con poco humor, lo atacamos ferozmente esta vez. Sentimos que algo suena, una costura quizás? No importa, no nos va a ganar un jeans, o si?
Entró, y nos miramos. Vemos una persona con el rostro desencajado, medio colorado, transpirada, semivestida y con un jean que parece roto. No parece, lo rompimos en el afán de meternos dentro de él.
Salimos con nuestra inseparable y cómodo ropa, el jeans en la mano medio estrujado, cara de pocos amigos. Miramos al vendendor/ar y le decimos: La verdad no me gusta la confección, gracias igual.
Presurosos y aturdidos corremos a la entrada, dejando atrás el jeans y nuestra dignidad herida.
Pero nada que no se cure con un helado. Es verano.

lunes, 10 de noviembre de 2008

"Soft o no soft"

Aviso, el verano me gusta... pero el calor me molesta. Que paradoja no? O más bien que natural en una raza que vive en un estado de disconformidad constante.
Bueno, el tema es que ahora que hace un tiempo vienen pegando los calores, se me fueron pegando esas situaciones "veraniegas" que a uno (a mí) me parecen casi incompatibles o extremadamente difíciles de manejar con la temporada.
La situación que me vino a la mente (de gordo), y quiero analizar fue la de ingerir esos maléficos conitos de esa cosa que viene en polvo y por una serie de aglutinantes sintéticos se transforma en una sustancia tipo crema que se derrite al contacto con el aire. El helado soft.
Un invento para joder a la gente, definitivamente. Aclaro que mis capacidades motrices se ven afectadas por el calor, pero eso no es cuestión de análisis aquí.
Datos técnicos. A saber, viene en diferentes presentaciones: chico, grande, extra grande, con baño, sin baño, con pelotudeces, sin pelotudeces, un sabor, dos sabores. Todo es un manto para tapar la realidad. La realidad del soft.
La transformación. El conito o helado soft es terrible, porque a diferencia del helado, que nos ofrece mayor maniobrabilidad al momento del lenguetazo, este pequeño conito a la vista inofensivo, nos ataca (chorrea), por cualquier lado. Y nos vemos, cual mimo acalambrado haciendo piruetas para no ensuciarnos hasta el codo. Porque la consistencia del soft se ve afectada al más mínimo contacto con la intemperie, ya sea por calor, viento, estornudo, temperatura de la mano o mirada fija, veremos como la forma torneada que salió del pico de acero inoxidable se transforma en lo parecería el gorro de Papá Pitufo mojado y se nos ladea.
Lo esencial es invisible al gusto. Y no importa el sabor del soft, porque la consistencia no cambia. El sabor va en el color que quieran ver, no en el sabor. No se gasten, en el fondo todo es lo mismo y siéntase contentos de ingerirlo frio. Lo mejor en estos casos es pedirle al vendedor/ra que nos sorprenda con el gusto.
Trucos inútiles. Y ni se les ocurra hacer una cola para uno de éstos cuando encuentren más de 6 o 7 personas, porque amigos, la máquina es máquina, y necesita su tiempo para poder enfriar la bendita mezcla. En esos casos más vale pidan una compotera y una pajita para chupar. Tampoco sirve de mucho el agregado de elementos secos para evitar el desmoronamiento del producto en sí; no nos salvan ni el merengue, ni las almendras, ni el maní, ni los roclekts, ni servilletas de papel, ni colillas de cigarrillos. Nada detiene el chorreo soft, es como tratar de evitar que la lava de un volcan no avance, porque siempre encuentra nuestro punto débil y por allí nos ataca.
Tampoco nos ayuda el caso de que el cono de masa en cuestión presente otro tamaño u otra forma, porque con el paso de los segundos todas las masas terminan por aflojar ante la humedad.
Guarda-ropa. El soft se come con remeras de manga corta (no sirve arremangarse, ya lo intenté), porque una vez derretido, el líquido corre incontenible por cualquier superficie y va manchando y pegoteando todo a su paso: piel, ropa, pelo, papel, cartón, goma, asbesto, metal, cerámica, azulejos, perros, etc.
Epílogo. Si después de estas recomendaciones, van hacia la heladaría a las 15 horas de una tarde con 38º a la sombra, hacen una cola de 10 minutos para un conito, y ven como éste desaparece ante sus ojos sin llegar a su boca, y terminan tratando de chuparse el codo para saborear algo, con la ropa manchada, la de ustedes y la de la gente cerca... lo mejor es ducharse luego de un rico soft.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Encuentros cercanos...

