Y como ya dije antes, hice un poco de todo para juntar ahorros. En esta ocasión me voy a detener en la tan mentada "venta puerta a puerta". Ese comercio que tiene su origen no se donde pero supongo que hace bastante.
Una tarde, tomando mate (amargo) y mirándonos las caras con "El Negro" (y va con mayúsculas), mi compañero de cuarto en una casa de estudiantes universitarios, hojeábamos los clasificados del diario, y lo vimos, casi como mirando una mancha de mate en el papel, ahí estaba. Quiere ganar plata en tu tiempo libre? rezaba el aviso. Y quien no, uno tiene que ser medio tonto para no quererlo. Anotamos la dirección y caímos en la cuenta de que quedaba muy cerca, como a tres cuadras, en un hotel. Organizamos las cosas y al otro día salimos para la reunión para ver de que se trataba eso.
Llegamos e inmediatamente nos mandan para el fondo del hotel a un salón que estaba decorado con cintas, moños, globos, mesas con sus mantelitos, y resulta que no éramos lo únicos, más bien sí, lo únicos hombres de la reunión.
Unas 25 mujeres de toda edad revoloteaban como cenizas de papel quemado sin ton ni son, hablaban a una velocidad como los discos 78 y se notaban ansiosas. Nos miramos con mi amigo como para dar la vuelta y volver a tomar mate, pero hubo un instante de complicidad y sin decirnos casi nada, nos quedamos para probar. Casi un año laburamos.
La cuestión es que de pronto aparece una mujer, grande, al estilo muñeco de Barny, la cara redonda y feliz, unos rulos bien armados casi como esculpidos o montados con manga de repostería; y se mandó a hablar y ahí nomás nos enteramos de que se trataba el trabajo. Venta por catálogo puerta a puerta. Y de qué? Productos al estilo Tupperware, pero importados (cuando lo importado salía casi lo mismo o menos que lo nacional y además era de mejor calidad).
Así que una vez que se explicó el trabajo, en la reunión uno decidía si empezaba a vender o no. Podías pegar media vuelta luego de haber tomado un vaso de gaseosa sin gas e irte para tu casa. Pero no, los muchachos se quedaron a explorar y conocer, y por otro vaso de gaseosa y algo sólido.
Y arreglamos la incorporación al staff de vendedores, nos agrupamos bajo el mando de una mujer que tenía una zona de trabajo que nos convenía y quedamos en ir a buscar el equipo de trabajo y los importantes "libritos". Era simple, uno piensa, me dan el catálogo y salgo a dejarlo por las casas y después lo paso a buscar, había un papel para anotar el pedido que lo podía llenar el propio cliente, así que parecía muy fácil. No, uno no se gana la plata de arriba. Entiéndanlo los que no lo entendieron hasta ahora.
Fuimos a por las cosas como dos escolares en busca del cuaderno y el lápiz, y nos llevamos los catálogos, y nada más. Esperábamos algún bolsito, un gorrito, una remera o algo que nos diera seriedad y transmitiera un poco de confianza a nuestras caras. Pero no, nada al principio, aunque luego si logramos unos bolsos, gorros y unos rompevientos tipo de papel de arroz, y por suerte eran de color azul oscuro, como para andar tranquilo por la calle sin parecer recolector de basura o trabajador de ruta (con todo respeto).
La primer semana vendí dos cosas, que es como si me hubiera quedado en casa, como vender las rifas del colegio a tus familiares, un desastre total, aniquilador para cualquier mortal que intenta hacer sus primeras armas en este negocio, desmoralizante diría yo. Pero calma, fui por más y lo conseguí... tres o cuatro productos vendí a la otra semana. Y "El Negro" cinco o seis, no recuerdo bien.
Y aquí los problemas con que uno se topa al encarar esa profesión: lo primero es la desconfianza del otro, esa cara de que no saben si recién saliste de una granja de rehabilitación, o de la cárcel más cercana, o estás merodeando la zona para luego robar, o simplemente no caíste en gracia. Y pese a que dicen que las apariencias engañan, una mayoría importante de la población se deja llevar por ellas.
