Los veranos a veces nos íbamos de vacaciones lejos y otras veces no, y las veces que no, nos quedábamos en alguna playa cercana. Y estaba bueno igual, porque cuando uno es chico, lo importante es tener un lugar para corretear y divertirse.
Y siempre me divertí, pero a su vez siempre fui "medio boleado", caminaba sin mirar lo importante: el suelo.
Resulta ser que andaba "cazando cachirlas" por la playa, juntando cosas que trae el agua, examinando camalotes y esas cosas raras, hasta que el calor hizo que quisiera darme un chapuzón para refrescarme. Y que hacen los chicos cuando van al agua... corren. Corrí y metí un panzazo terrible, y al rato salí... corriendo, y no la vi, sinceramente no la vi. Una almeja del tamaño de una naranja sobresalía de la arena cual estaca de trampa en un pozo. Tajo colosal resultó ser cuando levanté el pié. Casí ni tiempo a gritar me dio. Mi viejo que venía atrás me levantó y me llevó hasta la carpa a curarme. Hasta ahí llegué ese día, me quedé en la carpa medio lloriquendo y con la pata para arriba.
Volvímos a casa y al otro día mi viejo me llevó al hospital para que me viera un médico. Bueno... esa era la idea en un primer momento. Al hospital llegamos. Esperé en la guardia y entramos.
Un tipo medio pelado, de chaquetilla blanca y con apellido que ya no recuerdo (yo por ese entonces tenía unos 9 o 10 años), me atendió, me revisó la herida, me aplicó la antitetánica, no sin antes preguntarme como me había hecho el tajo y esas cosas de rigor.
Todo parecía normal hasta ahí, hasta que de pronto el médico se puso a hablar con mi viejo y a explicarle la situación ante un corte semejante. A medida que iba hablando a mi viejo se le endurecía el rostro, y yo medio distraído alcancé a entender como que había pasado el tiempo para darme la vacuna (que ya me habían dado), y que había una posibilidad de que me agarra tétano y algo mucho peor. Pero el médico no tuvo mejor idea que decirlo delante mío. Y a la salida, le pregunté a mi viejo: Pá, ese señor dijo que me puedo morir?, y ese fue el detonador que casi deja sin un médico al hospital, porque mi progenitor lo quería recagar a trompadas al fulano ese.
La cuestión es que pasó el tiempo, el tajo cicatrizó y hoy lo luzco casi con orgullo, como la cicatriz de una batalla.
domingo, 20 de abril de 2008
domingo, 13 de abril de 2008
Peluqueros... no coiffure
Nada mejor que usar el pelo corto pensé una vez. Y bueno, durante una época me lo cortaba corto (cuando se usaba largo, debe ser por eso que recuerdo siempre la publicidad de Heineken "No sigas a la manada"). Y uno pensará que usando el pelo corto no hay riesgos. Error. Yo diría que hay más...
Una mañana fresca de mayo, que fui en busca de un peluqero, caí por obra y gracia de sabe quien en la peluquería de los Hermanos Saettone. Eran como los alpines, tres, pero no venían de la guerra.
Al entrar se respiraba otro aire, era como entrar a otra época. En la que se usaba "gomina" y el cabello largo era sólo de las mujeres.
Todo el local parecía que se mantenía impávido al paso del tiempo, más precisamente en la década del '50 creo o antes también. Todo el mobiliario acompañaba, los sillones de peluquería, las bachas para lavar la cabeza, los elementos para afeitarse, los muebles con los espejos desgastados, el piso de madera, la poca luz que entraba al lugar, y los hermanos también acompañaban. Entre los 3 creo que juntaban unos 250 años.
Llegué a media mañana, el sol daba de frente al local. Y entré casi como la luz, pidiendo permiso. Y ahí estaban, con su chaquetilla blanca, pelo corto, afeitados, ni un pelo fuera de lugar. Me sentí como en la máquina del tiempo.
Vi como le estaban cortando a otro tipo y muy amablemente me preguntan si me iba a cortar. Obvio pensé, no vine a levantar quiniela. Y en ese momento atendían dos de los 3 hermanos.