Las comparaciones son odiosas, ya lo se... pero me gustan.
Resulta ser que tuve un encuentro muy fuerte por estos días, y fue de manera repentina y casi drástica que me topé con unos 100 o más floggers.
Si, ese grupo de preadolescentes, adolescentes que llevan el pelo al estilo casquito de Playmóvil, usan pantalones "chupinos" de colores estridentes y zapatillas estilo botitas Nike de colores llamativos.
La cuestión es que después de ese encuentro algo me quedó dando vueltas en la cabeza, y no era el pelo, era el análisis de este nuevo grupo social.
Y en afán de analizar fue que di con otro grupo al que arbitrariamente comparé con los floggers: las palomas. Si, esas inofensivas aves (o no tanto, ya veremos) que deambulan por plazas, parques, estaciones de trenes, micros, cornisas, y todo tipo de edificios, porque mi caso apunta más que nada a las palomas de ciudad y su comparación con los floggers, claros ejemplares de ciudad.

A saber:
Los floggers se peinan todos igual - Las palomas son todas grises.
Los floggers se juntan de a montones - Las palomas también.
Los floggers parece que comen poco - Las palomas comen miguitas de pan.
Los floggers se invaden cualquier lugar - Las palomas también.
Se desconoce el idioma de los floggers - El de las palomas también (aunque se entiende más).
Es casi imposible distinguir el sexo de un flogger - Con las palomas pasa lo mismo (salvo por el palomo de Los Autos Locos).
Los floggers viven para sacarse fotos y subirlas a la red - Las palomas suben (al cielo, obvio) y les sacan fotos.
Un grupo de 5 floggers es improductivo - Un grupo de 5 palomas también.
Mucha caca de floggers puede traer mucho olor - Mucha caca de paloma puede traer enfermedades.
Los floggers parecen torpes al caminar - Las palomas también.
No se sabe cuando termina la etapa de ser flogger - Se sabe cuando termina la vida de una paloma (después de un gomerazo).
No se sabe a donde van los floggers - Tampoco se sabe a donde vuelan las palomas.
Los floggers son un símbolo de... de... - Las palomas son símbolo de paz.
Los floggers se mueven en grupos - Las palomas también.

Y las comparaciones podrían seguir, pero bueno, es un principio para tratar de entender, catalogar o descifrar a esta nueva tribu que nos invade con su frases semi-incongruentes, tomando gaseosas y uniformandose bajo los designios de algún "semidios floggero" que se le cante llevar el pelo y la ropa de tal o cual manera.
En síntesis: medio torpes, medio inertes, medio asexuados, medio adolescentes, los floggers van transitando esta época y amontonándose como gallinas en desgracia, y aparentemente son inofensivos.
Termino con una última pregunta: ¿Cómo votará un flogger?

PD: Joven argentino, si tienes entre 12 y 18 años y sientes ganas de sacarte una mísera fotito digital... ten cuidado, puedes caer en un trampa mortal.
Y como decía una marca de cerveza: "No te unas a la manada", salud!

