viernes, 21 de marzo de 2008

Batman murió


Era Mayo. Esos días en que ni frio ni calor hace. Era de noche, tarde, tipo 2 AM calculo y estaba llegando a casa como siempre después del diario, venía caminando tranquilo por calle 12, bien iluminada y remodelada no hacía mucho. Miraba las vidrieras de noche. Una zapatería, un local de ropa de mujer, uno de hombre, el banco, uno con cortinas que no dejan ver, otro con las que no. Y de repente la casa de cotillón con su globos, guirnaldas, máscaras, antifaces, y disfraces. Y lo ví, el disfraz de Batman, o el intento de serlo. Calculo que fue la primer señal.
Seguí hasta casa por la misma calle; no hacia mucho había visto Batman Begins, una película que muestra el lado más humano y conflictivo de un super héroe. Y venía recordando escenas del film. Otra señal.
Al doblar la esquina, el puesto de flores 24 horas, el mismo empleado de todas las noches durmiendo sobre bolsas de tierra negra con mucho humus. Ni mosqueó cuando pasé por al lado pisando algunas hojas secas en la vereda. Justo esa cuadra es oscura. Bastante oscura, y la luz se filtra muy poco entre los árboles. Otra señal.
Llegué al departamento. No hacía un mes que me había mudado. Tenía pocas cosas todavía. Dos sillas, un mueble, el equipo de música, la computadora, una cama, elementos de cocina y limpieza. Lo elemental en esos casos, porque uno después va completando su hábitat.
Llamo el ascensor que tarda en bajar. Es chiquito, antiguo, medio lúgubre, y cuando voy a subir, me doy cuenta de que le falta luz. Más lúgubre todavía. Me miro en el espejo y veo a un tipo de color verde medio pálido, sin sombras que marquen demasiado los rasgos de la cara. Era yo. Así que antes de asustarme conmigo, metí la mano a donde creía que estaba la luz que no prendía y toqué el tubo. Media vuelta hacia un lado y hacia otro y arrancó. Otra señal.
Llave en mano, cansado y con sueño esta vez, entré. Prendí la luz, y recordé que todavía no tenía un artefacto en el living, por lo que la lámpara de bajo consumo era muy penosa y más cuando recién prendía. Dejé la mochila, fui a la cocina por un vaso de jugo y luego de tomarlo, encaré a la pieza. La puerta estaba cerrada.
No lo noté antes de abrir la puerta, ni lo escuché, pero ahí estaba. Abrí la puerta y por mi cabeza no pasaron raros pensamientos, pasó un murciélago. Medio negrito, medio gris oscuro. BRRRRRRR!. BRRRRRRR!. BRRRRRRR! Tres veces pasó, hasta que fue a quedarse en la soga de la cortina de enrollar de la ventana de la pieza. Cerré la puerta. Pensé. Era mi primer encuentro con un murciélago, y susto teníamos los dos. Los dos sabíamos que existíamos, pero nunca nos habíamos visto las caras.
Cerré la puerta de la pieza, me fui a la cocina y analicé la situación. La ventana estaba cerrada, o sea que no podía espantarlo para que saliera volando por allí. Y no quería sacarlo de la pieza y que me revoloteara por todo el departamento dándose la cabeza contra la pared, ni tampoco iba a dormir en el living. Así que tras descartar mandarle una carta documento para su desalojo, tomé un escobillón para "barrer" con su presencia de mi pieza.
Tomé el escobillón por el mango y fui para la pieza. Las piernas no me temblaban, pero el pulso si. Entré y lo vi aferrado a la soga de la cortina con sus pequeñas manitas. Hasta tierno parecía. Lo atrapé con la tapa de la soga y chilló e intentó aletear. Fue horrible, como un chillido que traspasaba las paredes pensaba yo. No sabía si me iba a animar o no, pero tomé la dura decisión, y aunque intenté desmayarlo, justó en el momento del golpe se me quebró el palo del escobillón. Duro golpe. Quedo atontado y revoloteó hasta caer en un rincón. Me miró, o eso pensé, porque tenía la mirada extraviada por el golpe y supe que estaba sufriendo.
No tuve más remedio y me despedí de él como en una película de guerra en la que terminan los personajes enfrentados al final batiendose a duelo. Yo me fui a dormir y él al tacho de basura en una bolsa.

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calle 7