No recuerdo el nombre del que me cortó. Bueno, cortó es un decir. Porque veamos, le dije que me cortaba cortito y medio parejo en toda la cabeza, cosa que no había como pifiarle y lo que escuché como el ruido de las tijeras mientras me cortaban, no era precisamente eso, más bien si, pero era el ruido que hacía la tijera con el perno flojo movida por la mano, temblorosa y movediza.
Cuando el ruido acabó, casi sin darme cuenta se me había avalanzado sobre un costado y cortado a la altura de la oreja la patilla; aquella que yo cuidaba con cariño debido a la falta de crecimiento de pelo. Me la destrozó en un santiamén y no le podía decir que me la volviera a pegar.
Semifrustrado por eso, pero con el pelo al fin corto, me traté de mirar en el espejo y alcancé a ver una figura que se parecía a mi, pero con el pelo corto.
Llegué a casa, saludé y vi como me miraban mi vieja, mi viejo, mi hermana y mi abuela. No sabían que decirme, hasta que mi adorable pero realista madre soltó: Gonzalo... vos te miraste en el espejo? Anda a mirarte al baño.
Parecía como si hubiera trabajado de extra en la película Los Pájaros y ellos me hubieran destrozado el mate a picotones. Ahí entendí varias cosas. Que la gente tiene que jubilarse, que entraba poca luz a propósito a la peluquería, que cobraban muy barato y que de ahí en más usaría el pelo largo.
Una mañana fresca de mayo, que fui en busca de un peluqero, caí por obra y gracia de sabe quien en la peluquería de los Hermanos Saettone. Eran como los alpines, tres, pero no venían de la guerra.
Al entrar se respiraba otro aire, era como entrar a otra época. En la que se usaba "gomina" y el cabello largo era sólo de las mujeres.
Todo el local parecía que se mantenía impávido al paso del tiempo, más precisamente en la década del '50 creo o antes también. Todo el mobiliario acompañaba, los sillones de peluquería, las bachas para lavar la cabeza, los elementos para afeitarse, los muebles con los espejos desgastados, el piso de madera, la poca luz que entraba al lugar, y los hermanos también acompañaban. Entre los 3 creo que juntaban unos 250 años.
Llegué a media mañana, el sol daba de frente al local. Y entré casi como la luz, pidiendo permiso. Y ahí estaban, con su chaquetilla blanca, pelo corto, afeitados, ni un pelo fuera de lugar. Me sentí como en la máquina del tiempo.
Vi como le estaban cortando a otro tipo y muy amablemente me preguntan si me iba a cortar. Obvio pensé, no vine a levantar quiniela. Y en ese momento atendían dos de los 3 hermanos.
No recuerdo el nombre del que me cortó. Bueno, cortó es un decir. Porque veamos, le dije que me cortaba cortito y medio parejo en toda la cabeza, cosa que no había como pifiarle y lo que escuché como el ruido de las tijeras mientras me cortaban, no era precisamente eso, más bien si, pero era el ruido que hacía la tijera con el perno flojo movida por la mano, temblorosa y movediza.
Cuando el ruido acabó, casi sin darme cuenta se me había avalanzado sobre un costado y cortado a la altura de la oreja la patilla; aquella que yo cuidaba con cariño debido a la falta de crecimiento de pelo. Me la destrozó en un santiamén y no le podía decir que me la volviera a pegar.
Semifrustrado por eso, pero con el pelo al fin corto, me traté de mirar en el espejo y alcancé a ver una figura que se parecía a mi, pero con el pelo corto.
Llegué a casa, saludé y vi como me miraban mi vieja, mi viejo, mi hermana y mi abuela. No sabían que decirme, hasta que mi adorable pero realista madre soltó: Gonzalo... vos te miraste en el espejo? Anda a mirarte al baño.