lunes, 22 de septiembre de 2008

La verdad sobre... El Flautista de Hamelin

Como siempre suenan en mi cabeza historias de mi infancia, esta vez sonó y valga la redundancia un cuento sobre la base de un músico que se gana la vida de una manera particular; esta es la verdad sobre... El Flautista de Hamelín.
Resulta ser que Omar Monte Moreno había nacido con una habilidad natural para la música, era hábil para no aprender a tocar nada, por más que lo intentara en reiteradas oportunidades y con varias obras de grandes compositores.
Pero no le atinaba ni al "Arroz con leche" con las palmas, pero no le aflojaba y después de probar con varios instrumentos dio con la flauta, elemento musical inofensivo si los hay pero que en manos de Omar se tornaba maléfico, casi oscuro y aterrador y hasta pudo convertirse en su final, porque más de uno quiso apuñalarlo en defensa propia.
Un día practicando en un campo a la sombra de un hermoso ombú, descubrió su particular habilidad. Arrancó tocando una versión de Para Elisa con su flauta pero como no le gustaba decidió que era tiempo de improvisar. Y así lo hizo.
Aclaro no sabía escribir en pentagrama, por lo que no escribió, sólo tocó.
A la tercera nota cayó muerta una cotorra; a la quinta nota, un jilguero se desplomó de una rama del ombú; ya cuando encaró a la décima nota vio como las hormigas que venía en fila muy prolijas con su carga de hojas, huían despavoridas en cualquier dirección. Eso le llamó la atención. Eso y su madre que lo llamaba a comer.
Fue a comer.
Volvió después de almorzar al ombú y se tiró a dormir una siesta. Dormitó un rato y cuando despertó arrancó con la flauta, pero esta vez focalizó sobre un grupo de escarabajos, los cuales al no poder huir corriendo del sonido infernal, empezaron a atacarse mutuamente envueltos en ira. Hasta algunos se animaron a encararlo a Omar, pero terminaron bajo la suela de su zapato.
Ya lo sabía, tenía el poder de, con su música (por llamarla de alguna manera), inducir, ahuyentar, repeler, herir y hasta aniquiliar animales pequeños.
Primero se asustó y pensó en tirar la flauta, pero luego pensó en sacarle sus frutos a esa nueva habilidad y decidió de común acuerdo con su familia, alejarse de ellos... bien lejos.
Así que Omar Monte Moreno armó un bolsito con sus pertenencias, se puso un saco viejo al cual le había bordado sus iniciales: OMM, y partió en busca de su destino.
Tres cuadras hizo (un destino corto) y escuchó que de una casa vecina venían gritos de: Matala!! Matala!! Que no suba!! Dale que se esconde!! y después un: Boludo, se escapó la cucaracha!
Sin más se acercó a la puerta y tocó timbre, se acomodó los pelos y el saco antes de que saliera la dueña de casa.
-Buenos días señora, permítame presentarme, soy Omar Mon...
-Si si (le interrumpió la vecina), el boludo que toca no se que cosa y quiere ser músico. Qué querés, que tengo un lío en casa que ni te cuento.
Pobre Omar, se enteraba de golpe de su fama (mala). Pero eso no amilanó a nuestro muchacho que vio retemplado su espíritu y le dijo a su vecina que la había escuchado gritar y podía ayudarla con su problema. La vecina lo escuchó y después de pensarlo unos minutos lo dejó pasar.
De no creer la cara de la señora al ver sacar su flauta a Omar y comenzar a tocar una terrible medolía (melodía) y ver como las cucarachas salían de sus escondites y morían; algunas se arrojaban al agua del inodoro, otras iban derecho a los cebos por meses esquivados y deboraban ese mortal veneno. Otras se golpeaban entre si como lo habían hecho los escarabajos bajo el ombú.
Unas buscaban refugio en el fuego de alguna hornalla prendida y se quemaban "a lo bonzo", otras preferían las ruedas de algún automóvil que pasara.
Sólo unas pocas se salvaron, aquellas que eran sordas, pero al salir a ver que pasaba con sus congéneres terminaban estroladas bajo la suela de la chancleta de la señora.
Fueron 4 minutos, 35 segundos de "eso". Luego la paz. La flauta guardada. Las cucarachas muertas.
Esa fue el primer exterminio de Omar, el puntapié inicial en una carrera meteórica que lo llevó por todo el pueblo eliminando todo bicho que molestara en los hogares.
La vecina contenta le pagó a Omar por su trabajo y lo despidió prometiendo que hablaría de su hazaña con las cucarachas. Pero no se percató de que su cabellera había terminado más corta porque durante la música se le había caído el pelo de la nuca y su jilguero nunca volvió a cantar.

PD: la ilustración esta vez es obra mía. Saludos, Zalo.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La verdad sobre... El gato con botas