Y ahí el primer escollo, eliminar las apariencias o forjarlas al gusto del cliente, cosa que no es fácil. Porque uno no sabe con quien se va a encontrar al tocar el timbre o golpear la puerta o llamar a viva voz. Es como una constante cita a ciegas, y eso hay que saber llevarlo. Por ahí te abre la puerta un niño que no sabe ni limpiarse los mocos, o un adolescente que solo le importa... no no, no le importa nada, o una madre ocupadísima en tareas de la casa y lo menos que quiere es hablar media palabra con vos, o un padre que esta luchando con su hijo para llevarlo a la escuela y no matarlo en el intento, o una abuela que hasta nos da de comer si nos descuidamos.
Y una vez salvadas las apariencias está lo fundamental, la primer charla, la que te abre la puerta al conocimiento de ese ser desconocido que te mirá buscando algo, y eso que busca que es? No se, pero tiene que ser lo que uno vende. Así que hay que alisar el terreno, ablandarlo como hacen los gatos antes de echarse vieron, un amasado como si fuéramos a preparar pasta casera, y trabajarlo con cuidado y aprecio. Porque esa charla es la base de la primer venta y las sucesivas.
Pero es más fácil escribirlo que hacerlo.
Hay desafíos infranqueables, esos que te dan ganas de andar armado aunque sea con una pistola de juguete). Que hacer ante esa o ese que en lugar de abrir la puerta te gritan del otro lado o abren una minúscula ventanita y te ojean como si tuvieran rayos X; son más difíciles que llegar al primer beso (o a la primer cena). Pero no imposibles, porque con las palabras adecuadas uno puede llegar a tener chances de vender algo o mostrar para intentar la venta, y en algunos casos se pierden los catálogos.
Pero en otros uno termina hermanado como "chanchos" con aquel que una vez casi te larga el perro encima. Y los animales son otro tema, porque personalmente no tengo ningún tipo de problema con los animales, es más me gustan. Pero guarda, que hasta el más confiado Cutini paga caro la caricia, así que a no fiarse de los perros más pequeños ni diminutos, porque atrás de ese insignificante ladrido tipo chifle de goma, puede estar "el Sultán", ese que aparece por detrás y es casi de la misma altura que uno. Porque generalmente donde hay perro chico, también hay grande y calculo que es para hacerle el "entre" a uno, para confiarlo y manotear el picaporte. No no, a no hacerse el conocido de la familia, no llegaremos muy lejos, porque al menor ruido del pomo del picaporte nos saltará encima una mezcla de oso polar con mamut y un collar con pinches que dice: Bobby.
Pero una vez flanqueados estos inconvenientes no hay que relajarse, hay que seguir porque estamos en la "Arena Romana" de la venta, y en cualquier momento nos sueltan los leones o nos bajan el pulgar. Y cuando seguimos nos encontramos con otro detalle: estamos vendiendo plástico, y saben todo lo que tardan en degradarse los malditos. No se ponen feos, no se terminan como las cremas o los perfumes o cualquier otro cosmético, tienen una vida útil demasiado larga (con el buen uso) para la finalidad de la venta. Así que nuestro próximo desafío es para lo que tenemos que prepararnos mejor, que es la venta... y de plástico. Si logramos vender plástico, lograremos vender casi cualquier cosa, como arena a los árabes.
Y para esto nada mejor que ni bien nos dejen ingresar a la casa, convertirse inmediatamente y por arte de magia, en Hércules Poirot, Miss Jane Marple o Sherlock Holmes e investigar, recolectar imáganes del lugar y ver que podemos encajar en la venta.