Parecía como si hubiera trabajado de extra en la película Los Pájaros y ellos me hubieran destrozado el mate a picotones. Ahí entendí varias cosas. Que la gente tiene que jubilarse, que entraba poca luz a propósito a la peluquería, que cobraban muy barato y que de ahí en más usaría el pelo largo.
miércoles, 9 de abril de 2008
Viajar es humano... viajar bien es divino
Vacaciones. Tiempo para descanso y relajación, para pensar lo hecho a lo largo y a lo ancho del año, para encontrarse con uno mismo, para disfrutar con todos los sentidos.
Y con todos los sentidos viví mi último viaje de vacaciones. A Necochea fui, en la empresa El Rápido viajé, y de la madre de ellos me acordé.
Elegí Necochea, y fui a la terminal a sacar los pasajes, luego de preguntar que empresa viajaba, a lo cual un par de compañeras de trabajo me dijeron casi a coro: te lleva el Rápido.
Muy bien pensé, ya se donde comprar los pasajes. Todo venía muy bien, demasiado bien. Llegué a la terminal y saqué los pasajes sin problema, y sin conocer los micros que me llevarían a destino. Error.
Con boletos de ida y vuelta y estadía confirmada le cuento a mi adorable hermana. Ya tengo los pasajes, saqué en El Rápido. ¿En el Rápido sacaste? fue su respuesta-pregunta con cara de si era tonto o practicaba de noche. Si le dije. Y se despachó con un sinfín de causas para no viajar por esa empresa. Debe ser de envidia pensé. Error.
Llegó el día, armé el bolso y arranqué para la terminal a la noche. Y yo que charlo hasta con las paredes, me acerco a una chica de edad indefinida y le pregunto: Este es el que sale a Necochea no? Y casi con la misma cara que me puso mi hermana, me mira y me dice: No conseguiste pasaje en otro micro? Hay... pensé.
Y con solo mirar el micro al que ella se iba a subir y que también iba para Necochea me di cuenta de mi error. Una diferencia abismal. El mío parecía un micro de la hinchada de Atlanta.
Pero con coraje y encomendándome a la virgen de los caminos, me subí. Y ahí nomás al primer escalón, sentí el calor que envolvía mi cuerpo, más bien el olor a tercer tiempo que había dentro del micro. Parecía que no lo barrían desde "verano del '92". Sumado a esto, cuando llego al asiento que me había tocado, que pasaba... no se reclinaba. Obvio.
Bueno, me acomodé, me saqué toda la ropa posible y me dispuse a sufrir el largo viaje. De dormir ni hablar. Aire acondicionado no había, pero en un momento cuando ya estábamos en ruta sube uno de los choferes y se acomoda para dormir. Me acerco transpirado y con cara de perro perdido en enero en la Ruta 2 y le digo: Disculpame, pero el aire no lo van a prender? No anda, cualquier cosa acercate a una ventanilla y abrila. Ni una ni otra, porque ventanilla cerca no tenía y la que quedaba más cerca no se abría. Es así que viajé 8 horas a Necochea en un micro que paró en cuanto lugar podía, y llegué todo contracturado, cansado como perro, y de "yapa" transpirado como testigo falso. Como broche de oro, a la vuelta me tocó el mismo micro.
Y con todos los sentidos viví mi último viaje de vacaciones. A Necochea fui, en la empresa El Rápido viajé, y de la madre de ellos me acordé.
Elegí Necochea, y fui a la terminal a sacar los pasajes, luego de preguntar que empresa viajaba, a lo cual un par de compañeras de trabajo me dijeron casi a coro: te lleva el Rápido.
Muy bien pensé, ya se donde comprar los pasajes. Todo venía muy bien, demasiado bien. Llegué a la terminal y saqué los pasajes sin problema, y sin conocer los micros que me llevarían a destino. Error.
Con boletos de ida y vuelta y estadía confirmada le cuento a mi adorable hermana. Ya tengo los pasajes, saqué en El Rápido. ¿En el Rápido sacaste? fue su respuesta-pregunta con cara de si era tonto o practicaba de noche. Si le dije. Y se despachó con un sinfín de causas para no viajar por esa empresa. Debe ser de envidia pensé. Error.