En realidad era un felino cualquiera, un animal del montón. No tenía un linaje sobresaliente ni llamativo. Esta es la verdad sobre... el gato con botas.
Resulta ser... que allá por la zona de la rivera bonaerense, existía un herrero que tenía como chiquicientos hijos, todos desperdigados por cualquier lado. Se ve que el buen hombre no escatimaba dando amor a las mujeres de la zona. Casi todos sus hijos eran morochos, grandotes, fornidos, de pelo negro rizado, cejas gruesas, orejas pequeñas, mentón sobresaliente (estilo patovica), pero uno le había salido diferente, cuasi que no encajaba no solo en el aspecto físico (porque era rubio, medio flacucho, ojos celestes, pelo semi largo y lacio), sino en el modo de ser y en sus actitudes. Su nombre era Adalberto.
Mientras el resto de los hijos del herrero querían seguir los pasos del padre (tanto en el oficio como en las relaciones amorosas), Adalberto quería dedicarse a la poesía.
Casi muere quemado en una fragua cuando se lo propuso a su padre, que luego de pensar y no poder agarrar a palos a su hijo que era muy ágil, lo dejó... de lado. Le daba de comer y algo de ropa, pero poca cosa más; igual no llegó a sacarle el apellido.
Las mascotas de sus hermanos eran perros, los más bravos del pueblo, dedicados a la caza, las riñas. Adalberto tenía un gato, medio flaco como él, de color... color... color gato (no viene al cuento).
El tiempo pasa y el padre de Adalberto se muere. Repartir la herencia no era tarea fácil, pero se pudo hacer y obviamente que a nuestro muchacho no le toco casi nada. Además del gato, le dejaron un cuartucho para dormir, una bolsa con algunas herramientas viejas y una botas texanas imitación piel de reptil, que usaba su padre en la juventud.
Adalberto se tenía que mantener solo y hacer algo que nunca pensó: trabajar. Lo primero que le vino a la mente cuando tuvo hambre fue en ver a alguno de sus hermanos, pero descartó la idea inmediatamente al pensar en como lo molerían a palos. Luego pensó en vender el gato, pero eso no le aportaría ni dos pesos. Pensó en comerlo y fue a buscarlo.
Allá estaba su felino amigo, hecho una bola de pelos sobre unas bolsas en el cuartucho. Adalberto entró sigiloso con una tenaza en la mano (único elemento mortal del que disponía), y se acercó en la penumbra. A los dos pasos, el gato abrió un ojo y vio la tenaza sobrevolar sobre su cabeza. A cinco centímetros pasó la tenaza. Adalberto era bizco.
Ahí nomás el felino pegó el salto... y el grito.
Pará animal!!, te vas a sacar el hombro!
Adalberto caído en el suelo no podía creerlo, su gato hablaba!! Se levantó y fue a encarar al animal, que lo esperaba cruzado de brazos y sentado sobre una tabla. Ahí nomás el gato le explicó su habilidad para hablar con los humanos, que según contó había adquirido de un guión de otro cuento.
Una vez arreglados los tantos y con ambos muertos de hambre, decidieron una estrategia para subsistir. Con retazos de tela y bolsas le armó una especie de vestimenta al gato, y en los pies le calzó las botas texanas. Un poco de membrillo en el pelo de la cabeza y le armó una hermosa cresta al estilo David Beckham.
Adalberto se lavó un poco, se emprolijó y agarró al gato y lo puso en una cajita para transportarlo, y encaró para uno de los poblados cercanos, pero en donde no lo conocían demasiado (para empezar con su nuevo emprendimiento tranquilo).
Ya entrada la noche, recalaron en una parrilla, desesperados por un churrasco, un cacho de pan, o algo sólido. Disimulando el hambre y con cara de quien está muy confiado Adalberto entró y encaró para la barra. Dejó la cajita a un costado y se puso a charlar con el dueño. Cada tanto señalaba la caja con el gato y el dueño lo miraba como si estuviera chiflado, ebrio o drogado. Pero a los 20 minutos y tres platos de maní con cáscara, el gato escuchó que el dueño decía: Bueno, pero si es una joda... te rompo todos los huesos y te cobro el maní.
Eran las 22.30 de una noche de Mayo. Parrilla "'Medio hermano". Cantidad de clientes en mesa: 11. Después de pasar la entrada y antes de llegar el plato principal... llegaron ellos: Adalberto y el Gato Peters (nombre extraído esa misma noche, de unas botellas en la parte superior de la barra).
La gente miraba atónita al flaco sentado en una banqueta con un gato a upa, vestido tipo muñequito de torta y con unas botas muy llamativas. Pero claro, al arrancar el show nadie esperaba lo que sucedió luego de las primeras explicaciones de Adalberto sobre el origen del espectáculo. Pasaron los primeros chistes malos y de golpe el toque de gracia, eso que haría que la gente pidiera un bis.
El gato había hablado y rematado uno de los chistes. Fue la sensación de la noche, y el dueño de la parrilla quedó encantado y pidió que volvieran a la noche siguiente.
Así es la historia de Adalberto, que arrancó en una parrilla de mala muerte, y luego empezó a recorrer el mundo con su gato a cuestas mostrando su espectáculo por todos lados.
Mucho tiempo y mucho dinero después, el gato al final falleció, no sin antes darle tiempo a Adalberto a que aprendiera a ser ventrilocuo.
A Peters (el gato), lo cambiaron por un muñeco bastante realista.



