lunes, 17 de marzo de 2008

No es pa’ cualquiera la bota e’ potro


Más que seguro que alguna vez comieron puchero, de chicos, de grandes, esos llenos de verduras, carne, el caldo, y todos los ingredientes que le adosan cada familia. Puede ser con carne de vaca o gallina los que yo conozco. Le suman a esto las verduras como papa, zapallo, zanahoria, choclo, batata, la verdurita (perejil, puerro, cebolla de verdeo), y todo lo que les guste agregarle.

Muy rico y nutritivo dirían las abuelas como la mía. Y en casa les gustaba el puchero de gallina. Por qué no ponerle carne? Por qué no ponerle pollo? No, gallina, y si era mejor criada en familia como se usaba antes.

La cuestión era que a veces me ligaba un puchero de gallina y ahí me despachaba con un delicioso y nutritivo puré. La gallina no era mi fuerte, porque la veía picotear, caminando como esas chicas que no saben llevar zapatos de taco, mirándote con esa mirada quizás acusadora de: Por qué me tocas los huevos? Moviendo el cogote de un lado a otro y disparando al menor descuido.

Y eso que no había tenido un contacto directo durante toda mi vida con el ave, pero de vez en cuando uno se le animaba al corral y bueno, les das de comer y esas cosas. Pero una mañana de no se que mes ni que año, un vecino al cual mi viejo le había hecho un laburo y no se lo había cobrado (Por que?!!?) se vio en la obligación de devolver o trocar el trabajo por otra cosa, y como él no podía ofrecer mano de obra o dinero, no tuvo mejor idea de regalarnos una gallina pal’ puchero.

Hasta ahí todo bien, nos daba la gallina pensé yo, después arman el puchero y yo me armo el puré. Listo. Pero caramba, el ave en cuestión estaba viva, y se paseaba por el fondo de la casa de mi vecino. Y algún designio de dios hizo que, como mi viejo estaba laburando en no se donde y ni mi madre ni mi abuela iban a correr a la gallina, mandaron al pavo, yo.

Allá fui con mi vecino que les aclaro que usaba bastón, o sea que él tampoco iba a agarrar la gallina, cosa que yo había pensado. El fondo era grande, amplio, lleno de escombros, plantas, almácigos, cañas, y animales entre los cuales estaba la que iba a ser nuestra gallina pucheresca.

Bueno, me dice, entrá que yo las llamo con comida y vos la agarrás. Que fácil. No, nada más lejos de la realidad. Animal escurridizo, veloz, taimado, esa es la gallina, aunque vos pongas un peso a su favor, ella se las ingenia para esquivar el bulto, o el puchero. Y que velocidad, porque por un momento pensé que eran cruza con perros galgo o alguna otra cosa.

No hubo caso ni con la comida ni con una carta documento, ni mandándole a Prefectura, La Montada, los bomberos, Defensa Civil. El animalito se negaba a su destino y estaba bien desde mi punto de vista, ya que quería cambiar el puchero por milanesas. Así que no tuve más remedio que adentrarme en el fondo de la casa en busca del maldito animal, porque para esa altura ya estaba cansado de ver como la gallina corría de un lado a otro buscando agua como en una Creamfield. Entonces tomé una rama media pesada y medio como quien no quiere la cosa me fui caminando hacia el grupo de gallinas, que como es natural y sabrán estaban amontonadas a la sombra, pero no piensen que al estar amontonadas pierden el control. Una mentira total, siguen atentas a todos los movimientos que las rodean y más si esos movimientos provienen de una persona con un palo en la mano, media agazapada, y caminando como en un campo minado.

Otra media hora tratando de acorralar a las aves para llevarme una, pero no había caso. Mi vecino cansado y molesto al igual o más que yo, se decide a entrar de nuevo al fondo y me dice: Vos quedate acá, yo las espanto del otro lado y cuando pasa una vos le pegás con el palo. Clara y concisa la orden de mi general, pero ahí caí que jamás había empuñado un arma. Me puse nervioso, empecé a transpirar mientras escuchaba las corridas al otro lado del gallinero, que tenía dos entradas y por una de esas iba a venir mi víctima plumada. Pero no vino una, corrieron hacia mi un montón de aves, porque aclaro que a esa altura y creo que siempre, eran todas aves para mi vista.

Ni a la sombra de alguna le pude pegar. Pasaron entre mis piernas, al costado, por arriba, por abajo, etc, y pensé hasta que me estaban cargando y ahí si, exploté de rabia y solo quería correr en busca de venganza. Ya no me importaba el puchero ni nada, sólo deseaba terminar mi sufrimiento. Así que me volví a acomodar a la salida de gallinero y tomé con más fuerza la vara, le indiqué a mi vecino para que empezara a gritar y esperé que corrieran de nuevo hacia mi. Fue un instante, un microsegundo, un flash, y la ví, no se decidió a si pasar por el costado o por arriba o por abajo, y lo hizo a media altura, como esas pelotas que generalmente atajan los arqueros (el manual futbolístico dice que no es conveniente patear a media altura); y la verdad es que casi pasa, de no ser por la bronca que tenía que hizo que ahí nomás y sin chistar, casi como un golpe de karate le pegué un terrible palazo en la cabeza. Se desplomó como un globo sin aire, medio de a poco, e intento correr, cosa que fue en vano.

Ah, no se dan una idea de mi satisfacción, no por el hecho en cuestión, sino porque me quería ir a casa. Agarro el animal y llevo la presa a mi vecino. Acá está le dije. Su cara no se movió, igual pocas veces la había visto moverse en alguna mueca. Me miró y ahí entendí lo lejos que estaba del campo.

Me mataste un gallo.

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