Llegó el día, armé el bolso y arranqué para la terminal a la noche. Y yo que charlo hasta con las paredes, me acerco a una chica de edad indefinida y le pregunto: Este es el que sale a Necochea no? Y casi con la misma cara que me puso mi hermana, me mira y me dice: No conseguiste pasaje en otro micro? Hay... pensé.
Y con solo mirar el micro al que ella se iba a subir y que también iba para Necochea me di cuenta de mi error. Una diferencia abismal. El mío parecía un micro de la hinchada de Atlanta.
Pero con coraje y encomendándome a la virgen de los caminos, me subí. Y ahí nomás al primer escalón, sentí el calor que envolvía mi cuerpo, más bien el olor a tercer tiempo que había dentro del micro. Parecía que no lo barrían desde "verano del '92". Sumado a esto, cuando llego al asiento que me había tocado, que pasaba... no se reclinaba. Obvio.
Bueno, me acomodé, me saqué toda la ropa posible y me dispuse a sufrir el largo viaje. De dormir ni hablar. Aire acondicionado no había, pero en un momento cuando ya estábamos en ruta sube uno de los choferes y se acomoda para dormir. Me acerco transpirado y con cara de perro perdido en enero en la Ruta 2 y le digo: Disculpame, pero el aire no lo van a prender? No anda, cualquier cosa acercate a una ventanilla y abrila. Ni una ni otra, porque ventanilla cerca no tenía y la que quedaba más cerca no se abría. Es así que viajé 8 horas a Necochea en un micro que paró en cuanto lugar podía, y llegué todo contracturado, cansado como perro, y de "yapa" transpirado como testigo falso. Como broche de oro, a la vuelta me tocó el mismo micro.
martes, 8 de abril de 2008
Arte culinario II
Si quieren hacer algo dulce, rico, práctico, fácil y en poco tiempo... anoten.
Van a necesitar unos 130 grs. de azúcar, que van a mezclar con 125 grs. de manteca blanda hasta que se forme una crema. Luego le agregan dos cucharadas de aceite (neutro) y dos huevos (sin cáscara), y una cucharadita de escencia de vainilla (que pueden cambiar por otra escencia que les guste). Baten todo esto bien y después le agregan unos 125 grs. de harina leudante cernida. Les tiene que quedar una mezcla media floja. Ahora toman una manga con un pico no muy grande y rellenan unos pirotines con la mezcla que ya hicieron.
Ahora pueden hacer lo siguiente, rellenan con un poco de masa, luego le pueden poner un pedacito de: dulce de membrillo, batata, dulce de leche, mermelada, nueces picadas, chocolate o lo que quieran, y vuelven a ponerle con la manga un poco de masa. Acuérdense de no llenar a tope los pirotines con masa, porque ésta en el horno se levanta. Llevan al horno a unos 180 grados durante unos 20 minutos y listo. Retiran, dejan enfriar y compartan che!!! no sean mezquinos.
PD: pueden dejar la masa sola sin relleno al medio, o pueden (sin rellenar) sacarlos del horno, esperar que se enfrien un toque y cortar con un cortador unos circulitos, rellenar con dulce de leche o crema pastelera y volver a colocar el circulito que cortaron a modo de tapita. Los espolvorean con azúcar impalpable y listo... sirven. Y si ven que cuando cortan las tapitas, se les rompen o desgranan, prueben humedecerlas con almibar.
A las que hice yo y ven en la foto, les puse además de relleno, unos chips de chocolate (gordo!).
Espero les guste y lo prueben, me salen hasta a mí. Anímense.
Van a necesitar unos 130 grs. de azúcar, que van a mezclar con 125 grs. de manteca blanda hasta que se forme una crema. Luego le agregan dos cucharadas de aceite (neutro) y dos huevos (sin cáscara), y una cucharadita de escencia de vainilla (que pueden cambiar por otra escencia que les guste). Baten todo esto bien y después le agregan unos 125 grs. de harina leudante cernida. Les tiene que quedar una mezcla media floja. Ahora toman una manga con un pico no muy grande y rellenan unos pirotines con la mezcla que ya hicieron.