domingo, 24 de agosto de 2008

La verdad sobre... Los tres chanchitos

Hermoso carré con batatas acarameladas sobre mi plato, un buen vino, buena música y un lugar especial. Sobre esa escena una vez más mi pensamiento se alojó en el pasado, más especialmente en la infancia. Hoy toca develar la verdad sobre los tres chanchitos.
Resulta ser... que Alfonso, Adolfo y Rodolfo Palenque Chueco, eran tres hermanos (chanchos) que se dedicaban al tema de la compra/venta y alquiler de propiedades. Si-miento Propiedades se llamaba la empresa.
Habían comenzado jugando en una casita precaria en un árbol y cuando vieron que los demás querían subir y conocer, se apiolaron y empezaron a cobrar un bono contribución. Contribución para construir otra casita en otro árbol aledaño.
Con el paso del tiempo llegaron a tener 120 "casárbolas" (nombre comercial de las pequeñas contrucciones), y se repartían el manejo de las primeras propiedades entre los tres. Alfonso que era el más fresco de los tres atendía sólo 10 casárbolas; Adolfo, ya más apiolado en el tema del mantenimiento, atendía 30. Y Rodolfo, el alma del proyecto, manejaba las restantes 80.
Pero los manejos de los Palenque Chueco no eran del todo transparentes, y eran investigados cada tanto por algún oficial de la Justicia, sin suerte para éste, porque ningún inquilino declaraba nada en contra de los dueños.
Con el tiempo, las casárbolas pasaron de moda y fueron cambiadas por unos chalets a dos aguas. Pero apareció un problema, y era el de los terrenos, porque las nuevas construcciones ocupaban el triple de las antiguas casárbolas.
Entonces empezó la movida de los Palenque para buscar (apropiarse) de algunos terrenitos.
El mejor terreno lo tenía Dalmiro Záfiro, viejo lobo que tenía unas 5.000 hectáreas en la zona más bonita del pueblo.
Allá fueron los hermanos a verlo a Dalmiro, y le ofrecieron tres chalets y dos casárbolas a cambio del terreno, pero no quería saber nada de vender ni de aceptar nada a cambio.
La cuestión es que los chanchos enojados fueron a ver a un par de amigos y movieron ciertos hilos entre los funcionarios del pueblo, y encontraron que Don Dalmiro tenía una deuda de la 5ª cuota del Inmobiliario Rural que se le había pasado por algo, porque el resto de las cuotas estaba al día. Pero esta que le faltaba fue la desgracia para Dalmiro. Lo cierto es que al tiempo volvieron los Palenque Chueco a la casa del lobo, pero esta vez venían preparados y al escuchar nuevamente la negativa a vender... le remataron la propiedad a Záfiro.
Ah la calentura de aquel animal... entre 6 lo tuvieron que parar para que no faenara a los chanchos en el momento. El pobre lobo no pudo ni presentar un recurso de amparo ni nada que lo salvara del remate.
Al tiempo, su ex terreno ya tenía las bases de lo que sería "Palenque Bell", el nuevo barrio cerrado del pueblo.
Dalmiro no lo podía creer y supo lo que tenía que hacer. Revelar a la sociedad los negocios turbios de los hermanos chanchos y desnudar las fallas de los nuevo chalets.
Leyó varios libros sobre construcción y arquitectura y se puso a vigilar la obra de los chalets.
Analizó la situación y cuando estuvo armado el primer chalet, fue a explorarlo en busca de fallas. Pero su sorpresa fue al ver a Alfonso dentro, que estaba tapando una rajadura en una de las paredes. Dalmiro entró a corriendo con una cámara de fotos para plasmar el momento. Alfonso se quedó semiparalizado al verlo entrar.
No te muevas chancho rengo!!! Te agarré con las manos en la masa!, pensabas vender esta casa toda rajada sin decir nada.
El chancho inmóvil, con lo ojos oscuros y chiquitos casi parecía embalsamado, ni temblaba ni chillaba, ni se movía. Y cuando el lobo se agachó para sacar la foto, sintió un frio que le corría por el cuerpo... más bien le rompia la cabeza... era Adolfo con una barreta, que estaba en otra casa cercana cortando el césped y escuchó los gritos del viejo lobo, al que tomó por sorpresa.
El cuerpo de Dalmiro yacía sobre el piso de porcelanato del chalet, y los dos chanchos no sabían que hacer con él. Nerviosos lo fueron a buscar a Rodolfo.
Cuando llegó a la escena, Rodolfo se puso unos guantes de látex, les dio un para a cada hermano, y entre los tres sacaron el cuerpo de la casa. Taparon la rajadura de la pared y se fueron a la próxima vivienda que todavía estaba en construcción. Allí deliberaron durante unas horas mientras comían unos canapés de verdura.
Al final, ya entrada la madrugada, pala en mano, optaron por beneficiar al futuro propietario de chalet número 4: le agregaron una pileta. Dalmiro Záfiro quedó en el fondo.
Años más tarde los hermanos Palenque Chueco fueron a juicio oral por malversación de fondos públicos. Nunca les pudieron probar nada.