Es así como lograremos vender todo un sinfín de cosas inútiles como: un cepillo para los pelos del gato (con un repuesto más caro que el aparato en sí), una percha para heladera (que nunca supe como se colgaba), una escobilla para limpiar teclados, esos envases herméticos en los que uno puede guardar solamente una nuez, o dos pares de aritos, o un muñeco de Jack, o tres aspirinas, o un botón grande de saco, o 3 monedas de 0,25 centavos; también podemos vender una cuña de plástico (obvio) para trabar la puerta, un porta CD's en donde entran solo 6 cajas, y la lista es larga, tanto como para llenar un catálogo a todo color en papel ilustración; si, como ese que entregaba.
Y bueno, se concretaba la venta y uno "chocho", había que esperar que llegaran las cosas a los encargados de la zona e ir a buscarlas, y entregarlas. Pero ahí tampoco termina la cosa. Estaban las reuniones.
Las "reuniones de plastiqueros", y luego de una temporada bajo la tutela de nuestra primera jefa, nos cambiamos a un matrimonio que estaba en otra zona y venía ganando terreno. Todo bien los primeros contactos, pero llegó el momento de las reuniones. Y parecía un panel sacado de Zapping, o de Moria Casán, o de Titanes en el Ring. Uno veía de todo en esas reuniones. Primero venía la charla técnica a cargo del encargado o su mujer sobre como no perder las esperanzas de ventas y esas cosas, que era lo mismo que motivar a un plantel de fútbol en un entretiempo cuando van perdiendo 18 a 0, pero el tipo le metía garra. Después se entregaban las cosas que habíamos vendido para luego llevarlas a los clientes, y entre tanto y tanto circulaban vasos de jugo (casi siempre aguado, como las reuniones). Luego estaban las preguntas de los que recién empezaban, y parecía que recién empezaban en la vida.
Qué hago si no me quiere comprar?
Qué hago si me quiere comprar?
Toco timbre o grito?
Le tengo miedo a los perros.
Le tengo fobia a los chicos.
Le tengo miedo a la vida.
Y si me pierdo?
Puedo vender con mi prima?
Puedo llevar catálogos de otras cosas?
Y si no tengo ganas de vender?
En que horario puedo vender?
Todas preguntas carentes de sentido común. Eso faltaba y no había manera de lograr acercarlo a algunos de los presentes. Por momentos miraba al hombre tratando de contenerse y no tirarle con lo primero que tuviera a mano al que preguntaba una cosa así. Pero era un tipo tranquilo, por suerte para algunos.
Luego de pasar por ese cúmulo de preguntas sin respuesta, llegaba un momento de tensión, un sufrimiento a veces, como mirar el reloj de una bomba que nunca llega a detonar. Había sorteos de cosas, premios, incentivos por así llamarlos, para los vendedores. Para nosotros; y el problema no era ese, porque había premios que uno ganaba en base a las ventas, y esos si estaban bien, eran útiles, pero dentro de lo que se sorteaba no había muchas cosas a las que yo le pudiera dar utilidad o fueran semi masculinas. Así que me sentaba a esperar lo que me tocara en suerte, que podía ser cualquier cosa del catálogo, y que la mayor parte de las veces terminaba regalando. Así pasaban cremas corporales de algún catálogo de Avon que circulaba, lapiceras, agendas, porta bolsas de residuo, repasadores, limas y alicates para uñas, floreros de vidrio decorados recuerdo de alguna costa bonaerense muy poco top, batidores de mano, etc.
Pero la máximo me ocurrió una tarde cuando ligué un premio, y venía envuelto, por lo que tenía que abrirlo ante la mirada de todos los presentes, incluido "El Negro", que casi se desmaya de la risa contenida. Una señora me extiende la mano y me entrega por el éxito en mis ventas y demás cosas el premio, el paquete. Lo miré, lo tomé, agradecí con gesto solemne y lo tuve que abrir.
Caramba, todavía no se que hacer con un lapicero en forma de pescado cortado por la mitad con la boca abierta y de acrílico transparente en donde se pueden ver los muñequitos que flotan adentro del agua azul. Alguien lo quiere?
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