Ahora pueden hacer lo siguiente, rellenan con un poco de masa, luego le pueden poner un pedacito de: dulce de membrillo, batata, dulce de leche, mermelada, nueces picadas, chocolate o lo que quieran, y vuelven a ponerle con la manga un poco de masa. Acuérdense de no llenar a tope los pirotines con masa, porque ésta en el horno se levanta. Llevan al horno a unos 180 grados durante unos 20 minutos y listo. Retiran, dejan enfriar y compartan che!!! no sean mezquinos.
PD: pueden dejar la masa sola sin relleno al medio, o pueden (sin rellenar) sacarlos del horno, esperar que se enfrien un toque y cortar con un cortador unos circulitos, rellenar con dulce de leche o crema pastelera y volver a colocar el circulito que cortaron a modo de tapita. Los espolvorean con azúcar impalpable y listo... sirven. Y si ven que cuando cortan las tapitas, se les rompen o desgranan, prueben humedecerlas con almibar.
A las que hice yo y ven en la foto, les puse además de relleno, unos chips de chocolate (gordo!).
Espero les guste y lo prueben, me salen hasta a mí. Anímense.
lunes, 7 de abril de 2008
Que grande esta familia...
Otro trabajo, pero esta vez más comunitario o social. Censista. La cuenta era fácil: poco tiempo, un lugar cercano para censar, no muy grande y buena plata. Error.
Llegué a ser censista porque estaba dando clases en una escuela (pero eso es otra historia), y llegué como "maestro". Y fui a prepararme con el resto de las/los maestras/os a una escuela a la que venían a informarnos cómo hacer el trabajo y bien.
Eran como 30 o 40 maestros y maestras de primaria, secundaria, jardín y yo que era como un híbrido. El quilombo alcanzaba ribetes inadmisibles porque todos hablaban, y se sabe que los educadores tienden a levantar la voz en el salón para que los niños los escuchen. Así que imaginense a 30 maestros juntos y nerviosos por la espera. Solo faltaba el "pogo".
La explicación duraba unos 25 minutos, pero claro está que en este caso llegamos a estar 2 horas y media con preguntas que hacían dudar de los conocimientos "primarios" de algunos.
Pero pude zafar de esa interminable situación y fui a casa con los papeles casi listos para salir. Al otro día nos dieron las zonas y allá fui.
Pero lo que a simple vista era fácil y tranquilo, se fue complicando a medida que iban pasando las casas. Porque caí en la cuenta de que la gente ve al censista como un siniestro personaje que intenta descubrir un pasado oscuro y oculto por mucho tiempo, y en realidad solo se pregunta la edad.
Ya llegando al final de mi recorrida y enquilombado a más no poder con los papeles, las lapiceras, las gomas de borrar, las listas y los planos de la zona, me acerco a una casa antigua, de esas que no se distingue cual es la entrada principal. Un paredón a medio caer y un par de puertas.
Toqué la que me pareció, y salió una nena de unos 5 años. Está tu mamá o tu papá? No hubo respuesta, solo salió corriendo hacia adentro. Me quedé solo. Toqué otra vez. Otro chico, esta vez un nene al que le hago la misma pregunta y vuelve a salir corriendo. Empecé a sospechar que no podía animar fiestas infantiles, o que tenía algún tipo de mirada diabólica, o que sufría de alguna malformación terrible, o sólo era mi cara de boludo.
Al tercer intento, sale una nena un poco más grande y escucho que responde a mi pregunta con un: Voy a llamar a mi tío. Al fin un mayor pensé. No. Tenía unos 15 años, pero bueno, era lo que había. Me hicieron pasar al patio y me acomodé para sacar las planillas y empezar con el cuestionario. Entonces me sentí como un explorador que visita un lugar desconocido, porque empezaron a salir de todas las puertas y recovecos de la casa chicos, de todas las edades, mujeres y hombres. Parecía que me estaban esperando. Por las dudas atiné a sonreir y quedarme quieto.