PD: la foto la saqué de este blog:
http://lauramichell.blogspot.com
Gracias

miércoles, 20 de agosto de 2008

La verdad sobre... Caperucita Roja

Eme aquí, o E.T allá. Pasado mi cumpleaños este feriado del 18, una vez más estoy sentado frente a mi pantalla laboral, escuchando "La milonga del marinero y el capitán"; y esto me trae a la memoria una verdad.
La verdad de hoy es sobre Caperucita Roja. Si amigos, es tierna niña que corría por el bosque con su canastita llena de... llena de... bue, ahí va.
Resulta ser... que en el Impenetrable chaqueño, cerca del la frontera con Santiago del Estero, vivía María Gumercinda Rojas en una hermosa cabaña de tres plantas (un potus, un ficus y una begonia), junto a su abuela, semipostrada luego de aquel accidente realizando el baile del caño. De ahí en más María Gumercinda se dedicó a los cuidados de su abuela y a las tareas de hogar.
Pero Gumercinda tenía unos problemitas ya que tanto tiempo viviendo en el monte había marcado su personalidad, tornándola osca, parca, casi recluída en sí misma la pobre. Esto hacía que no intercambiara palabra con casi nadie de los alrededores del pueblo y tenemos que sumarle que no tenía completa la primaria, entonces cuando tenía que hacerle trámites a su abuela, firmaba un garabato ilegible, que según cuentan un día, un empleado bancario al tener que pasarla en limpio y no obtener tampoco un respuesta clara de la muchacha y al verla con un gorro rojo parecido a una caperuza, le puso de nombre Caperucita y la muchacha terminó la firma con un seco ROJA.
Nuestra amiga caminaba el Impenetrable como ninguna, iba y venía con su canasta llena de víveres que le llevaba a su abuela, y también aprovechaba el viaje y repartía cigarrillos a los muchachotes que trabajaban en el monte. Con ese ingreso, se daba algunos lujos: jabón en pan, sobrecitos de jugo en polvo, té en hebras y productos íntimos.
Para Gumer (entre los amigos) el monte no era peligroso. Pero para el resto de los mortales si, porque por él merodeaba un yaguareté pardo, cruza con pecarí. Una de esas cosas raras de la naturaleza. El animal en cuestión se alimentaba de lo que podía, porque debido a su aspecto más que miedo... daba risa; entonces un día ya recontrapodrido de las cargadas del resto de los animales fue en busca de una presa de gran tamaño, para ganarse un poco de respeto.
Y la víctima elegida sería nuestra Gumercinda, que distraída en sus largas caminatas no veía como la espiaba todas las semanas el yaguareté desde los árboles. Le tomó el tiempo y averiguó cuando estaba sola la abuela, para atacarla primero a ella y después a su nieta cuando llegara.
Tres semanas estuvo el yaguareté controlando a Gumer, hasta que un día se decidió. Espero que nuestra amiga saliera de la casa, pero se retrasó y empezó a perder las esperanzas de concretar su plan macabro. Cuando se pudrió de esperar salió la piba, con la canasta cargada, pero con un paso más tranquilo que de costumbre, pero eso no le llamó la atención al yaguareté.
Gumercinda pasó al lado del arbusto donde estaba escondido nuestro animal, y siguió por una picada hacia el primer puesto donde vender los cigarrillos. Se fue silbando bajito una versión Pop de "La extraña Dama".
Ahí el yaguareté aprovecho y fue directo a la casa de la vieja, se trepo por una verja y saltó a un patio interno. Se asomó por una ventana abierta y entró sigiloso. Bueno... eso intentó, porque se llevó puesto un florero que se destrozó al caer al suelo. Una cagada pensó. Ahora sale la vieja y me mata a bastonazos.
Pero no, nada de eso, ningún ruido, ningún grito. Demasiado silencio. Pero esto no llamó la atención de nuestro amigo (que a decir verdad no tenía muchas luces). Se arrastró muy despacio hacia la pieza para caerle a la viejita indefensa. Abrió la puerta, que chirrió como un chancho casi.
Y la vió, acostada dormida a la abuela de Gumer, que tenía una cara de tranquilidad casi angelical. Los ojos cerrados, los pómulos algo hinchados, el pelo arreglado, un camisón blanco.
En un abrir y cerrar de ojos, y con la poca habilidad que tenía el yaguareté, se le tiró encima.
No grito, no sufrió, no se defendió, no pataleó, no abrió los ojos.
Claro.
Ya estaba muerta.
Y antes de que nuestro amigo le quitara las garras de encima a la viejita, apareció Gumercinda con dos guardaparques enormes a cada lado.
Ahí está!!!!! gritó con fuerza e indignación.
El la mató!!! asesino!!!!, animal!!! (obvio, era un yaguareté)
Los oficiales guardaparques lo esposaron y se lo llevaron a la rastra, mientras el pobre yaguareté clamaba por su inocencia. Pero la anciana tenía sus huellas. Era él el que había entrado por la ventana y roto el florero. Sus pisadas estaban por toda la casa. Nadie se dio cuenta del frasco de pastillas gamexane en el tacho de basura, ni de una de las manos de la anciana que tenía un pedazo de gorro rojo.
Al tiempo, María Gumercinda Rojas se quedó con la herencia de su abuela, vendió la casa y se mudó al pueblo a un lujoso loft. Puso un polirubros.
El yaguareté sigue insistiendo en que le hicieron una cama.

jueves, 24 de julio de 2008

Quizás, tal vez...

Quizás me vaya; tal vez no llegue.
Quizás busque; tal vez no encuentre.
Quizás mire; tal vez no vea.
Quizás me esfuerce; tal vez no alcance.
Quizás vuelva; tal vez no vaya.
Quizás me cure; tal vez no enferme.
Quizás lo deje; tal vez nunca lo tuve.
Quizás me acerque; tal vez nunca me aleje.
Quizás escuche; tal vez nunca oiga.
Quizás lo sienta; tal vez nunca lo toque.
Quizás escriba; tal vez no lea.
Quizás plante; tal vez nunca desentierre.
Quizás crezca; tal vez no envejezca.
Quizás me lastime; tal vez no hiera.
Quizás me pregunte; tal vez reflexione.
Quizás termine; tal vez no empiece.

Quizás llegue; tal vez no vaya.
Quizás encuentre; tal vez no busque.
Quizás vea; tal vez no mire.
Quizás alcance; tal vez no me esfuerce.
Quizás vaya; tal vez no vuelva.
Quizás enferme; tal vez no me cure.
Quizás lo tuve; tal vez nunca lo deje.
Quizás me aleje; tal vez nunca me acerque.
Quizás oiga; tal vez nunca escuche.
Quizás lo toque; tal vez nunca lo sienta.
Quizás lea; tal vez no escriba.
Quizás desentierre; tal vez nunca plante.
Quizás envejezca; tal vez no crezca.
Quizás me hiera; tal vez no lastime.
Quizás reflexione; tal vez me pregunte.
Quizás empiece; tal vez no termine.