Se complicó un poco con el idioma, porque era castellano, o eso alcancé a comprender, pero estaba muy atravesado o muy "aprovicinciado". Una hora estuve tratando de hacerme entender y llegué a la cuarta pregunta. Cuántas personas habitan la casa? Unos 25 calculé a vuelo de pájaro. No sabía si se apilaban o si tenían sótano. De toda esa gente, sólo uno trabajaba.
Otra media hora más y casi estaba terminando todo el informe del censo cuando de pronto entra un hombre al patio donde yo estaba (rodeado por toda la gente) y pensé que era visita. Error.
Al muchacho que había estado encuestando porque creí entender que era el jefe de familia, no lo era; era un primo segundo o algo así. El que había llegado era el padre. Tuve que rehacer toda la encuesta. El padre hablaba más atravesado.
jueves, 3 de abril de 2008
NS/NC
Uno no sabe que tenía el pelo largo, hasta que mira en el suelo de la peluquería y lo ve.
No sabe que le justaba trabajar, hasta que está desempleado.
No se da cuenta de la verdad, hasta que le mienten en la cara.
Uno no sabe que le gusta el lugar donde vive, hasta que se muda.
No sabe que estaba enamorado, hasta que se separa.
No sabe que la ropa le ajusta, hasta que empieza adelgazar.
Uno no sabe si va a volver a enamorarse, hasta que lo hace.
No sabe cuanto lo quieren sus amigos, hasta que los necesita... y están.
Uno no sabe que quiere estudiar, hasta que termina trabajando de eso que estudió.
No sabe si quiere ser padre/madre, hasta que lo es.
Uno no sabe cuanto le gusta reirse, hasta que deja de hacerlo.
No sabe que la música motiva, hasta que se da cuenta de que pone música hasta para limpiar.
Uno no sabe que le faltan abrazos, hasta que no recuerda el último.
No sabe que que hacer de su vida, hasta que mira hacia atrás y ve lo que hizo.
Uno no sabe que le gusta cocinar, hasta que crea una comida.
No sabe que se está poniendo grande, hasta que le dicen señor.
Uno no sabe que guarda recuerdos, hasta que los ve en cada cosa que guardó.
Uno no sabe muchas cosas hasta que no le pasan, pero yo si se una cosa, y es que no me gustan los feriados, y menos me gustó este. Espero que no queden demasiados en el calendario, si no voy a seguir pensando y evaluando todas esas cosas de las que no nos damos cuenta, y algunas de esas cosas todavía no me quiero dar cuenta, y menos en un feriado.
No sabe que le justaba trabajar, hasta que está desempleado.
No se da cuenta de la verdad, hasta que le mienten en la cara.
Uno no sabe que le gusta el lugar donde vive, hasta que se muda.
No sabe que estaba enamorado, hasta que se separa.
No sabe que la ropa le ajusta, hasta que empieza adelgazar.
Uno no sabe si va a volver a enamorarse, hasta que lo hace.
No sabe cuanto lo quieren sus amigos, hasta que los necesita... y están.
Uno no sabe que quiere estudiar, hasta que termina trabajando de eso que estudió.
No sabe si quiere ser padre/madre, hasta que lo es.
Uno no sabe cuanto le gusta reirse, hasta que deja de hacerlo.
No sabe que la música motiva, hasta que se da cuenta de que pone música hasta para limpiar.
Uno no sabe que le faltan abrazos, hasta que no recuerda el último.
No sabe que que hacer de su vida, hasta que mira hacia atrás y ve lo que hizo.
Uno no sabe que le gusta cocinar, hasta que crea una comida.
No sabe que se está poniendo grande, hasta que le dicen señor.
Uno no sabe que guarda recuerdos, hasta que los ve en cada cosa que guardó.
Uno no sabe muchas cosas hasta que no le pasan, pero yo si se una cosa, y es que no me gustan los feriados, y menos me gustó este. Espero que no queden demasiados en el calendario, si no voy a seguir pensando y evaluando todas esas cosas de las que no nos damos cuenta, y algunas de esas cosas todavía no me quiero dar cuenta, y menos en un feriado.
miércoles, 2 de abril de 2008
Pamela.. que pan dulce!