domingo, 20 de julio de 2008

La verdad sobre... Blancanieves

Continuando con la onda cuentística... hoy sale a la luz la verdad sobre... Blancanieves.
Primero, en lugar de Blancanieves tendría que decir María Antonia de las Nieves, que por un problema de pigmentación en la piel que le impedía tomar sol, en el barrio la llamaban la Blancanieve.
Blancanieve vivía en una precaria cabañan en una zona de la montaña mendocina, cerca de la frontera con Chile. Nuestra amiga se ganaba la vida vendiendo los productos que contrabandeaba desde la frontera y de los favores a Gendarmería. Era muy querida en la zona, pero no por todos.
En el lado chileno existía una ex estrella del cine argentino, exiliada por motivos de una pelea de camarines. María Amalia Beatriz Romero Chávez, alias Beba. De mañana trabaja como cajera en una cadena de supermercados y por la tarde continuaba actuando en diversos locales bailables de pocas luces.
Y le había llegado el comentario de la bomba blanquiceleste, apodo ganado por nuestra amiga Blancanieves por su estilo para tirarse a la pileta de la colonia de vacaciones de verano y por su cuerpo voluptuoso.
Beba no aceptaba el paso del tiempo y tenía miedo de que Blancanieve la destronara de su popularidad entre el público chileno. Tanto es así que decidió tomar el toro por las astas y eliminar la competencia.
Un día, mientras Blancanieve volvía con su carro cargado de autoestereos, se topó con una viejita media encorbada que vendía curitas, agujas, alfileres e hilos de cóser. La señora le ofreció a nuestra muchacha un paquetito completo al modo de: No le vengo a vender... le vengo a regalar... y la pequeña muy astuta en el tema de la compraventa, analizó el precio y la sacó carpiendo al grito de: A mi me vas a pasar!!! Anda a revender a otra zona!!!
El primer intento de Beba, había fallado. Pero no sería el último.
A la semana siguiente, ya con Beba más caliente (y con Blancanieve con un contrato prefirmado con una bailanta chilena), hizo el segundo y más intrépido intento, una muerte natural.
Beba había averiguado que nuestra chica tenía una debilidad, las bolas de fraile. Podía llegar a comerse una docena sola, junto con una pava de mate. Es así que decide disfrazarse esta vez de vendedora de bolas de fraile y churros.
Y una tarde toca a la puerta de la casa de Blancanieve y le ofrece las tan ansiadas bolas. Los ojos de la muchacha quedaron como en un animal embalsamado, fijos en la canasta que contenía esa delicia. Angurrienta la guacha compró dos docenas... rellenas (estaba de antojo; aparte venía de un encuentro casual con la Gendarmería y quería recuperar fuerzas).
Pero no sabía que estaban envenenadas con una mezcla letal de aminoácidos, cardamomo, pastillas de baño y grana verde que le provocaría una muerte lenta.
Después de comerse una docena de bolas de fraile, Blancanieve salió en busca de un cargamento de Mp3, pero a los pocos kilómetros se empezó a sentir mal. Un revoltijo en su panza la hizo aminorar el tranco. Luego otro pero más fuerte, que pensó que venía acompañado de "algo más", pero sólo fue una ventosidad. Pero luego no pudo más y se metió en un bosquecito cercano para evacuar sus dudas, y encontrado el lugar sagrado y a medio desvestir cayó desvanecida y se dió la cabeza contra un tronco.
Y tuvo tanta suerte que pasaba una caravana de mineros (bajitos) que volvían de trabajar, quienes tropezaron con la joven y la creyeron muerta, pero luego de comprobar con métodos poco ortodoxos que todavía tenía vida, la cargaron y se la llevaron.
Blancanieve no despertaba y los mineros se impacientaban. Empezaron a sacar número para reavivarla, hasta que uno aguantó más y se le tiró encima al grito de: Ahijuna!!!!
Un poco torpe, el minero resbaló al trepar a la cama y cayó con los codos en el pecho de la pequeña con tanta fuerza que ésta emitió un tremendo eructo que le dejó un mechón blanco al minero en cuestión. Eran los gases del veneno de las bolas de fraile.
Entre el desparramo por el ruido, los mineros no se percataron de la presencia de su capataz, un muchachón alto y fornido que se acercó por el estruendo. Y ahí la vio, llena de tierra, con la ropa sucia, la cara manchada, un par de Mp3 en los bolsillos de la pollera, el pelo revuelto y unas medias 3/4 de nylon color beige. Fue amor a primera vista, la de él, porque ella tardó un rato en recobrar la conciencia completa (de esos momentos no hay grabación sobre que pasó con los mineros que quedaban).
Ya recuperada y luego de analizar los restos de bolas de fraile que quedaba en su casa, dio con la pista de Beba, a la cual fue a buscar con los mineros y le reventó el rancho.
Hoy Blancanieve vive en otra casa mejor, y ya montó un local más cerca de la frontera en el que vende cosas al estilo Todo por $2. Cada tanto, cuando su marido queda atrapado en la mina, ella le pide ayuda a Gendarmería.

calle 7