Un año complicado para los argentinos, y ya no recuerdo bien el año, creo que uno de tantos como los que desgraciadamente nos vienen pasando.
Y pasó el año y se nos vino la Navidad, y la pasamos en casa. Y como dije antes, la economía argentina no marchaba muy bien, por lo que empezamos a ajustar el presupuesto navideño. Así que las primeras marcas fueron desplazadas por segundas y hasta terceras. Así pasó por la caja del super una sidra de dudoso aspecto y fecha de vencimiento desconocida, garrapiñadas que parecían alimento balanceado, turrones que tenían tres maníes por metro cuadrado (no piensen en almendras), unos confites de colores para dar un poco de alegría a la mesa y el pan dulce.
Porque éste es la estrella de la mesa. Y en las panaderías te lo cobraran casi como si hubieras comprado a la hija del panadero, y si tenía nueces, almendras o castañas te llevaba la mitad del aguinaldo.
Y todavía no se quien fue, pero lo compraron. Pan dulce de mesa decía la etiqueta, como reafirmando que tenías que comerlo sentado o con una mesa cerca. La marca... Pan Dulce... Pamela.
Y hasta publicidad en TV tenía, la cual mostraba a una chica con un remerita y un minishort que ya no recuerdo el color. Es obvio que la cara de la chica tampoco era importante, porque el spot la enfocaba caminando desde atrás y una voz en off le decía: Pamela... (ella giraba la cabeza) Que "Pandulce". Eso era todo.
Y esa noche de navidad, llegaron a casa tía Teresa, Gaby, Nec y tío Luis.
Comimos algo típico como pionono o matambre con ensalada rusa, algún vino termino medio, una gaseosa o jugo y listo. Hasta ahí todo bien, terminamos de cenar y vino el postre. Y más tarde se armó la mesa con los turrones, el maní con chocolate, los confites, las garrapiñadas, la sidra, y el pan dulce.
Abrimos todo como para consumirlo y que no se echara a perder. El turrón se ablandó al sacarlo del paquete, las garrapiñadas se unieron en una masa pegajosa que hacía imposible agarrarlas de a una, los confites eran como bolitas de rulemán, la sidra tenía gas... cuando la envasaron, porque cuando la abrimos no lo encontramos (calculo que alguno llegó ponerle soda). Y brindamos, regalos, besos, agradecimientos pero... faltaba lo más importante, el pan dulce.
Se abrió el paquete. Ni olor tenía, las frutas estaban en extinción, y tenía esa textura media seca y vieja, pero nadie decía nada, por respeto supongo. Hasta que llegó la palabra que nadie se atrevía a decir.
Y fue tío Luis, quien con un pedazo de pan dulce en la boca lo dijo: Este pan dulce está como el culo de la Pamela. Tenía razón.
Y pasó el año y se nos vino la Navidad, y la pasamos en casa. Y como dije antes, la economía argentina no marchaba muy bien, por lo que empezamos a ajustar el presupuesto navideño. Así que las primeras marcas fueron desplazadas por segundas y hasta terceras. Así pasó por la caja del super una sidra de dudoso aspecto y fecha de vencimiento desconocida, garrapiñadas que parecían alimento balanceado, turrones que tenían tres maníes por metro cuadrado (no piensen en almendras), unos confites de colores para dar un poco de alegría a la mesa y el pan dulce.
Porque éste es la estrella de la mesa. Y en las panaderías te lo cobraran casi como si hubieras comprado a la hija del panadero, y si tenía nueces, almendras o castañas te llevaba la mitad del aguinaldo.
Y todavía no se quien fue, pero lo compraron. Pan dulce de mesa decía la etiqueta, como reafirmando que tenías que comerlo sentado o con una mesa cerca. La marca... Pan Dulce... Pamela.
Y hasta publicidad en TV tenía, la cual mostraba a una chica con un remerita y un minishort que ya no recuerdo el color. Es obvio que la cara de la chica tampoco era importante, porque el spot la enfocaba caminando desde atrás y una voz en off le decía: Pamela... (ella giraba la cabeza) Que "Pandulce". Eso era todo.
Y esa noche de navidad, llegaron a casa tía Teresa, Gaby, Nec y tío Luis.
Comimos algo típico como pionono o matambre con ensalada rusa, algún vino termino medio, una gaseosa o jugo y listo. Hasta ahí todo bien, terminamos de cenar y vino el postre. Y más tarde se armó la mesa con los turrones, el maní con chocolate, los confites, las garrapiñadas, la sidra, y el pan dulce.
Abrimos todo como para consumirlo y que no se echara a perder. El turrón se ablandó al sacarlo del paquete, las garrapiñadas se unieron en una masa pegajosa que hacía imposible agarrarlas de a una, los confites eran como bolitas de rulemán, la sidra tenía gas... cuando la envasaron, porque cuando la abrimos no lo encontramos (calculo que alguno llegó ponerle soda). Y brindamos, regalos, besos, agradecimientos pero... faltaba lo más importante, el pan dulce.
Se abrió el paquete. Ni olor tenía, las frutas estaban en extinción, y tenía esa textura media seca y vieja, pero nadie decía nada, por respeto supongo. Hasta que llegó la palabra que nadie se atrevía a decir.
Y fue tío Luis, quien con un pedazo de pan dulce en la boca lo dijo: Este pan dulce está como el culo de la Pamela. Tenía razón.
martes, 1 de abril de 2008
Una mente brillante
Explorador tendría que haber sido, porque me encantaba explorar en todo sentido. Y tuve en mi infancia diferentes exploraciones. Desarmaba todo tipo de cosas, todo lo que tenía tornillos, y si tenía muchos tornillos mejor, porque era más grande el desafío de que al final no sobrara ninguno.
Y quien no indagó o desarmó algún artefacto hogareño roto u olvidado? Y yo me metí con las radios, el fascinante mundo de las radios, de todos los tamaños, formas y colores, onda corta y larga, AM y FM, cualquiera venía bien para el desarmando. Que es lo fácil.
Así que como un perito forense inexperto, me metía dentro de las radios y miraba las cosas como tratando de que los transistores y las plaquetas me hablaran.
Y todo esto tenía un costo. Las pilas.
Ese bien tan preciado como el oro para mí en esas épocas. Y la verdad es que escaceaban y eran caras para mi presupuesto por entonces. Así que me dedicaba a mendigar pilas usadas, o tratar de comprar de vez en cuando. Porque entre tanto arme y desarme y probar las radios, las pilas me duraban lo que un helado al sol. Nunca conseguía de las alcalinas, siempre de las "otras", las Eveready o las Varta (que sospechaba que ya venían gastadas de fábrica).
Así que cuando no tenía pilas para experimentar las ponía al sol a cargar como había escuchado por ahí, que es casi como secar la yerba al sol. Pero que pasaba... el "calentamiento pilar" no funcionaba, porque ni llegaba a subir el volúmen que ya se perdía la señal radial.
Pero un día tuve un momento de iluminación. Y puse todo mi esfuerzo en lograr lo que para mi era casi como digno de un premio Nobel. Por esa época tenía una maquinita de chapa que pasaba películas como en el cine, y constaba de dos rollitos de papel en dos carreteles uno arriba y otro abajo, un tubo al estilo telescopio, y una lámpara que hacía las veces de reflector.
Entonces tomé la máquina en cuestión, la saqué una tapa que tenía arriba y la lamparita, me senté en el suelo, la conecté en el toma que tenía debajo de la cama, y con el cuidado de un experto del escuadrón antibomba, tomé una de mis pilas descargadas.
Lo que siguió fue lo contrario a mi momento de iluminación, más bien de fogonazo, porque eso fue lo que alcancé a ver antes de las sombras y oscuridad... en toda la casa. Y después esa señal del cielo que te aclara las cosas... Que hiciste Gonzaloooo!!! gritó mi vieja.
No pude despegar la pila del portalámparas de mi máquina para ver pelis, que nunca volvía a usar. Y la pila no se cargó.
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